viernes. 29.03.2024

El peor independentismo: una España para ricos y otra España para pobres

desigualdad

España está a la cabeza en el ranking europeo de trabajadores pobres, sólo superada por Rumanía y Grecia

El poeta británico Percy Bysshe Shelley afirmó que la riqueza es un poder usurpado por la minoría para obligar a la mayoría a trabajar en su provecho. España se ha convertido en paradigma de esa usurpación y desequilibrio social que conduce a una desigualdad indecente. Las minorías económicas y financieras han conseguido, mediante la hegemonía cultural, ahormar el régimen político a sus intereses depredadores que causan estragos y dramas colectivos en las clases populares y trabajadoras. Éstas han dejado de ser el sujeto histórico por antonomasia de una izquierda en constante apostasía de su auténtica razón de ser. La derivación del conflicto social como elemento constitutivo de la misma estructura de la sociedad hacia espacios culturales menos antagónicos a la preeminencia de las minorías extractivas, como la disgregación vindicativa de derechos identitarios o de modos de vida, ha supuesto que se considere al trabajador como un fracasado social y, como consecuencia, culpable de su depauperación material y su ubicación en la marginalidad de la sociedad.

El trabajador no es considerado, junto al capital, parte integrante de la empresa, sino un coste marginal situado a un nivel inferior al de la máquina ya que ésta nunca podría trabajar por debajo del valor de su mantenimiento mientras que el asalariado cede actualmente, mediante salarios de hambre, su fuerza de trabajo por un coste inferior al nivel de subsistencia. Ello ha producido que España esté a la cabeza en el ranking europeo de trabajadores pobres, sólo superada por Rumanía y Grecia. Al mismo tiempo, el 22% de la población española se encuentra en situación de pobreza, porcentaje que aumenta al 27% si se añade el riesgo de exclusión social. Un tercio de los menores de 16 años vive en riesgo de pobreza infantil. En total 2,1 millones de niños y de ellos, 375.000 viven en situación de pobreza extrema, con dificultades para acceder a alimentación, calefacción o luz. Gracias a todo esto y al otro lado de la frontera social, desde el inicio de la crisis, el número de millonarios en España ha crecido un 76% y se ha disparado la riqueza que acumulan. Todo ello explica que en plena crisis, con el paro disparado, el consumo de productos de lujo aumentara considerablemente y que en el último año España fuese el país donde más creció el consumo de estos productos.

Todo esto es la consecuencia de una hegemonía cultural donde el individuo es pensado por el sistema y, como consecuencia, le presenta como realidad inconcusa la quiebra de su propia autonomía, la fatalidad de su cosificación en una sociedad donde el orden objetivo de las cosas se sustancia en la irracionalidad de una racionalidad que tiene como paradigma de eficacia el beneficio de los ricos a costa de la exclusión y marginalidad de las mayorías sociales. Como ha escrito Alain Touraine, el comportamiento de los muy ricos, dominado por la obsesión del máximo beneficio, desempeñó y sigue desempeñando el papel principal en la disgregación del sistema social, es decir, de la negación de toda posibilidad de intervención de los asalariados en el funcionamiento de la economía.

En este sentido, se está aplicando la teoría económica que podríamos denominar de “Robin Hood al revés”, porque se trata de que los más pobres subsidien a los más ricos. Toda rebaja fiscal que se hace a los ricos sólo sirve para que los ricos lo sean más y el Estado tenga menos recursos para educación, sanidad, carreteras, y todo aquello que representa el bienestar de los ciudadanos. Esa falta de recursos se compensa, por tanto, rebajando las limitadas rentas de los más pobres y eliminando cualquier tipo de cobertura social que beneficie a los desfavorecidos, mientras que las empresas consiguen su ventaja competitiva no en la innovación, ni en la investigación, ni en la inversión sino en la violencia institucional que legisla en contra de los trabajadores para generar con su depauperación esa ventaja competitiva en el contexto de una hegemonía cultural que hace que los intereses de las minorías sean presentados como universales y, por tanto, generales del Estado. Los pobres financian a los ricos. Ante ello tendríamos que preguntarnos ¿qué democracia es posible fundamentada en la desigualdad, el empobrecimiento incautatorio de las clases populares y en la ruptura de la cohesión social? Sólo se pueden salvaguardar las libertades y los derechos cívicos si la democracia política se convierte en una democracia económica, donde la justicia y la solidaridad formen parte de la racionalidad del sistema.

El peor independentismo: una España para ricos y otra España para pobres