viernes. 29.03.2024

La rebelión de las élites | 1

Ya nada volverá a ser igual. El retroceso en la educación pública; el desmantelamiento de la sanidad, dejando de ser un derecho universal para convertirse en una iguala como la que pergeñó el falangista Girón de Velasco en los años de la beneficencia franquista; el zarpazo a los derechos de los trabajadores, a las libertades públicas, no son medidas coyunturales anticíclicas, entre otras cosas porque agudizan y no

Ya nada volverá a ser igual. El retroceso en la educación pública; el desmantelamiento de la sanidad, dejando de ser un derecho universal para convertirse en una iguala como la que pergeñó el falangista Girón de Velasco en los años de la beneficencia franquista; el zarpazo a los derechos de los trabajadores, a las libertades públicas, no son medidas coyunturales anticíclicas, entre otras cosas porque agudizan y no sobresanan las excrecencias de la crisis, sino los sillares  de la refundación autoritaria del Estado, muy reluctante con derechos y  libertades. Se pretende que las ideas y los principios sucumban frente a los condotieros del rigor presupuestario, que no es, al final, sino el rigor mortis que nos trae el discurso  “no hay alternativa”, mientras la tecnocracia sustituye a la política con el fin de aherrojar por completo los principios cívicos de la democracia.

Nunca como ahora tantas cosas fundamentales para la ciudadanía han estado en un peligro tan grave en forma de agresión sin precedentes a la supervivencia y dignidad de amplios segmentos de la población mediante un auténtico coup de force contra el Estado social y de derecho. Las fuerzas conservadoras ejercen de verdugo pudibundo. No sólo ajustician, sino que predican. Fomentan el desprestigio de la actividad pública, desprecian las instituciones democráticas, humillan y castigan a las clases populares, empobrecen a todos y llevan al país a la quiebra al tiempo que salvaguardan los intereses de los poderes económicos y financieros que son las causantes de la crisis.

En realidad lo que estamos sufriendo es una rebelión de las élites, concepto acuñado por el historiador y sociólogo Christopher Lasch, que define el momento en el que grupos privilegiados de actores económicos y políticos, representantes de los sectores más aventajados de las sociedades, se liberan de la suerte de la mayoría y dan por concluido de modo unilateral el contrato social que los une como ciudadanos. Las élites arrojan al resto de las clases sociales al pozo de la más grosera desigualdad, fragmentan los Estados y traicionan la idea de una democracia concebida por todos los ciudadanos.

Krugman ha hablado de "la imprudencia de las élites" en otro sentido pero en la misma dirección: las políticas que han multiplicado el paro y empobrecido a las clases medias fueron abanderadas por pequeños grupos de personas influyentes, "en muchos casos las mismas personas que ahora nos dan lecciones a los demás sobre la necesidad de ponernos serios". Alain Touraine escribe en su última obra (Después de la crisis. Paidós) que el comportamiento de los muy ricos, dominado por la obsesión del máximo beneficio, desempeñó y sigue desempeñando el papel principal en la disgregación del sistema social, es decir, "de toda posibilidad de intervención del Estado o de los asalariados en el funcionamiento de la economía".

España se ha convertido en el paraíso de la desigualdad y del reflujo democrático. Es el país de la UE-15 que tiene mayores desigualdades sociales y más policías por 10.000 habitantes y, a la vez, menos adultos trabajando en sanidad, educación, y servicios sociales. Las élites rampantes, la derecha y los círculos mediáticos del establishment han aprovechado la crisis para la gestión ideológica de la economía y la acotación restrictiva de los estambres democráticos de poder.

La rebelión de las élites abandera la teoría de  que para que se produzca crecimiento más que aportar capital es necesario suplirlo –atención a este concepto donde se esconde la raíz  de una de las peculiaridades más perversas de esta coyuntura– en la medida de lo posible con unas formas de producción que exigen la concurrencia de la violencia institucional. La deslegitimación de los conflictos sociales propicia, por su parte, que el ciudadano se convierta en víctima, desprovisto de cualquier conciencia de sus propias potencialidades en el ámbito de la sociedad. Una víctima de la que hablaba la poeta Anna Ajmátova: “Pierden cualquier semblanza de dignidad humana, hasta para morir deben hacerlo en silencio.”

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