viernes. 19.04.2024

Pedro Sánchez en la encrucijada

El desequilibrio que supone la presencia política de una derecha radical, propiciada por unas hechuras sistémicas muy adrede con su modelo ideológico y un socialismo moderado, compelido por la rigidez institucional consagrada en el pacto de la Transición, han creado la  suficiente incertidumbre y frustración en la ciudadanía como para que el desafecto de las mayorías sociales culmine en una desconfianza cada vez mayor hacia el régimen. Ralph Dahrendorf fundamentaba la democracia en la clara simplicidad del juego derecha-izquierda y Norberto Bobbio, también sobre la posibilidad real de democracia, la definía por la capacidad de poder elegir entre verdaderas alternativas.

Las mayorías abandonadas, damnificadas, excluidas, intuyen que el régimen genera la imposibilidad de construir una alternativa que suponga un nuevo paradigma, una creación de sentido, que pueda servir de semántica común a la alteridad. Y ahí surge la alternativa percibida como referencia de libertad y avance social en toda su magnitud, con una simbología generadora de auténticos vínculos emocionales con los ciudadanos. En todo ello, el Partido Socialista es el que resulta más desdibujado en la crisis institucional. Su encaje en el sistema de la Transición le obliga a tener que coincidir con la derecha en los asuntos -monarquía,  tensiones territoriales, estructura socioeconómica- que lo desnaturaliza hasta hacerlo ilegible a su propia base sociológica. Sólo una visión distinta podría crear una auténtica alternativa. Empero, la arteriosclerosis que le provoca su rol como partido sistémico no le permite sino cambios nominales dentro del apparatchik en ese bucle recurrente de concebir la política en imágenes.

La inercia de los contextos en el que el Partido Socialista se ha desenvuelto en el régimen de la Transición ha propiciado que sus distintos dirigentes no hayan sentido la necesidad, sino todo lo contrario, de dotar a la organización de músculo ideológico, de capacidad intelectual para generar una clara y determinante posición y función en la sociedad. Quizás no sería ocioso en esta crisis del sistema que el Partido Socialista asumiera la reflexión de Albert Camus cuando escribía  que hay que estar siempre con aquellos que padecen la historia, no con los que la hacen.

Esa es la encrucijada en la que se encuentra Pedro Sánchez: actuar sobre una realidad que ya no existe y mantener un estatus que ha perdido la centralidad política. En la crisis institucional, política y social que padece el régimen del 78, que a través del llamado consenso supuso el exilio ideológico de la izquierda, el Partido Socialista se ve compelido a reducir su acto político a un vacío argumental esquizoide, por una parte, la necesidad de ser un pilar decisivo del mantenimiento de un sistema que ha supuesto la paulatina derechización de su actitud política tendente a la indiferenciación, y por otra parte, la incapacidad de convertirse en instrumento transformador prisionero de la obsesiva intención de mantener una posición institucional que le niegan cada vez más las urnas y la calle. Esta parálisis produce que Pedro Sánchez no pueda ofrecer ninguna alternativa real a cualquier asunto que se presente en formato polémico en el contexto de la actual realidad del país, como si lo que realmente estorbara a un presunto proyecto socialista fuera el mismo socialismo. 

Pedro Sánchez en la encrucijada