viernes. 19.04.2024

El neofascismo está de moda en España o ser obrero no es ninguna ganga

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“La metamorfosis”, el relato de Kafka considerado obra emblemática de la literatura moderna, nos presenta el drama de Gregor Samsa que vive con su familia, compuesta por personajes con pocos escrúpulos, y a la que mantiene deslomándose en el trabajo. Gregor un día cae enfermo agotado, y -entreviendo que para los suyos vale mientras les sirve- comienza a percibirse tal como los otros le verán: como un bicho, un ser insignificante, deleznable. Samsa se debate entre la autoafirmación y la sumisión, el rechazo que sufre le hará asumir paulatinamente la visión de sus verdugos, según la cual él -la víctima- es un ser miserable, nada sino un bicho. 

La batalla es muy desigual, como la de Samsa con su entorno. La clase trabajadora recibe todos los dolorosos electrochoques de las electroconvulsoterapias que las élites le imponen para que las crisis refuercen su estatus y riqueza a costa del aumento de la pobreza de los menos pudientes. La extravagancia de una metafísica posmoderna que admite una realidad fragmentada y fragmentaria con su imposible progreso y carencia de especificidad histórica produce monstruos intelectuales y aberraciones políticas y sociales. La izquierda no cree en el socialismo, considera imposible una sociedad socialista, estima que es algo que no deja de ser una utopía demodé, extemporánea y, como consecuencia, tampoco cree en la posibilidad estratégica e ideológica de una vía al socialismo. Cuando el trabajador deja de ser el sujeto histórico de la izquierda se convierte sans remède en un fracasado social, en un Gregor Samsa. Abolido del imaginario colectivo el carácter antagónico de la vida social es fácil compeler a la decantación y precipitado de que la creciente desigualdad es producto de los vicios individuales.

La corrupción de los miembros de la casa real, las leyes antisociales, la laxitud democrática de un sistema cerrado para cuya supervivencia son cada vez más activas las cloacas del Estado, son parte de una decadencia que quieren imponernos como normalidad

Empero, ese nihilismo de la izquierda a sus propios fundamentos morales e ideológicos, en el caso de la derecha representa el envés de la huída de las fuerzas de progreso de sí mismas, ya que impone como irreversible sus cosmovisiones más radicales. La política prima los intereses de las minorías influyentes a costa del sacrificio de la mayor parte de los ciudadanos, lamina los derechos de los trabajadores y aboca a la pobreza a capas importantes de la población. Por ello, las medidas que se suponen atienden a sesgos economicistas aspiran a la reconfiguración autoritaria del Estado, una democracia limitada que blinde los intereses de los menos a costa de los derechos cívicos y las libertades públicas de los más. Son fines que necesitan que las víctimas sean los culpables ya que una crisis moral, de civilización y de pensamiento como la causada por las élites de la usura y la explotación es tan injusta que no se puede justificar teóricamente. Todos tenemos que ser Gregor Samsa para que podamos aceptar la degradación de nuestra propia ciudadanía.

Porque la derecha sí cree que el autoritarismo fascistoide es algo actual y con ello la insolidaridad, la desigualdad, el hundimiento del mundo del trabajo como sentido común imperante. Es la peor forma de organizar la convivencia pues supone la exoneración material y moral de las mayorías sociales. Los déficits democráticos que ello representa  la degradación del trabajo hasta convertir al obrero y al empleado en indigentes activos cuyos derechos son suplidos por la caridad como en el siglo XIX.

La sociedad queda esclerotizada por unas subjetividades monopolizadoras del Estado y hostiles a las clases populares mientras la izquierda ha desistido de cualquier proceso de transformación social ya que carece de un Canaán de referencia. Esto produce que la izquierda concentre muy poco poder cuando gobierna y la ortopedia fáctica institucional neutralice su propia esencia constitutiva. Por ello, la corrupción de los miembros de la casa real, las leyes antisociales, la laxitud democrática de un sistema cerrado para cuya supervivencia son cada vez más activas las cloacas del Estado, son parte de una decadencia que quieren imponernos como normalidad.

El neofascismo está de moda en España o ser obrero no es ninguna ganga