martes. 16.04.2024

¿Estamos en guerra?

Había que armar y alentar a los talibanes para que expulsaran a los comunistas de Afganistán, esa fue la gran estrategia de los señores de la guerra y del dinero para desviar el conflicto social.

Había que armar y alentar a los talibanes para que expulsaran a los comunistas de Afganistán, esa fue la gran estrategia de los señores de la guerra y del dinero para desviar el conflicto social hacia cuestiones identitarias. Después vendría la teoría del “caos creativo” basado en intervenciones desestabilizadoras para el control geopolítico. Sin embargo, nadie entendió aquella advertencia de Pasolini en la última entrevista que concedió el mismo día de su muerte, hace 40 años, y en la que hablaba de lo que “los burgueses ignoran”. Decía Pasolini: “ustedes no viven en la realidad. Yo sí. Ahí abajo hay muchas ganas de matar”.

El neoliberalismo, los neoconservadores y los señores del mercado y de la guerra invadieron Afganistán e Irak, destruyeron Pakistán y alzaron al mundo entero contra Irán. Luego han querido la desmembración de Líbano. Al mismo tiempo, Sudán es mutilado en un drama que facilita la realización de viejos planes de crear un bloque, todo suyo, en el este de África. Y Egipto será llevado a una sed y un hambre controlados por los grifos del Nilo, y segregado, también geográficamente, del resto del mal llamado "mundo árabe" y Siria.

Los medios de comunicación, por su parte, tienen un rol en la geoestrategia y en la consolidación de la ideología dominante del capitalismo posmoderno fundamentada en la simplificación. Para Herbert Marcuse si las comunicaciones de masas reúnen armoniosamente y a menudo inadvertidamente el arte, la política, la religión y la filosofía con los anuncios comerciales, al hacerlo conducen estos aspectos de la cultura a su común denominador: la forma de mercancía. Cuenta el valor de cambio, no el valor de la verdad.

Mercancías almacenadas en las periferias bajo la sospecha de la otredad. Estudios con jóvenes inmigrantes en Francia a la pregunta a los que tienen la doble nacionalidad argelina y francesa: tú qué eres, ¿argelino o francés?, respondieron: Yo soy de tal ciudad. Y más concretamente, no, tal ciudad  no me interesa, yo soy del conjunto habitacional X. O Yo soy del conjunto habitacional Víctor Hugo, o yo soy de la torre 12, y no tengo nada que ver con esos idiotas de la torre 14, que son exactamente la misma población. Es decir, hay un localismo que es una expresión muy importante. Lo que existe es una separación. La ajenidad se apropia de la ciudad, transita por sus calles en la forma del extranjero, del mendigo, del diferente, de todo aquel que se convierte en fuerza amenazante para el otrora hogar del individuo. Cada vez más, en la modernidad tardía, el ciudadano no halla su casa en la ciudad, porque ésta está habitada por otros. Cada vez más, la ciudad es lugar de tránsito, laberinto apto para la pérdida, lugar del intercambio y del consumo, y como tal, de la homogeneidad que no pareciera tener en cuenta las diferencias.

Esa otredad impuesta es la que produce la paradoja de que en los atentados de París hubiera asesinos franceses y víctimas musulmanas, las fases decadentes del capitalismo crean monstruos que a su vez son víctimas también. Como decía Pasolini, hay muchas ganas de matar, pero al mismo tiempo hay muchas ganas de morir. Las “leyes objetivas del mercado” y los intereses de las minorías dominantes como ideología unívoca que presenta los intereses de una clase como los del conjunto de la sociedad, son teorías ya demasiado frágiles ante un capitalismo en descomposición que se alimenta de la pobreza, la marginación y la explotación de las mayorías sociales y hace de la guerra la gran cruzada de los mercaderes del templo.

¿Estamos en guerra?