viernes. 26.04.2024

La izquierda y las alternativas decentes

Una gran parte de los males de este mundo, como nos advierte Julián Marías, aquellos que son en principio evitables, porque dependen de las conductas humanas y no de la estructura de la realidad, proceden de las malas relaciones con la verdad, que pueden llegar a la aversión hacia ella, a que sea considerada como el enemigo que hay que evitar o destruir. La diversidad de lo humano, la índole conflictiva excluye la homogeneidad, la unanimidad, que siempre es impuesta, precisamente a costa de la verdad, de su desconocimiento o falsificación.  Alguna vez he comentado cómo Unamuno aseguraba que un país vivo era un país ideológicamente dividido, y no encontraba ninguna razón para justificar “eso de la unanimidad.” Al escritor vasco, le daba lástima “un pueblo unánime, un hombre unánime.”Todo ello ha llevado muchas veces a confundir el espíritu crítico con el negativismo, lo cual es un profundo error, doloso o no, ya que el espíritu crítico consiste en mirar atentamente lo real, distinguir lo bueno de lo malo, lo existente de lo carente, le vrai d’avec le faux, lo verdadero de lo falso, como decía Descartes.

La esencia de la política, igual que la de la filosofía, es el análisis y no la síntesis, y la política española se ha convertido en una síntesis que nadie se ha molestado en analizar previamente, sumiéndola en la perplejidad sistemática de lo que debía ser. Esto supone que se viva en una realidad inexistente, en contra de la verdad, en un tiempo destinado a pasar, como afirmaba Ortega. No hay nada en la política nacional que no sea el cálculo de contable fullero en una sociedad cerrada que disciplina e integra todas las dimensiones de la existencia, privada y pública. La manipulación de las necesidades de los individuos -ese control de las mismas formas del deseo en cada individuo­- precondiciona los contenidos de la conciencia, de modo que no es de extrañar que el juego político de las democracias débiles como la española ofrezca salidas únicamente aceptables para la lógica de dominación del sistema. Al mismo tiempo, la posibilidad de un pensamiento crítico, el espíritu crítico del que hablábamos antes, está obturada por el positivismo tecnocrático, que confirma la supuesta racionalidad de una realidad que es irracional (Herbert Marcuse), en esa lucha contra lo verdadero.

Todo ello, posibilita que los contextos, pretextos, excusas y justificaciones que, como retóricas empecinadas en relacionarse mal con la verdad, constituyen hoy la mayoría de los actos de la vida pública española, adquieran la forma de la inautenticidad como última trinchera de un sistema fallido. El Partido Popular, que ha llegado a ser catalogado por la judicatura como organización criminal, trufado de corruptelas generalizadas y estructurales y artífice de las mayores agresiones a las clases populares y trabajadoras ha podido seguir en el Gobierno con el apoyo implícito de un sector del PSOE que para ello no ha tenido empacho en dividir y debilitar a su propio partido. Y todo esto en nombre de una supuesta estabilidad institucional, ¿la estabilidad de la corrupción? ¿La estabilidad de la desigualdad? ¿La estabilidad de la injusticia social?

Volviendo a Julián Marías, cuando alguien vive sobre ideas y creencias de cuya falsedad está convencido, siente que la presencia de la verdad destruye ese fundamento y con ello su “contra vida”, porque la inautenticidad es el modo de “no ser” de la vida humana. Ese no ser sumergido en una ficticia realidad en permanente desapego a la verdad como posición en la vida pública es lo que hace de la contradicción parte del programa político de unos fines caliginosos y emboscados. El desprendimiento del sujeto histórico del PSOE –nadie sabe con exactitud qué intereses son los que defiende en este momento- la lucha permanente con las otras fuerzas de progreso con las que debería tener alguna empatía ideológica y que propicia una fragmentación irreconciliable de la izquierda a favor de una derecha no ya sin fisuras sino con apoyos implícitos antinaturales como los del mismo PSOE, la irritación de la militancia que no se reconoce en la deriva de su propia organización, la perplejidad de los votantes que ven como la papeleta que echaron en la urna ha ido a parar a espacios que eran los que querían combatir, están convirtiendo la posición y función en la sociedad del Partido Socialista en una oscura ambigüedad que sólo el espíritu crítico y la lealtad ideológica a su propia y auténtica verdad podrá diluir.

El momento histórico es grave bajo el régimen del 78 cuya tolerancia a las políticas de izquierda está colmada, si es que no lo estuvo desde el principio de la llamada transición, y se encuentra en esa tesitura defensiva en que las soluciones únicamente aceptables son las que se compadecen con la lógica de dominación del sistema, es decir, las conservadoras. Es por ello, que existe una exigencia fáctica a la izquierda de persistencia en esa inautenticidad del no ser. Pero el fin de las alternancias y la necesidad de verdaderas alternativas es un nuevo escenario que se ha impuesto porque la ciudadanía ha comprobado dramáticamente en sus propias carnes que la ideología y los valores en política no tienen alternativas decentes. El viejo aparato del PSOE debería tomar buena nota de todo ello porque gran parte de la militancia ya lo ha hecho y no está dispuesta por más tiempo a que el Partido Socialista siga mal relacionado con la verdad.

La izquierda y las alternativas decentes