jueves. 28.03.2024

El gobierno progresista y la cuestión social

Hermann Heller

Los ciudadanos españoles están inmersos en una realidad de urgencias y a su vez de prioridades dicotómicas o anárquicamente jerarquizadas, en un ambiente donde confluyen todas las roturas políticas, institucionales y sociales, con el humor tóxico de una corrupción sistémica con capilaridad en los cornijales más sensibles del régimen y con la dramática coda de la pandemia desatada.

La ciudadanía sufre con resignación las difíciles contingencias que pueden arruinar la salud de sus miembros, llevarles a la pobreza y marginación social, en una ecología crítica donde las clases populares carecen de verdaderos instrumentos políticos y cívicos de autodefensa. La ideología posmoderna de la sociedad fragmentada en la que la babelización ya no es un mal sino un estado positivo porque permite, sostiene cínicamente Lyotard, liberar al individuo de las ilusiones centradas en la lucha por un futuro utópico para que pueda vivir libremente el presente. La libertad, en el caso de las mayorías sociales, de la desesperanza y un hoy de desigualdad, pobreza, sin posibilidad de futuro porque simplemente no existe por las condiciones de depauperación del presente.

La imposición posmoderna de la hegemonía cultural del capitalismo financiero posibilita que, derrotadas las grandes narraciones emancipadoras, es decir, las cosmovisiones ideológicas, las crisis, de la índole que sea, constituya una fuente de detritus sociales de los que se alimentan las minorías financieras a costa del infortunio y la marginación de la mayoría de la ciudadanía indefensos ante una nueva inmadurez, pero no una inmadurez trivial o efímera, sino una inmadurez que se vuelve congénita. Es el signo de una de las mayores contradicciones del individuo posmoderno, en donde el conocimiento inútil es lo que más resalta, todo ello, en medio de una avalancha de información que, mientras por un lado lo desculturiza, por el otro, lo desinforma.

El gobierno más progresista de la Transición no corrige, no ya abolir, la reforma laboral que ha hundido el mundo del trabajo e instaurado la precariedad en el empleo y los salarios de hambre; también se aleja cualquier posibilidad de banca pública, tan necesaria en determinadas líneas de interés público estratégicas, como pueden ser apoyo a la pequeña empresa, protección ecológica y transición energética, atención a zonas desfavorecidas, etc. Muy al contrario, la fusión de Bankia y la Caixa viene a consagrar un statu quo bancario privilegiado por el Estado español, con un trato impositivo especial, pues es uno de los sectores con mayores beneficios y con menor carga impositiva de la UE y, por cierto, el sector que tiene mayores depósitos en paraísos fiscales.

Son dos ejemplos de ese gran déficit democrático que supone la excesiva influencia de las minorías dominantes que imponen unas políticas determinadas compadecidas con sus exclusivos intereses vertebrados como universales por el Estado posfranquista. La democracia, por consecuencia, se diluye entre un sistema económico hostil a las mayorías sociales y un derechismo con poca pulcritud con los derechos sociales. El tratadista alemán Hermann  Heller se enfrentó al problema concreto de la crisis de la democracia y del Estado de Derecho, al que consideraba que era preciso salvar no sólo de la dictadura fascista sino también  de la degeneración a que lo había conducido el positivismo  jurídico  y los intereses de los estratos dominantes. La solución no está, como concluyó Heller, en renunciar al Estado de Derecho, sino en dar a este un contenido económico y social, realizar dentro de su marco un nuevo orden laboral y de distribución de bienes: sólo el Estado social de Derecho puede ser una alternativa válida frente a la anarquía económica y frente al autoritarismo fascista y, por tanto, sólo él puede ser la vía política para salvar los valores de la civilización.

Esa imposibilidad de un Estado social, es decir, la falta de competencia del Estado para dar al orden social una estructura y un sentido, representa la brecha democrática más sensible, pues afecta de una forma drástica  a la vida de la gente, a la mayoría de las personas, por imposición de unos poderes no sometidos al escrutinio cívico. La devastación de la pandemia y tras ella, tendrá como damnificados a esas mayorías que ya no son sujeto histórico de nadie y padecen todas las intemperies de un sistema económico basado en la desigualdad.

El gobierno progresista y la cuestión social