viernes. 26.04.2024

Místicos, política y decadencia

En un delicioso libro sobre los clásicos españoles pone Azorín ingeniosa analogía entre los místicos y la política...

En un delicioso libro sobre los clásicos españoles pone Azorín ingeniosa analogía entre los místicos y la política. No es disparatado maridaje puesto que ya Fray Luis de León padecía los derroteros melancólicos de la nación, tan actuales, cuando en un verso se lamentaba de la “espaciosa y triste España”. Nos dice Azorín, que el místico se desentiende de todo lo que supone sensualidad, grosería, crueldad, concupiscencia, servidumbre brutal a los sentidos, dentro de su celda o de su estudio, a solas consigo mismo, frente a la eternidad, en comunicación con lo absoluto, el místico se siente dueño de su conciencia, más humano y más grande que todos los reyes, príncipes y señores. Y éste, colige Azorín, es el terreno en que política y mística se pueden entender.

Considera, por ejemplo, un político ante una sociedad sumida en la frivolidad y en la inconsciencia, los políticos, sus compañeros, están entregados a la corrupción, toda la política en un indecoroso monipodio, predomina el ansia torpe de gozar de un poder precario, si se tiene por alguien una iniciativa generosa, imposible llevarla a la práctica, por todas partes se hallan obstáculos para la reforma noble, no se ansía la reforma, porque el mejoramiento del conjunto social implica la cesación de cien corruptelas tradicionales y provechosas. Por otra parte, estará, como la conciencia en soledad del místico, la independencia, la sinceridad, el movimiento bravío y libre, los conciudadanos que sienten reflejado su pensamiento en la palabra sincera del político, la efusión agradecida de la multitud, la idea de nación por la que se trabaja, el ideal de humanidad por encima de la nación. ¿Cabrá dudas? Se pregunta Azorín.

Pues sí, sí hay dudas en esta génesis del siglo XXI por falta de tarea moral y, como consecuencia, la oquedad política que diluye los vínculos emocionales entre la ciudadanía y la política. Vivimos la decrepitud de una sociedad cerrada, que lo es porque disciplina e integra todas las dimensiones de la existencia, privada y pública. El demos, la ciudadanía, se queda sin voz, sin universalidad, ante los que defienden sus propios intereses y privilegios en contra de la calidad democrática, la justicia, los derechos cívicos y las libertades públicas que se abisman hasta la extenuación en un Estado mínimo donde la desigualdad y los desequilibrios sociales son elementos cotidianos. Una estructura discursiva que impregna la sociedad de una perversa metafísica en la que el individuo se convierte en prisionero de las calculadas ambigüedades que le proclaman el centro del orden social en una sociedad de masas al tiempo que anulan su voluntad mediante la propaganda y la despolitización. Como señalaba Pierre Rosanvallon ser representado no es sólo votar y elegir un representante, es ver nuestros intereses y nuestros problemas públicamente, nuestras realidades vitales expuestas y reconocidas.

Cuando el ocaso de un régimen no se desencadena por vicios ocasionales, sino por aquellos que lo constituyen, es casi imposible cualquier tipo de regeneración sin que implique la quiebra definitiva del sistema político.  Se pueden redefinir los contornos pero no la esencia. Abolida la ciudadanía como portadora de derechos a favor, en la jerga de Veblen, del interés de las personas sustanciales –élites- el déficit democrático es unos de los rasgos, como nos indica Chomsky, que nos diagnostica la presencia de un Estado fallido. Pero de toda esta crisis poliédrica y metastatizada, la ambigüedad de la izquierda es uno de los elementos más paradójicos. Desterrada la ideología de su riego sanguíneo por la adaptación a un sistema que niega el modelo de sociedad que debería propugnar, es incapaz de redefinir un pensamiento crítico que interpretando una realidad que resulta tan injusta, la transforme.

Es un momento histórico, político y social en cuyo contexto el atrezzo es incapaz de esconder por más tiempo el dolor humano y donde la izquierda no puede ser una simple corrección a la radicalidad conservadora. La ciudadanía presiente que se ha quedado sin voz, sin instrumentos políticos de autodefensa ante un sistema cada vez más impermeable a las demandas y necesidades de las mayorías sociales y donde el socialismo corre el riesgo de convertirse en una izquierda fallida en un Estado fallido en su afán de ser una alternancia en lugar de una alternativa a un régimen de poder en decadencia.

Místicos, política y decadencia