viernes. 29.03.2024

PSOE, desorden y desconcierto

“La heroica ciudad dormía la siesta...” Escribe Leopoldo Alas “Clarín” al inicio de su más famosa novela. El sesteo es la más recurrente forma de evadirse de la realidad. Soñar es otra cosa: se sueña para cambiar la realidad, no para ignorarla. El partido socialista hace tiempo que no sueña, simplemente sestea, sometiendo a militantes y ciudadanos a un bovarismo irredento. Padece el PSOE aquella renuncia de la que hablaba Ortega y Gasset de quien abdica de ser lo que tiene que ser y que por tal motivo se convierte en un suicida en pie que arrastra una existencia consistente en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser. El socialismo como renuncia, en ese proceso de adaptación a un sistema como el de la Transición en crisis múltiple, supone una alteración paradójica de su propia sociología. Todo esto conlleva disfrazar como profunda controversia ideológica lo que no es sino una discusión con pretensiones sobre estrategia y propaganda electoral.

Las sociedad se debate dramáticamente en las crudas aristas de un conflicto social aventado por la desigualdad, las injusticias, la corrupción y la soberbia de los intereses minoritarios ajenos al escrutinio democrático y ante lo cual un progresismo de atrezo diseñado por cúpulas clientelares producto de ese darwinismo político inverso donde el valor orgánico se aquilata siendo más topo que lince y más cordero de Panurgo que lebrel a la caza de la verdad, sólo sirve para que el rechazo de la ciudadanía, privada de un instrumento ideológico de autodefensa, sea cada vez mayor. La crisis de posición y función en la sociedad que padece el socialismo español ya no admite más fantasmagoría de marketing político. La falta de credibilidad produce que la imprescindible renovación ideológica, orgánica y de liderazgos no puede surgir del lampedusiano acto de cambiar de lugar a los que ya están, apelando a esa ficción del barón de Münchhausen quien contaba cómo habría perecido infaliblemente, si con la fuerza de su propio brazo no hubiera tirado de su coleta, sacándose a él y al caballo que montaba del pantano donde habían caído.

El compartimento estanco en que se ha convertido la actividad pública sin capilaridad con la sociedad es una celada de la cual más temprano que tarde deberá desprenderse la izquierda para no sumirse definitivamente en la indiferenciación y, como consecuencia, en la irrelevancia. Para sobresanar la crisis identitaria que padece el socialismo tendrá que optar, desde la fuerza de las ideas y la política, por una democracia más real y compartida. Es la propuesta de Rawls con el nombre de “principios de las diferencias” como criterio de justicia distributiva. O la propuesta de Habermas de que la comunicación –el debate democrático- se aproxime cada vez más al ideal de la “comunidad de diálogo”: una comunidad de hablantes en la cual todos tengan de verdad el derecho a hablar y a ser escuchados.

Sin embargo, el colapso producido por la florentina peripecia del comité federal del pasado 1 de octubre, ha conllevado que la gestora oriente la acción del partido en un exceso competencial extravagante y que la realidad más que interpretada haya sido convertida en un malentendido para allanar la estabilidad de un sistema cada vez más cerrado y compadecido con las élites más extractivas y contramayoritarias. El apoyo tácito a la continuidad de la derecha en el poder y un compresivo correlato parlamentario sitúa al PSOE en un vacío narrativo donde las excusas y justificaciones no son suficientes para suplantar la oquedad ideológica en relación a la defensa de auténticas alternativas a las políticas conservadoras.

La devotio ibérica de las redes clientelares, los insustanciales liderazgos mesianistas, la suspicacia hacia el pensamiento crítico, los intereses personales, son  un lastre que no lubrica sino la inclinación de un vértigo en que no se reconocen las mayorías sociales y una parte importante de la militancia. Es imposible recuperar la credibilidad de la ciudadanía y de las bases del partido cuando parece que lo que le estorba a algunos dirigentes del PSOE es el propio socialismo. 

PSOE, desorden y desconcierto