jueves. 28.03.2024

La confusión opresora

esigualda

“Je est autre”, dice Rimbaud;  “Soy un fue y un será”, confiesa Quevedo, y Cocteau describe a Víctor Hugo como un loco que se cree Víctor Hugo. El Quijote, en la plenitud de su confusa percepción identitaria, exclama: “Yo sé quién soy”; la lorquiana Yerma, que conoce amargamente su realidad, implora: “Yo no sé quién soy.” La confusión es la protagonista de las crisis humanas. A la mentira se la puede combatir porque su desoxirribonucleico dialéctico es demasiado grosero como para intentar alguna simbiosis desconcertante. La mentira es una elaboración ajena a nosotros mismos que se nos inocula mediante el engaño, la confusión, sin embargo, que al final produce los mismo efectos desorientadores intelectualmente que la mentira, es producto de una elaboración mental propia a través de unos materiales psicológicos y comunicacionales que tendenciosamente son puesto en circulación y cuya finalidad, al igual que la mentira, es una percepción distorsionada de la realidad, pero en el caso de la mentira el vehículo es el engaño y en el caso de la confusión el error, por lo cual la confusión nunca es severamente anatematizada como la mentira. Siempre es más fácil protestar por sufrir un engaño que reconocer que nos hemos equivocado.

En la crisis de 2008 la dominante subjetividad neoliberal presentó un repertorio de equívocos como recetas técnicas para resolver los problemas que sus propias contradicciones teóricas habían generado. La charlatanería posmoderna eliminó  sumariamente los grandes relatos, las ideologías emancipadoras, como artefacto metafísico demodé para confundirnos con una historia fragmentaria, ajena al progreso, y donde todo había que someterlo al Moloch del mercado. Sin embargo, las grandes crisis, sea la financiera de 2008 o la pandemia que hoy padecemos no las resuelve el mercado, sino aquello que la posmodernidad neoliberal dice que no funciona: la colectivización. Sea la quiebra del sistema financiero o una pandemia como la que padecemos no se pueden resolver desde el egoísmo, los compartimentos estancos, la lucha entre individuos, el “sálvese quien pueda” y todo ese repertorio de sofista que no es coadyuvante a que el individuo actúe de manera ética, cívica y solidaria, sino que fomenta sistemáticamente los anti-valores del egoísmo, el poder y de la explotación.

La resignación de vivir en una sociedad distópica como la única posible es la peor pandemia que podemos padecer

¿Sustituirá una pandemia de confusión a la pandemia sanitaria? ¿Seguirá el egoísmo, la rapiña y la depredación social de las minorías económicas y financieras asaltando y ramoneando los pecios de lo público hasta que, como dijo J.F. Kennedy, “cuando la sociedad no pueda ayudar a sus muchos pobres, no podrá tampoco salvar a sus pocos ricos”? ¿Seguiremos metidos en esa calígine que nos imponen para disfrazar el rotundo fracaso moral, político y económico de la posmodernidad? ¿Seguirá la izquierda sumida en la confusión de que la política es el arte de lo posible y que lo posible es lo que las minorías influyentes determinan?

La resignación de vivir en una sociedad distópica como la única posible es la peor pandemia que podemos padecer, porque produce una anemia moral cuya toxicidad impide la dignidad del individuo hasta cosificarlo, convertirlo en mercancía y la sociedad en una jungla que reinventa cotidianamente la barbarie.

La confusión opresora