sábado. 20.04.2024

España, del bipartidismo al partido único

Había un estupor y una desconsideración social a los recortes y a las políticas austericidas, un malestar extendido y justificado por el estropicio que infligen a la gente lanzándola a la pobreza, al drama de la insolvencia y la escasez, al desasosiego y el agravio de la desigualdad, mientras la pesadumbre contemplaba con impotencia el celo malhechor de la corrupción. La calle hizo hueco a las voces de los que sufrían los desarreglos de un régimen de poder cada vez más dual ante la insonorización de las instituciones a los ecos de la inquietud. Y, como ocurre desde hace doscientos años en España bajo la influencia del conservadurismo rancio y carpetovetónico, la ley mordaza convirtió en delito la expresión ciudadana y el malestar. Todo ello en un sistema cerrado donde todos los procedimientos de la actuación política conducen a la ortopedia de limitar el terreno de lo posible y, por consiguiente, a las alternativas a los intereses fácticos de las minorías económicas y estamentales.

Este sistema de unilateralidad y desafecto a la soberanía de las mayorías sociales mediantes las argucias restrictivas que van desde un sistema electoral deformador del voto ciudadano hasta los déficits participativos generados por la lógica impuesta por una remozada ideología posdemocrática, en una crisis identitaria manifiesta, se enfrenta a la necesidad de estrechar más los términos de la esgrima institucional hasta recomponer el consenso de que es necesario, en la tesitura del espectro político generado en los últimos comicios,  que haya un gobierno, un gobierno de la derecha por el bien del interés de la nación. Un gobierno que parece olvidarse fue el causante del malestar de las mayorías sociales y la represión del grito que denunciaba ese malestar.

Lo que ocurre es que si bien es cierto que el bipartidismo ha muerto el correlato siguiente no es la multiplicidad de opciones posibles, sino, por la presión conceptual del sistema en la limitación de alternativas, el partido único. Cualquier organización política que intente constituirse como fuerza de gobierno tiene que estandarizar sus políticas hasta la alternancia, es decir, hasta convertirse en un leve matiz de la misma política, lo cual conduce a que el abanico de fuerzas partidaria sea en realidad como un solo  partido con diferentes siglas y sensibilidades. Por todo ello, entre uniformidad y silencios, se ha instalado la vieja y dramática sentencia decimonónica de Silvela: España no tiene pulso. El filósofo americano Stanley Cavell escribió que la democracia es una cuestión de voz. Se trata de que cada ciudadano pueda reconocer en el discurso colectivo su propia voz en la historia. Sin esto no hay política, sólo gestión, o gobernanza como se dice en los ámbitos económicos, y sin política, la democracia pierde sentido.

España, del bipartidismo al partido único