viernes. 29.03.2024

“No se meta en política”

Sabino Alonso Fueyo, director del diario falangista Arriba, se quejaba a Franco de las presiones que recibía de los distintos sectores y familias del Movimiento Nacional...

Sabino Alonso Fueyo, director del diario falangista Arriba, se quejaba a Franco de las presiones que recibía de los distintos sectores y familias del Movimiento Nacional, hasta que el dictador cortó el asunto diciéndole: "Usted haga como yo y no se meta en política." Durante largo rato en la historia de España un impenitente sesgo autoritario ha hecho política abominando de la política al considerar que tenía unas legitimidades superiores al juego de la confrontación ideológica. Es la instauración de esa unanimidad impuesta incapaz e incapacitante de construir un discurso más allá de lo obvio. Unamuno aseguraba que un país vivo era un país ideológicamente dividido, y no encontraba ninguna razón para justificar “eso de la unanimidad.” Por ello, sostenía el escritor vasco, le daba lástima “un pueblo unánime, un hombre unánime”.

Rajoy también gobierna España sin política, encastillado en la teoría de lo inconcuso. Ante el secesionismo catalán apela a la contabilidad y al trapicheo del dinero asumiendo como imposible y perverso cualquier problema que se plantee en términos políticos. De hecho, la política ha sido anatematizada por esa especial idiosincrasia del pensamiento autoritario que sustituye el conocimiento por la afirmación pragmática de que lo que el conservadurismo y sus cognados desean es la verdad. Una actitud extrema que siempre ha desvertebrado a España en nombre de un escenario uniforme. El consenso de la transición, en realidad más afín al concepto de consenso manufacturado de Walter Lippmann, supuso que para que el sistema funcionase debía tener lugar una desnaturalización ideológica de todas las propuestas políticas, y por tanto de la misma política, excepto las de la derecha cuyo régimen de poder provenía del estado natural de las cosas, de esa naturaleza que Adorno definía como estiércol.

Por tanto, todo consistía en que las demás fuerzas políticas dejaran de ser lo que eran: que la izquierda se volviera conservadora y que los nacionalistas fueran gestores de la descentralización administrativa, sustanciándose el debate en una cuestión de medios y recursos y no en modelos ideológicos. Este imperativo conjugado con el aprovechamiento de la crisis económica por parte de la derecha para aplicar su programa máximo y con él desmantelar todo lo que el conservadurismo considera concesiones y debilidades en lo social y en lo político, ha supuesto el agotamiento del sistema por la sencilla razón de que es imposible resolver los problemas con el mismo pensamiento que los creó.

La derecha apela al enfrentamiento sabiendo que el régimen está formado a las hechuras de sus esencias constitutivas y que la especial fisonomía que la transición le dio a los partidos políticos, más como órganos del Estado que como intermediarios de la sociedad, condiciona que el resto de fuerzas políticas, singularmente de izquierda, sientan el vértigo del vacío si no siguen desnaturalizándose en un modelo que, en teoría, niega sus expectativas ideológicas. En este contexto, el partido socialista, siempre tan predispuesto a descomponer la figura, se enfrenta a sus propias inercias que le producen alteraciones sociológicas y una constante aporía en sus desarrollos estratégicos. 

Ello ocasiona que lleve el PSOE dos años paralizado y sin aliento, incapaz de generar vías de acción política que le diferencien de las actitudes intransigentes de la derecha  como propuestas sin alternativas y le acerque a los valores y las ideas que deben constituirlo. Frente a la bipolarización del caso catalán,  el deterioro social, el hundimiento de los derechos y libertades públicas, el partido socialista no ha elaborado un relato alternativo que conecte con las auténticas aspiraciones y demandas de las mayorías sociales. El bloqueo institucional y político que padece el sistema hace no ya necesaria sino urgente una profunda regeneración democrática que no será posible sin transformar exhaustivamente la estructura de la vida pública, incluidos los propios partidos políticos, para afianzar un sistema que resuelva los problemas de los ciudadanos y no constituya un problema en sí mismo. Quizás no estaba muy descaminado Bertolt Brecht cuando afirmaba que las revoluciones se producían en los callejones sin salida.

“No se meta en política”