martes. 19.03.2024

Monarquía, annus horribilis

rey

Este año de 2020 tiene muchas posibilidades de pasar a la historia como annus horribilis. El grand remonstrance contra el campechano rey emérito con su patriotismo castizo de dinero, sexo y arregostos de bon vivant, más propio de paleto nuevo rico, que de un jefe de Estado europeo, representa una sustantiva fragilidad para el régimen monárquico. Hombre el emérito de una absoluta simpleza intelectual, poco amante de la cultura y las expresiones artísticas, y de ambiciones y gustos elementales y, por consiguiente, con una comprensión del poder primitiva y nada compleja, con manifestaciones que van desde pegarle a su conductor por no detener el coche donde el emérito quería hasta concebir que L'État, c'est moi, con el epifenómeno mental de que al ser él, no el jefe del Estado, sino el Estado mismo, todo le está permitido y nada le es imposible.

La crisis del régimen del 78 sufre una notable aceleración histórica con la falta de ejemplaridad del nada menos que mito fundante de la democracia posfranquista; atrás quedó el relato panegírico, sostenido por el aparato altoparlante del establishment, donde aparecía el emérito como el deus ex machina​ democrático, constructor de la modélica transición y freno del golpe de Estado del 23-F, aunque ahora resulte que la transición del franquismo al posfranquismo por imperativo biológico no fue tan modélica y las vísceras conspirativas del golpe no eran desconocidas para Juan Carlos I.

La izquierda en la transición se declaró juancarlista para evitar una manifiesta adhesión monárquica tan poco compadecida con su ideología, valores y principios

La izquierda en la transición se declaró juancarlista para evitar una manifiesta adhesión monárquica tan poco compadecida con su ideología, valores y principios, pero hoy el ejecutivo de progreso se ve compelido a salvaguardar una institución cada vez más alejada de la realidad social del país, que supone una visión nociva de la corrupción como engranaje necesario del sistema y que, por todo ello, pierde utilidad de representatividad y cohesión en la axialidad identitaria de España. En este contexto, el régimen demanda para su supervivencia, y los intereses de las minorías que constituyen el auténtico poder fáctico, la carencia de alternativas y, por tanto, cerrar el régimen en base a la exclusión de formatos polémicos que incidan en la vindicación de espacios constituyentes, de profundización democrática y de sostenibilidad social, benefactoras de las clases populares, con lo cual deja al gobierno progresista en la defensa contradictoria de todo aquello que niega ideológicamente su coherencia en la vida pública.

La minoría mayoritaria de la investidura representa la realidad fehaciente de la nación y, por tanto, con una cosmovisión clara de los problemas vivos que padece España: tensiones territoriales, depresión severa del mundo del trabajo y sus secuelas sociales: pobreza, desigualdad, empleo precario con salarios de hambre –los trabajadores, y no sólo los indigentes, tienen que acudir a los comedores sociales o al banco de alimentos-, empero, son sistemáticamente anatematizadas por las minorías fácticas de apoyo a la corona como garante de sus intereses e influencia en el pretendido espacio de la vida pública con un formato polémico limitado. Por tanto, es una mayoría la de la investidura a la que sólo le queda optar por el mal menor en un ámbito político que por su propia configuración imperativa sólo admite el desarrollo en distinta gradación de procesos políticos conservadores. El segmento socialista del ejecutivo intenta, en ese sentido, un acercamiento a la derecha, al objeto de poder articular una mayoría más confortable para la corona y las minorías influyentes. Podemos con su obsesión por llegar al gobierno ha ignorado aquello que advertía Largo Caballero cuando afirmaba que a las masas no se les podía decir desde el ejecutivo “ya veremos qué podemos hacer”, sobre todo, cuando se viene del malestar cívico por el régimen político del que ahora se forma parte. Esa falta de alternativas reales al régimen de poder –Norberto Bobbio consideraba que la democracia se caracterizaba por la existencia de alternativas posibles- se sustancia en que la decadencia de la monarquía impregne a los partidos institucionales y el sistema pierda definitivamente la capacidad de regenerarse.

Y todo ello bajo el drama de la pandemia y la excepcionalidad en todos los ámbitos que ha conllevado, lo que presagia un futuro sumamente incierto. La quiebra del turismo, la primera industria del país, y la ralentización en general del sistema productivo, requieren una reconstrucción casi posbélica del tejido económico del país. La crisis del régimen del 78 condicionará también la reedificación de una normalidad pospandemia en el contexto de la actividad productiva que, en virtud de la propia realidad del régimen en crisis, volverá a caer, como en el espacio crítico del 2008, sobre los hombros de las resignadas mayorías sociales. Decía Cervantes que vaya el cántaro a la piedra o la piedra al cántaro, mal para el cántaro. Y la piedra y el cántaro siempre son los mismos. Es el resultado de un régimen político cuya única alternativa es que no haya alternativa.

Monarquía, annus horribilis