viernes. 29.03.2024

Corbyn y los dinosaurios

El nuevo líder socialdemócrata británico ha venido a romper esa inercia del laborismo, y del resto de la izquierda europea.

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” El dinosaurio es un microrrelato del escritor guatemalteco Augusto Monterroso y el líder laborista británico Jeremy Bernard Corbyn ha debido sentirse protagonista de este mínimo cuento durante gran parte de su actividad política. Sin embargo, cuantos más dinosaurios del antiguo New Labour, incluido el propio Blair, alertaban del gran daño que una victoria de Corbyn podría infligir al partido, mayor era su popularidad, como evidenciaban todas las encuestas y la elevada asistencia de público a los mítines que daba a lo largo del país. Quizás porque los militantes y la ciudadanía con afinidad socialdemócrata han comprobado que la ideología y los valores no tienen alternativas honorables.

Blair había inoculado en el partido laborista ese pragmatismo desnaturalizador que subrayaba la necesidad de abandonar las divisiones ideológicas bajo la creencia de que las nuevas problemáticas se debían resolver provistos de la necesaria competencia del experto. De esta forma, definió el New Labour como el “centro radical” (radical centre), lo cual representaba un concepto absurdo, incluso semánticamente, puesto que unía dos elementos tan antitéticos como “radical” y “moderación.” Lo que realmente el nuevo laborismo tenía de radical era el abandono de la ideología y los valores de la socialdemocracia buscando una posición de centro político inexistente y fantasmagórico que justificaba la contemporalización con las políticas conservadoras y neoliberales.

Es por ello, que uno de los supuestos comúnmente aceptados por todos solía ser que los ‘outsiders’ no tenían ninguna posibilidad de convertirse en líderes de los grandes partidos británicos. Así, se consideraba que los candidatos rebeldes y desobedientes hacia su propia organización, aquellos que no disponían de experiencia práctica de gobierno o de gestión en el partido, y aquellos que apenas suscitaban apoyo entre los diputados de su grupo parlamentario, carecían de opciones para aspirar al liderazgo. Y sin embargo, las bases del partido han visto claramente que el laborismo era Corbyn y no la oligarquía orgánica instalada.

El nuevo líder socialdemócrata británico ha venido a romper esa inercia del laborismo, y del resto de la izquierda europea, de obviar el conflicto social mediante la escenificación de una política inane y posideológica  recreada en imágenes de líderes jóvenes, guapos y aburridos. Imaginemos en la España actual a un político tan brillante como Manuel Azaña totalmente desplazado por todos los conceptos superficiales y mediocres con los que se valora hogaño la capacidad de liderazgo de una persona pública. Ya lo hicieron en los años 30 los fascistas, que con escasos recursos en el ámbito de las ideas, descalificaban al político complutense por su fealdad y mala dentadura.

Quizás sea el momento de pensar que los algoritmos con los que especula el poder financiero a costa de nuestra vidas y nuestra almas, que la desigualdad, que la injusticia, la pobreza, la riqueza inmoral y tantos desequilibrios que padecemos no sean consecuencias de leyes físicas como las de la gravedad que es imposible cambiar porque se nos ocurra otra mejor, sino que suponen en realidad aparatos ideológicos encargados de que lo peor sea la verdad para las mayorías sociales.

Corbyn y los dinosaurios