viernes. 29.03.2024

Franco, caudillo de España por la gracia de Dios

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Es necesario que Franco salga antes de las instituciones que de su tumba

En alguno de mis artículos anteriores y, con más extensión, en mi libro de inminente aparición “Dios mío, ¿qué es España?” expreso cómo nuestro país se ha constituido en una anomalía histórica en el contexto del mundo occidental por las excrecencias políticas de un franquismo irreductible que trascendió al inevitable acto biológico, pero no político ni sociológico, de la extinción del dictador. Ello provoca paradojas esquizoides que no pueden ir más allá de la prestidigitación del simulacro, tupido en el proceso de la Transición cuya finalidad consistía, en su sentido menos confesable, en dar cobertura, continuidad, seguridad y horizonte a los intereses, influencias y poder sustantivos de los años del caudillaje.

Estas contradicciones entran en fricción cuando un gobierno actúa como si el Estado que dirige hubiera sido la alternativa beligerante a la dictadura y no su reformada continuidad estamental, sociológica y económica. Un gobierno demócrata que se ve sometido a la presión, la amenaza y la altanería de la familia de un dictador aliado y servidor complaciente de Hitler y Mussolini, que llenó de sangre y cadáveres el solar español, por el hecho de pretender que el enterramiento del militar traidor a la patria y al pueblo no sea un lugar de culto apologista del fascismo, es algo que hoy en Europa resulta de una extemporánea singularidad.

La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, se plantó en el Vaticano, pretendiendo que la Santa Sede, pensando en cierto progresismo conceptual del Papa Francisco, apoyara la posición del Gobierno de no alojar los huesos de Franco en la Catedral de la Almudena, ignorando u obviando que la Iglesia que pidió perdón por sus crímenes durante la conquista de América o por la insensibilidad del Vaticano ante el holocausto, jamás ha rectificado pública y colegiadamente de haber bendecido como “cruzada” la rebelión militar del 18 de julio de 1936, dando legitimidad a la dictadura posterior y la represión que trajo consigo. Durante los años de la dictadura se recordaba a las víctimas de un lado, el franquista: 'Caídos por Dios y por España' mientras se olvidaba a centenares de víctimas del franquismo, incluidos miembros de la Iglesia (curas vascos asesinados, curas de la cárcel de Zamora.... Muerto el dictador, nada cambió. Luego de Transición,  la jerarquía católica española ha perpetuado la misma línea de actuación: ensalza a unas víctimas con beatificaciones y canonizaciones en masa y, por otra, olvida a las de la represión franquista. Siendo ya el Papa Francisco Vicario de Cristo en la tierra, se beatificaron 522 "mártires de la fe" en Tarragona.

Naturalmente, la Iglesia se limitó a decirle a la vicepresidenta española que negociara el Gobierno con la familia del dictador. La Transición no supuso ninguna reprobación del franquismo, ni se legisló en contra de su apología o voluntad ideológica; cómo hacerlo cuando Franco había designado a su sucesor a titulo de monarca de un reino que el dictador había consagrado mediante la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947), es decir, la actual monarquía tiene la consanguinidad que tiene, y es muy complicado que un régimen actúe como epifenómeno de sí mismo. Es una reflexión que la izquierda tiene pendiente: es necesario que Franco salga antes de las instituciones que de su tumba.

Franco, caudillo de España por la gracia de Dios