viernes. 29.03.2024

El PSOE y los malditos trabajadores e intelectuales

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Sin intelectuales ni trabajadores, sin pensamiento, ni ideología, ni sujeto histórico, ¿Qué cambio propugna hoy el socialismo?

En la vida pública hoy en España muchos ciudadanos se preguntan: ¿dónde están los intelectuales? ¿Por qué no intervienen en el debate político? Parece que se echa de menos la figura del intelectual comprometido, tan importante para la izquierda del siglo XX. En pocas etapas históricas recientes se ha podido contemplar una demolición tan exhaustiva de la politeia –espacio de lo público-, del concepto de ciudadanía y de la cultura como en la actual donde el destierro somero del humanismo propicia que la quiebra social, la dramática situación de la gente, la profunda crisis identitaria e institucional sean menos grave que el balance de un banco.

En este sentido, el caso del PSOE es un claro paradigma, ya que históricamente su base mental y sociológica se había sustanciado en la convergencia de dos fuerzas sociales que constituían y definían los basamentos de la hegemonía cultural y de la acción política del socialismo: los trabajadores y los intelectuales. Hoy, transformada la organización socialista, sin solución de continuidad, de un partido de masas a uno de cuadros, que ni tan siquiera esta última definición tendría la exactitud necesaria, ya que más que cuadros, tendríamos que hablar de una burocracia oligarquizante de índole líquida, es decir, sin forma definida y adaptable a los contornos del recipiente, por cuanto los objetivos van amoldándose a las condiciones circunstanciales y a lo que se pueda alcanzar en cada caso y en cuyo contexto, el trabajador queda desplazado como sujeto histórico, estimado como un fracasado social y, por tanto, inhábil para asumir responsabilidades en una partido teóricamente de trabajadores. En este tipo de organización los intelectuales, por su parte, son considerados como una excrecencia molesta puesto que las ideas ya no son entendidas como principios que están presentes en la realidad asegurando la armonía y la coherencia del todo, configurando una racionalidad amplia y sistemática.

La poliorcética burocracia orgánica del PSOE se inspira en la “profesionalización” técnica y desideologizada de sus cuadros, dejando de reconocer el carácter antagónico de la vida social y no aceptando, por consecuencia, la necesidad de tomar partido ante la presunta neutralidad tecnocrática de la gestión eficiente de una realidad injusta. Esta asunción del pragmatismo como sustitutivo ideológico hace que las nomenclaturas abominen de los intelectuales ya que, según Adorno, la sociedad industrializada presenta una estructura que niega al pensamiento su tarea más genuina: la tarea crítica. La obsesión de la socialdemocracia por administrar más que gobernar una realidad ideológica que la niega le impide concluir, junto a Adorno, que la filosofía se hace cada vez más necesaria, como pensamiento crítico para disipar la apariencia de libertad, mostrar la cosificación reinante y crear una conciencia progresiva.

Por todo ello, no es de extrañar que el PSOE elija sus consejeros de cabecera y asesores áulicos entre los tertulianos habituales de magazines televisivos en el ámbito de ese sustitutivo del pensamiento constituido por la imagen venial cuando no frívola y que las responsabilidades de índole cultural tanto institucionales como orgánicas sean utilizadas como nichos para el acomodo clientelar a modo de canonjías sin poder efectivo. El extrañamiento del mundo del trabajo y del universo del pensamiento crítico y de la cultura han propiciado un socialismo inane ideológicamente usufructuario de una hegemonía cultural impropia y que arrastra la onerosa contradicción de negar en sí misma la posición y función del socialismo en la sociedad.

Zygmunt Bauman afirma que hay que dejar de pensar en la cultura como una isla autónoma dentro del marco social. En estos momentos hay que situarla en el centro del discurso social y económico de la nueva sociedad. Para decir a continuación que cuando hablamos de innovación pensamos que sólo procede del campo de la tecnología, cuando en realidad es el campo de la tecnología el que bebe de las ideas y tendencias que surgen del campo de la cultura. Sólo la cultura transforma la sociedad y abre nuevos caminos para el progreso. En el mayo del 68 francés convergían las consignas estudiantiles de “cambiar la vida” con la historia de las reivindicaciones obreras. Jacques Rancière expresa que en el nacimiento de la emancipación proletaria lo esencial era cambiar la vida, la voluntad de construirse otra mirada, otro gusto, distintos de los que les fueron impuestos. De ahí que concedieran una gran importancia a la dimensión propiamente estética del lenguaje, a la escritura o la poesía.

La cultura es el instrumento idóneo para el cambio, para determinar lo que Laclau denomina la “plenitud ausente”, y que la peor de las censuras, como es la del dinero, impide emerger. Por tanto, sólo un cambio cultural puede reconducir la política hacia escenarios donde las ideas y los valores construyan una sociedad racional y volcada al bien común. Como advierte  Noam Chomsky, la democracia no puede crecer donde el poder político y el económico se concentran. Sin intelectuales ni trabajadores, sin pensamiento, ni ideología, ni sujeto histórico, ¿Qué cambio propugna hoy el socialismo?

El PSOE y los malditos trabajadores e intelectuales