martes. 16.04.2024

La nariz de Cleopatra en Lampedusa y el registro de la propiedad en Santa Pola

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La corrupción y la cuestión catalana y la incapacidad de Rajoy para hacer política por un concepto reduccionista y autoritario de los problemas ha provocado su salida sumaria de la vida pública

Nos daba Borges noticia de una tribu que sólo sabía contar hasta cuatro  con los dedos y, como consecuencia, para ellos el infinito comenzaba en el pulgar. Todo, a la postre, se sustancia en la perspectiva que se imprima a cuanto nos rodea y cuya dimensión nos insinuaba Ortega: "Quien quiera ver correctamente la época en que vive debe contemplarla desde lejos. ¿A qué distancia? Es muy sencillo: a la distancia que no permita ya distinguir la nariz de Cleopatra". Mariano Rajoy tenía demasiado cerca la nariz de la reina ptolemaica y el dedo pulgar excesivamente presente. Ha sido volver al registro de la propiedad de Santa Pola para que el clima político haya cambiado. La corrupción y la cuestión catalana y su incapacidad para hacer política por un concepto reduccionista y autoritario de los problemas ha provocado su salida sumaria de la vida pública.

Sin embargo, Rajoy no actuaba en el vacío, Rajoy era un producto de un contexto, no un precursor ni un avanzado, nada más lejos del carácter del registrador de la propiedad de Santa Pola. Rajoy ha sido la consecuencia de un intencionado malentendido como forma de actuación política donde las ideas son sustituidas por prejuicios y los imperativos metafísicos e ideológicos por estados de ánimo para llegar a la levedad y empobrecimiento de la vida pública. Una cosmovisión que se compadece con las hechuras del régimen del 78 que impregna las instituciones y condiciona los parámetros de lo posible y opinable en el ámbito del debate público. Por ello, era necesario que se fuera Rajoy, pero no todo lo necesario.

Se ha generado, después de haber sido el PP desalojado del poder, una corriente de opinión que estima que el partido conservador  necesita una renovación a fondo: por la carga de responsabilidades no asumidas por parte de quienes han estado al frente estos años; por el oscurantismo organizativo; por el miedo a la política, sin embargo, son estas causas que demanda una renovación las mismas que la impiden, puesto que no son elementos sobrevenidos que han distorsionado la posición y función del Partido Popular en la sociedad, sino epifenómenos de su propia cualidad constituyente. El hecho de que Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal sean las mejor posicionadas para sustituir en la cabeza del partido a Rajoy vienen a confirmar esa imposibilidad: los dos iconos más genuinos del rajoyismo, escoltas permanentes del presidente, no pueden, de pronto, simbolizar la renovación del partido.

Entramos, por tanto, o, mejor dicho, seguimos en esa concepción atrabiliaria de la política como posverdad de ademanes, imágenes  y apariencia. Pero la pulpa nutritiva de esta visión axial del acto político como mera simulación, y donde estriba la gravedad del problema, es que trasciende al propio Partido Popular con una capilaridad propia del régimen de poder. Se trata de una crisis de la escolástica como sustitutivo del pensamiento crítico y la política como elementos estructurales de la calidad democrática. Hay un exceso de savia lampedusiana en la vida pública española.

La nariz de Cleopatra en Lampedusa y el registro de la propiedad en Santa Pola