miércoles. 24.04.2024

Crisis perfectas, sociedades imperfectas

ifema
Imagen de archivo del hospital de campaña de Ifema.

No es la primera vez que escribo, ni barrunto que ha de ser la última, que las dramáticas crisis de estos pormenores del siglo XXI, colapsos críticos que se compadecen con los dos factores más graves que pueden afectar al individuo: la miseria material en el mejor de los casos y la desaparición física en su episodio definitivo, tienen la pulpa nutritiva de su expansión y enjundia en una sociedad donde la vertebración metafísica, subjetividades y arquetipos sociales e ideológicos se fundamentan en una hostilidad institucional permanente hacia las mayorías sociales lo que produce unos parámetros de convivencia fundamentados en la agresividad, la insolidaridad y la desigualdad lo que, a su vez, conduce a un rimero de valores o contravalores muy contraproducentes cuando se trata de combatir crisis globales que afectan al cuerpo social en su totalidad.

Una investigación del Harwood Institute para la Innovación Pública –encargada por la Merck Family Foundation- demuestra que, en Estados Unidos, los individuos tienen la impresión de que entre ellos y la satisfacción de sus necesidades sociales de alguna manera se interpone un materialismo grosero. Un informe titulado Yearning for Balance –Anhelo de equilibrio- , basado en un estudio a escala nacional entre los estadounidenses, demostró que la gran mayoría de las personas deseaba que la sociedad “abandonase la avaricia y los excesos, y los sustituyese por una forma de vida más centrada en valores, en la participación comunitaria y en la familia”. Pero también tenían la impresión de que estas prioridades no eran compartidas por una gran parte de sus conciudadanos, los cuales, pensaban, se habían vuelto “cada vez más despegados, egoístas e irresponsables".

Cuando sobrevienen las grandes crisis –financieras o la pandemia que estamos padeciendo- los supuestos ideológicos de la sociedad posmoderna conducen directamente a la autodestrucción

Es un magma social propiciado por las pretensiones verborreicas de la posmodernidad como soporte metafísico al rampante neoliberalismo económico, para los cuales no existen los grandes relatos –cosmovisiones ideológicas de la sociedad-, ni la historia –el acontecer humano no sigue ya un proceso ascendente de progreso, sino que todo es fragmentario y caótico-, ni la sociedad misma, reemplazada por la falacia del mercado donde los individuos luchan entre sí, pero en condiciones muy desiguales. Todo ello conduce a que la desazón por la pérdida de valores sociales y la búsqueda de recompensas materiales se viven a menudo como una ambivalencia estrictamente privada que nos aísla de los demás. En este contexto ideológico, el Estado actúa bajo la hegemonía cultural de las minorías extractivas y sus intereses, lo que deja a amplios sectores de la sociedad sin instrumentos de autodefensa social y convierte la expresión de su malestar en objeto de orden público.

Cuando sobrevienen las grandes crisis –financieras o la pandemia que estamos padeciendo- los supuestos ideológicos de la sociedad posmoderna conducen directamente a la autodestrucción. Aquellos instrumentes que el neoliberalismo consideran que no funcionan son los que nos salvan. Lo público, en la crisis financiera, es el que tiene que nacionalizar los bancos en crisis, sanearlos y cuando vuelven a ser competitivos devolverlos a lo que sí funciona que son las manos privadas que los quebraron. En la pandemia del coronavirus se está viendo como los valores despreciados por el neoliberalismo económico son los realmente eficaces para salvar la vida de los ciudadanos, el desmantelamiento absoluto de la sanidad pública como pretendía, y pretende, la derecha hubiera resultado catastrófica. Pero, cuando pase la crisis, ¿seguiremos instalados en la desigualdad, insolidaridad y el egoísmo? ¿Se mantendrá la privatización irracional de lo público? ¿Es posible por más tiempo que el interés de unos pocos condicione de forma radical el bienestar e incluso la vida de la mayoría?

Crisis perfectas, sociedades imperfectas