viernes. 19.04.2024

La pandemia neoliberal

Adam Smith

Las cosas no volverán a ser como antes después del coronavirus, o al menos no deberían, puesto que se corre el riesgo de reproducir la pandemia de pobre metafísica que supone una concepción económica, política y social que hace de las mayorías sociales un cuerpo débil y propenso a la adquisición de todos los virus homicidas generados por la naturaleza o por los taimados popes de la artera posmodernidad y su secuela economicista neoliberal.

La mano invisible de Adam Smith es invisible porque no existe

La vida nos rompe, dijo Ernest Hemingway en Adiós a las armas. Podemos decirnos ahora mismo que todo no irá bien ya que no todo ha ido bien. Pero, argumenta Rebecca Solnit en Hope in the Dark, la esperanza es un complejo conjunto de incertidumbres que se abre a la posibilidad de continuar y actuar. Espero que esto sea lo opuesto al pensamiento de que todo saldrá mal.

Cuando el estrago es de tal envergadura que no tiene diques discriminatorios es cuando con más crudeza se materializa la indefensión que supone una sociedad que no se compadece con la universalidad del bien común malparado por un artefacto ideológico  que anula cualquier pensamiento emancipador mediante la malversación intelectual que representa sustanciar el sesgo de universalidad en el beneficio de las élites y, como consecuencia, en la desprotección de las mayorías sociales reducidas a mercancía, objeto de explotación, en una arquitectura social cuyo basamento lo constituye la alienación de las clases populares.

La mano invisible de Adam Smith es invisible porque no existe. Esta crisis si demuestra algo, es que los egoístas intereses de las minorías dominantes no solamente son contrarios y dañinos para la mayoría de los ciudadanos, sino que configuran una sociedad enferma carente de anticuerpos sociales y, como consecuencia, más propicias a multiplicar la muerte que a fomentar la vida.

Con motivo de la crisis que comenzó en 2008, la mitad de la sociedad se encontró en la intemperie. La dramática agresión sufrida por las clases populares a manos de una derecha radical en perfecta ósmosis con las élites económicas y financieras, auténticos señores de horca y cuchillo, ha degradado tanto la vida social, con salarios de hambre, familias sin ingresos, pobreza, parados sin esperanza ni subsidios, que la desigualdad generada por la avaricia ciega de las minorías organizadas ha crecido de una forma arteramente inmoral.

Las crisis en esta etapa de capitalismo posmoderno suponen una reordenación de los factores económicos que, por ser estructurales, suponen que la depauperación y retroceso en derechos laborales y cívicos de las mayorías sociales no son excrecencias de una política mal aplicada sino el resultado pretendido por la imposición de un modelo ideológico concreto que pone el Estado al servicio de los intereses de unos pocos a costa de una ciudadanía desahuciada de su centralidad democrática y social. Pero esto no sería posible si el ecosistema político no estuviera volcado a un orden objetivo de las cosas incapaz de integrar modelos alternativos en una inercia de la vida pública cada vez más alejada de la gente.

Bertrand Russell advertía que la propiedad privada sólo era admisible siempre que no se convirtiera en poder político. La posmodernidad para que las minorías económicas controlaran el poder político despolitizó la economía, es decir, desvincularon la economía del control de la política para adquirir el definitivo control social. Las ideologías, las grandes narraciones, eran papel mojado, todo se singularizaba en aplicar las ideas que funcionan.

Empero, el verdadero acto político no es simplemente cualquier cosa que funcione en el contexto de las relaciones existentes, sino precisamente aquello que modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas. Decir que las buenas ideas son las que funcionan significa aceptar de antemano la constelación (neoliberalismo posmoderno) que establece qué puede funcionar (por ejemplo, gastar dinero en educación o sanidad “no funciona”, porque entorpecen las condiciones de la ganancia del capital),

Todo ello puede expresarse recurriendo a la conocida definición de la política como  el “arte de lo posible”: la verdadera política es exactamente lo contrario: es el arte de lo imposible, ya que consiste en cambiar los parámetros de lo que se considera “posible” en el sistema existente.

Son las grandes crisis como la que padecemos las que nos muestran que la suplantación del verdadero bien común, que la quiebra de la política como una pulsión del bien cívico regido con lucidez, como afirmaba Azaña, no sólo no tienen alternativas honorables, sino que suponen la vertebración de una sociedad enferma. La prueba más palmaria, es que la solución a las crisis, bien sean económicas o naturales, son respuestas de socialización de lo que las manos privadas malpararon. Una superación, en definitiva, de la barbarie posmoderna.

La pandemia neoliberal