sábado. 20.04.2024

La democracia y el Valle de los Caídos

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El presidente Sánchez ha diseñado una acción de gobierno inmediata volcada en los aspectos simbólicos pensando, sin duda, que determinadas medidas icónicas e iconoclastas podían tener una notable trascendencia en el imaginario colectivo progresista, sin el aspecto contencioso, con más aristas y resistencias fácticas, que podían tener aquellas actuaciones de regeneración democrática, redistribución de riqueza, reforma del Estado y las necesarias y urgentes contra la pobreza, la desigualdad económica y social y la degradación del proyecto de vida de las clases populares. Sin embargo, parece que el presidente y su equipo no previeron que España es un país bloqueado. Bloqueo de una sociedad cerrada, que inclusive cuando parte de la aceptación teórica del diálogo, plantea, de inicio, la práctica imposible de su realización. En efecto, el diálogo abierto –en su sentido socrático o mayéutico- supone la aceptación de la autoridad racional, es decir, la premisa de lo revisable, opinable. El patrón de la conducta uniformadora propende a considerar toda revisión como una debilidad –centro medular de la autoridad represiva- como una representación pública del fin del derecho. Más aún: el derecho es asimilado y transferido a lo puramente repetible y mecánico por el sólo hecho de estar codificado y que hace imposible la organización racional del debate por una constante apelación a la ley y el orden.

Por ello, en un régimen de poder bloqueado, la política sólo es posible como inhibición, ya que no es factible separar este régimen de las condiciones reales de las cuales surgió y que han condicionado estructuralmente la función del Estado. En este contexto, los partidos llamados de Estado o dinásticos no tienen margen en este régimen bloqueado de enfrentarse a los acontecimientos sino adaptarse a ellos para dar la sensación de que los domina y esa fue la arquitectura institucional de la alternancia como sucedáneo de una auténtica alternativa imposible. La intolerancia del sistema a la profundización democrática y al libre juego político del pensamiento crítico, hizo que la voladura del bipartidismo, por agotamiento de un sistema que carecía de credibilidad por la uniformidad en las alternancias de los presuntos antagonistas, se intentara corregir no por los desequilibrios de las causas sino por la penalización de las consecuencias, de tal manera que el sentido común imperante –sentido común que para Gramsci era el principal instrumento de dominación-, apelara cada vez más abiertamente al autoritarismo y al desalojo de la política como herramienta central del formato polémico constituyente de la vida pública.

Un país bloqueado, es incapaz de organizar el caos y los desequilibrios que genera y, por tanto, sumido en esa corrupción que para Nietzsche no era sino el signo de los períodos otoñales de un pueblo. Por todo lo anterior, incluso la política epidérmica por imágenes tiene sus limitaciones como suplantación, ya que no transforma una realidad anacrónica sino que, simplemente, pretende escamotearla. De ahí las dificultades que irán aumentando para el presidente Sánchez en satisfacer las expectativas icónicas que anunció en el Congreso. Todo ello se sustancia en un distanciamiento cada vez más gravoso entre las necesidades de la nación y los adormecidos instrumentos políticos encapsulados en su propia incapacidad institucional de organizar en términos democráticos la vida pública. Hay que sacar a Franco del Valle de los Caídos y de las arterias morbosas del organismo del Estado, para que lo que hoy políticamente es imposible, sea políticamente inevitable.

La democracia y el Valle de los Caídos