martes. 16.04.2024

Carta abierta a un socialista andaluz

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Los militantes del Partido Socialista tuvieron con las primarias la oportunidad de rechazar contundentemente las irresponsables derivas de Susana Díaz y que el Partido Socialista pudiera superar las excrecencias de su crisis de identidad

Estimado compañero: Se afirmaba como un ritornello afortunado que el Partido Socialista era el que más se parecía al pueblo andaluz y, como consecuencia, existía un maridaje indisoluble entre la organización política y la ciudadanía meridional que consolidaba una hegemonía progresista de largo aliento. Y si bien esto era verdad en la base sociológica del PSOE-A, de tejas arriba, con más bien en cour, la joven clase dirigente vino a imponer una inanidad intelectual e ideológica que resituaba el acto político en una mera lucha por espacios de poder y su usufructo suntuoso. Sin haber trabajado nunca, con los estudios sin acabar, con un mediocre bagaje cultural y una desmedida ambición, estos dirigentes conmilitones del susanismo convirtieron el partido en un instrumento de fácil ascenso social a costa de desarrollar un maquiavelismo grosero y malintencionado coadyuvante de una oligarquía caciquil de espaldas a la militancia. Todo ello, supuso una atmósfera interna de aversión y desconfianza hacia el pensamiento crítico, incertidumbre ideológica, indefinición en el ámbito polémico de modelos alternativos y una red clientelar que propende a concebir el liderazgo en términos mesianistas. Porque el clientelismo político consiste en procurar estar más cerca de alguien que de la verdad.

Este último factor hace que los intereses personales y la lucha por espacios de poder como fin en sí mismo se constituyan en escenarios preeminentes y condicionen el resto de factores críticos. Ello tiene el riesgo de que las contradicciones que encierra puedan adquirir una peligrosa deriva hacia una organización orwelliana. Orwell, como nos recordaba Herbert Marcuse, predijo hace mucho que la posibilidad de que un partido político que trabaja para la defensa y el crecimiento del capitalismo fuera llamado “socialista”, un gobierno despótico “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística -y política- familiar.

Sin sujeto histórico creíble en la praxis, con una mediocre capacidad dialéctica en el debate público y, singularmente, una lectura artificial e interesada de la realidad, la lideresa y el burdo susanismo se fueron alejando de las bases orgánicas y sociales para recrear megalomanías y delirios de grandeza que les llevaban a querer todo el poder político, económico y social que les fuera posible, para lo que, abandonando militantes y clases populares, se pusieron a coquetear con los jefes del IBEX 35 y todo poder fáctico que pusiera oídos al ofrecimiento reverencial de servil sometimiento por parte del susanismo a los intereses del gran capital carpetovetónico.

Los militantes del Partido Socialista tuvieron con las primarias la oportunidad de rechazar contundentemente las irresponsables derivas de Susana Díaz y que el Partido Socialista pudiera superar las excrecencias de su crisis de identidad mientras Díaz había optado, como es sabido, por neutralizar a su propia organización, facilitar la continuidad de la derecha en el poder, contemporizar con las ideologías e intereses que en una praxis razonable debía combatir pues eran contrarios a los principios de su sujeto histórico y entidad sociológica y, todo ello, por una estrategia de ambición personal con precario fundamento político y metafísico. Tan desdibujado ha tenido Susana Díaz al PSOE andaluz en el bunker sureño que se ha creado tras la humillante derrota en las primarias, tanto ha practicado y difundido la hegemonía cultural de la derecha, que ha conseguido lo que hace poco parecía muy improbable: que las fuerzas conservadoras, incluso las más extremas, gobiernen Andalucía.

Pocos precedentes, si acaso existe alguno, de deslealtad a los órganos superiores del partido, pero, sobre todo, a su principios, valores y a sus bases, se han dado en los más de cien años de la organización. Sobresanar una situación tan perversa de sometimiento de los intereses políticos y sociales de las clases populares a los intereses privados de unos pocos constituidos en un caciquismo decimonónico, supone la asunción, más temprano que tarde, de una radical soberanía por parte de la militancia. Esa radical soberanía no es suficiente ejercerla cuando se decida que la militancia puede votar, sino que debe ser una actitud permanente de exigencia de transformación para que cuando llegue la hora de votar sea una auténtica expresión de la voluntad de la militancia sin ningún tipo de elementos distorsionantes.

Porque si para el Partido Socialista de Andalucía el poder no sirve para dar vida a sus propias convicciones, si no son los valores la base de sus identidad política, es urgente definir un nuevo compromiso y buscar una nueva coherencia, puesto que el socialismo habrá pasado a ser otra cosa. No existe un rechazo por parte de la ciudadanía a lo que representa el socialismo, sino al contrario, un aprecio muy notable de sus propósitos ideológicos, los cuales, al no realizarse, contribuyen al desengaño y la frustración. Es lo que llamamos desencanto.

Apreciado compañero: Un verdadero socialista tiene grandes objetivos, altos ideales, trabaja por la libertad y la igualdad de todos y por eso es un eterno insatisfecho. Y es el inconformismo permanente de las bases  la garantía de permanencia del partido; los dirigentes pasan, las luchas endogámicas por el poder y la influencia, pasan con ellos, la militancia permanece y con ella la identidad y los valores socialistas en esa construcción permanente que debe ser el PSOE. Por todo ello, no se trata de dar legitimidad a las causas de la decadencia del partido, sino de reafirmar los principios y el compromiso que inspira a la militancia socialista.

Carta abierta a un socialista andaluz