martes. 23.04.2024

Mariano Rajoy y la leal oposición

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Mientras siga siendo difusa conceptualmente la necesidad de un aggiornamento del sistema político, la oposición tendrá que debatirse entre la impotencia y el barullo

Mariano Rajoy tiene sólo una estrategia que hasta el momento le ha ido bien a pesar de sus limitados recursos dialécticos y su escasa brillantez política: ganar a sus adversarios por agotamiento, lo cual no es exclusiva virtud del presidente del Gobierno puesto que dicha estrategia no tendría el éxito que tiene sin el correspondiente demérito de la oposición. La silueta no queda completa si una vez trazado el contorno no se la dota del dintorno correspondiente.

Esta legislatura comenzó con un consenso generalizado en la oposición de las tesis más favorables a Mariano Rajoy: que los ciudadanos estaban cansados de votar, que era necesario un gobierno, aunque al día siguiente la oposición estuviera obligada a derribarlo, que la oposición no podía conseguir un mayoría parlamentaria alternativa a la del Partido Popular pactando con los grupos que el mismo partido de Rajoy había vetado, hasta llegar a las tesis agónicas en cuanto a su racionalidad como la mantenida por el extinto políticamente Eduardo Madina, que llegó a afirmar que el PSOE podría aplicar su programa electoral con un gobierno del PP en minoría o la de Albert Rivera, quien mantuvo que combatiría la corrupción de la mano del partido más corrupto.

En este contexto, no es de extrañar que Rajoy tome el control de la trapisonda y la frustración de la ciudadanía por la carencia de consecuencias para el presidente y el Partido Popular en el poder con motivo de las iniciativas de la oposición en relación a la corrupción, la traslade urbi et orbi como cansancio y lasitud de la opinión pública ante la reiteración del tema. Tesis que se acabará imponiendo por esa inatención de las fuerzas opositoras para percibir que el sistema concede todas las regalías al poder en virtud de una estabilidad que en el fondo es un bloqueo. Mientras siga siendo difusa conceptualmente la necesidad de un aggiornamento del sistema político, la oposición tendrá que debatirse entre la impotencia y el barullo.

Ciudadanos no puede ser sino un apéndice colaboracionista de la derecha, por su origen y su naturaleza ideológica, a pesar de su pretendido escaparate retórico de un regeneracionismo cuya cualidad se sustancia más en un artículo publicitario para captar los adeptos que el conservadurismo tradicional pierde, que parte de unos principios que la praxis política desmiente.

Podemos, por su parte, es el otro partido emergente que una vez roto el bipartidismo debía aportar una redefinición del vigente régimen político. Sin embargo, hasta el momento, lo que ha hecho es resituar el malestar ciudadano que en su momento se identificó con el partido morado en los mecanismos institucionales que fueron considerados por sus dirigentes como la causa de que no tuvieran respuesta las demandas más sensibles de unas mayorías sociales acuciadas por las políticas unívocas que delimitaban el marco de lo posible y que maltrataban a las clases populares y cuya síntesis se materializó en el eslogan: “no nos representan.” La indefinición ideológica y una aspiración inconcreta a una caliginosa transversalidad le impide, por el momento, abordar los potenciales modelos alternativos al actual sistema político que debería ser su desafío histórico.

Por último, el Partido Socialista, se enfrentó al mayor acto autodestructivo encabezado por un sector, instigado por Susana Díaz con el apoyo de algunos barones con poder institucional y los históricos de las puertas giratorias, que no tuvieron empacho en situar al partido en una devastadora crisis con el objeto de favorecer la continuidad de Rajoy en el poder e impedir que su secretario general pudiera alcanzar la presidencia del Gobierno. La movilización espontánea de las bases y el posterior resultado de las primarias expresó claramente la voluntad de la militancia de que el partido recuperara su ideología de izquierda y su actuación política fuera coherente con este mandato. Empero, la rebeldía manifiesta del “susanismo” y la falta de vertebración de un relato renovado y valiente desde el ámbito de la izquierda, limita, hasta ahora, el potencial protagonismo que debería darle al PSOE una agenda de transformación institucional y social.

Es este escenario político el que hace posible algo que sería inverosímil en los países de nuestro entorno: que el máximo responsable de un partido podrido hasta el último de sus entresijos por la corrupción, donde prima la inmoralidad pública, que ha llevado a cabo las más dramáticas políticas antisociales hasta situar a España en la cúspide de la desigualdad, que manipula a la justicia con fines políticos, que es el máximo responsable de las tensiones territoriales por su actitud recentralizadora y restrictiva de las autonomías, no sólo gobierne sin excesivos agobios con una exigua minoría parlamentaria, sino que desgaste a la oposición, a esa oposición, por cierto, gracias a la cual pudo investirse presidente de Gobierno.

Mariano Rajoy y la leal oposición