viernes. 29.03.2024

La pandemia del franquismo y la antiespaña

Hay que abrir espacios constituyentes que acaben con la hegemonía cultural de la derecha derivada del pacto de la Transición.
congreso

Decía Manuel Azaña del cordobés de Priego, Niceto Alcalá Zamora, que el sentido católico lleno de dramatismo del primer presidente de la República estaba motivado por ser su origen una tierra de buen aceite donde, por tal motivo, se tenía una idea plástica del infierno. Existen representaciones psicológicas que se convierten en doctrinarias por esas analogías que nos acercan a una presunta verdad, aunque esa verdad en realidad no exista. El conservadurismo español es el resultado de unas cuantas analogías. Entramos en el caliginoso mundo del lenguaje orwelliano, donde el escritor británico George Orwell en su novela “1984” recrea la manipulación del lenguaje como forma de dominación en virtud de lo cual cambiando el nombre de las cosas se cambian las ideas que se tienen de ellas. De este modo, en ese mundo orwelliano el Ministerio de la Verdad se encargará de falsificar datos y estadísticas, el de la Paz se encargará de dirigir la guerra y el del Amor a torturar a presos y disidentes. Las palabras no se utilizan para transmitir significado sino para ocultarlo.

Son las peripecias mentales sobre la singularidad morbosa no verbalizable del origen de una derecha a contracorriente sumamente antitética de las europeas de nuestro entorno ya que el conservadurismo continental luchó por la democracia en contra de los totalitarismos que azotaron el siglo XX y la derecha española combatió por los totalitarismos en contra de la democracia. Esto no es un sedimento demodé del pasado sino un músculo ideológico que configura y define al conservadurismo que constituyó la metafísica del caudillaje y articuló la Transición para tener continuidad con todas las acotaciones de subjetividades y prejuicios propios que se sustancian en una baja consideración de la política (el formato político de la vida pública es una debilidad cuando nuestro concepto de nación es el único posible y patriótico). En este contexto, los problemas políticos dejan de estar en el ámbito de la política y la vida pública entra en una espiral de descomposición democrática donde las relaciones de poder sólo se plantean en términos de vencedores y vencidos, de uniformidad ideológica y abolición de la disidencia.

Se concentra, de este modo, el régimen político en una etapa histórica en la que ya es imposible la reconstrucción de la convivencia en parámetros de pluralismo y tolerancia. A ello hay que añadir, para que la decadencia sea total, que es un régimen, por si lo habíamos olvidado, que ha ejecutado una devaluación de salarios y expectativas sociales bajo una lluvia constante de escándalos de corrupción. Y como instrumento de resistencia sistémica, las analogías tóxicas donde performativamente se limita la democracia en nombre de la democracia, se empobrece a la gente en nombre del bienestar de la gente, donde la violencia la ejercen las víctimas y que sirve a las minorías dominantes y su aparato político y mediático para delimitar los asuntos no opinables ni sujetos a formato polémico.

Los excesos verbales, la agresividad argumental con modelos de los años treinta del pasado siglo, el maniqueísmo excluyente entre buenos y malos españoles, la consideración de enemigos de España a los que no comparten las ideas derechistas, la manipulación de los poderes del Estado, singularmente el poder judicial, para criminalizar al adversario político, la estimación del franquismo y su acto inaugural del 18 de julio como fuente legitimadora del actual poder constituido, configuran un artefacto ideológico tendente a vaciar la vida pública mediante espacios de autoritarismo predemocrático. La misma división especializada de la derecha de hogaño, es equivalente a la que actuaba en el tardofranquismo, con Vox ejerciendo como los viejos azules, con una fuerte carga ideológica y agresividad guerracivilistas; el PP en el círculo caucasiano de los tecnócratas y Ciudadanos en las hechuras de aquel añejo fascismo catalán emboscado en las diputaciones y los gobiernos civiles.

Lo compartido es tanto, y tan medular en lo constituyentemente ideológico, que el viaje al centro de Pablo Casado no deja de ser una mala analogía.  Y, sobre todo, cuando el centro político es un invento del pacto de la Transición al que nadie puede llegar porque no existe. La extremada agresividad por parte del conservadurismo contra la mayoría parlamentaria de la investidura y el gobierno nacido de ella, en momentos de gravísima  crisis, se fundamenta en realidad en que en esa mayoría se encuentra todo aquello que la derecha considera como antiespañol y, por consiguiente, digno de ser excluido de la vida de la nación. Y, precisamente por ello, dicha mayoría es la que expresa mejor la realidad española y la que mejor puede afrontar los graves problemas que padece la nación. Por este motivo, también este gobierno y esta mayoría deberían abrir espacios constituyentes que acabaran con la hegemonía cultural de la derecha derivada del pacto de la Transición, redefinir el régimen de poder para devolver la soberanía plena a los ciudadanos y acabar con el poder absoluto de una Corona inviolable en todos los términos.

Porque hay que sobresanar la advertencia que nos hacía Azorín de que vivir en España era hacer siempre los mismo. Cuando los intelectuales de la Agrupación al Servicio de la República en los años 30 -no es fácil encontrar tanta inteligencia junta-, redactan su manifiesto, aluden al factor determinante de la permanente decadencia española: “La monarquía no ha sabido convertirse en una institución nacionalizada... ha sido una asociación de grupos particulares que vivió, parasitariamente sobre el organismo español, usando del poder público para la defensa de los intereses parciales que representaba...” Siempre lo mismo.

La pandemia del franquismo y la antiespaña