viernes. 26.04.2024

El Estado enfermo

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“Todo Modo”, la hermosa película inspirada en la novela de Leonardo Sciascia que Elio Petri realizó en 1976, comienza de una manera que hoy parece sorprendente. Una ambulancia recorre las afueras de una ciudad con altavoces montados: “Atención, atención. A todos los ciudadanos… La epidemia sigue cobrando víctimas entre la población de nuestro país. La única forma de combatir la epidemia es la vacunación obligatoria ...” A lo lejos, en el hotel Zafer, lugar dedicado a los retiros espirituales, el poder muestra su lado enfermo entre intrigas, luchas de poder, separación de la realidad. Afuera está la epidemia, adentro la enfermedad. Fuera está la emergencia, dentro los tiempos prolongados de un mundo sustancialmente autorreferencial.

La pandemia descomedida bajo una heterogénea decadencia del régimen del 78, cuyo correlato es un excedente crítico de quiebra institucional que ha situado el debate político en el arquitrabe de una peligrosa degradación de la vida pública, proyecta una ruptura significativa entre la cruda realidad de una sociedad enfrentada a la enfermedad y la pobreza y las bambalinas degradadas de unas instituciones en una profunda crisis de posición y función en la sociedad. Todo ello se sustancia en el mórbido corolario de una jefatura del Estado salpicada por la corrupción mediante un ex rey emérito autoexiliado después de amasar de forma opaca una inmensa fortuna y un monarca reinante que con sus actitudes partidarias ha roto el poder arbitral del Estado; la extremosa disposición de una derecha poco compadecida con los parámetros democráticos de la esgrima política y obsesionada  por llegar al poder de cualquier modo y mediante cualquier medio en una actitud cada vez más autoritaria; un poder judicial politizado y un gobierno demasiado constreñido ideológicamente por un sistema que en su quiebra moral, política y social, lo arrastra a transigir con factores contradictorios con su propia esencia e intereses de su sujeto histórico.

La supervivencia de la Monarquía posfranquista está siendo a costa de los derechos y libertades de las clases populares, de la justicia social y la igualdad y, en este sentido, cada vez serán más gravosos los déficits democráticos

Y toda esta quiebra sistémica en un país que vive al día, en el que una de cada cuatro familias se encuentra bajo el umbral de la pobreza y en el que los analistas cifran por encima del 30% del PIB el peso de la economía sumergida. La crisis de 2008 supuso, en realidad, una remodelación a la baja del tejido laboral que ha dejado en la crisis de hoy sin anticuerpos sociales a importantes segmentos de la sociedad. Las familias precarias van a tener problemas de subsistencia sin paliativos que constriñan la situación. Es grave que un Estado enfermo haya dejado sin cortafuegos sociales a amplios sectores de la ciudadanía que ahora se enfrentan a una doble indefensión: ante el coronavirus y ante la debilidad material que les hace más vulnerables aún. Los fines de la vida pública se tornan caliginosos más allá de una lucha enfermiza por el poder sin capacidad de asumir de forma legible la verdadera realidad de país, un poder político sobremanera feudatario del verdadero poder fáctico del establishment que hace largo rato que abandonó cualquier responsabilidad social. La supervivencia de la Monarquía posfranquista está siendo a costa de los derechos y libertades de las clases populares, de la justicia social y la igualdad y, en este sentido, cada vez serán más gravosos los déficits democráticos. Sólo podrá aventarse algún tipo de regeneración política si el pensamiento progresista impone una realidad dolosamente olvidada: que el pacto de la Transición supuso el desmantelamiento ideológico de la izquierda para convertirla en un ente de gestión ex profeso para un Estado franquista reformado.

En este contexto, una izquierda no comprometida ni solidaria con los vicios del sistema podrá tener la capacidad para crear espacios constituyentes de profundización democrática y social, de lo contrario la decadencia del régimen también será su propia decadencia en el ámbito de un Estado gravemente enfermo.

El Estado enfermo