martes. 23.04.2024

Carta abierta a Pedro Sánchez, Secretario General del PSOE

Los silenciosos deben tener voz, la voz de un partido socialista que retome la ideología de la igualdad, la justicia y la solidaridad

Estimado Secretario General:

Jean Cocteau dijo que Víctor Hugo era un loco que creía que era Víctor Hugo. Y no es locura banal ni prescindible aquella que nos hace creer quienes somos en las brumas de una sociedad inauténtica. Hoy España padece, como heridas no cauterizadas, los graves problemas que arrastra largo rato en la Historia que por aplicarles soluciones que no lo eran aventaron el grito desgarrador de Gil de Biedma cuando se lamentaba: “De todas las historias de la Historia / Sin duda la más triste es la de España / Porque termina mal.”

Nuestro país vive hoy, sin duda, una de las horas más determinantes de su historia reciente, pues nunca las perspectivas se presentaron tan inciertas como las que se deparan a la ciudadanía. Y no se juzga fundamentar esta afirmación en análisis más detallados, pues jamás la seguridad y el bienestar material y social, e incluso los propios derechos ciudadanos, estuvieron en tan grave riesgo como lo están en la actualidad. España padece una quiebra sistémica que no sólo atañe a la relación del Estado con la sociedad sino con su propia identidad constitutiva cultural y territorial, con episodios secesionistas.

Sin proyecto de país, sin estímulos éticos, sin fundamentos morales ni políticos de convivencia, el régimen de poder estima que el atrezzo de la propaganda y el discurso unilateral y totalizante producirá la suficiente rutina como para que una absoluta anormalidad en el poder público, como afirmó Ortega y Gasset de otro momento histórico pero de igual calado crítico, se responda como entonces: “volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más normales, hagamos “como si” aquí no hubiese pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal”. Y remachaba así su idea Ortega: “La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces es esta: en España no pasa nada.”

Por su parte, el socialismo español no se da cuenta que la rutina intelectual y política ya no sirve. El problema para las fuerzas de progreso ha sido fundamentar su actuación en un proceso de adaptación por arriba, a los condicionantes fácticos del sistema, y no por abajo, es decir, a las demandas de las mayorías que confían en la ideología y no en la praxis, porque las ideas no se difuminan mientras la praxis es, en demasiadas ocasiones, desafecta a los principios que deberían inspirarla por sus constantes desviaciones, rectificaciones y renuncias. Desechando l’esprit est a gauche que proclamaba Sartre, se ha pretendido que la realidad fuera como un continuum de marketing político semejo al maná del desierto, con sabor según pedido del paladar. 

Con el régimen del 78 la derecha retardataria –en España no ha existido otra en doscientos años- había conseguido salir de la urdimbre franquista que ella misma había tejido para, sin tener que asumir el papel de Penélope y destejer influencias, intereses y poderes del caudillaje, crear la fantasmagoría de su homologación democrática con la simple y dolosa prestidigitación de tomar en sus manos el miedo de la gente incubado en el franquismo y mostrarlo.

Siempre sería mejor votar que no votar y no reparar mucho en que una reforma es simplemente un retoque de lo existente y lo existente era lo que era. En realidad, supuso escenificar lo que ya históricamente había fracasado como la Restauración canovista, que el mismo Cánovas definía como un presidio suelto. La política quedaba reducida a recoger los escombros de la continuidad histórica de un régimen de poder oligárquico y cerrado para administrarlo. La centralidad del ecosistema político devino tan excéntrico que la derecha radical pasó por moderada, la izquierda moderada por radical y se inventó la ficción de un centro político para que los progresistas se lanzaran a la conquista de una inexistente sociología y formasen una topera ante su natural sujeto histórico.

Ningún ámbito ni atmósfera del Estado se encuentra ahora libre de sospecha: la corrupción generalizada instalada en todos los intersticios de las instituciones, la quiebra del sistema autonómico y las consecuentes tensiones soberanistas, la intromisión política en los órganos judiciales, el descrédito de los partidos sistémicos, la quiebra social, el tratamiento del malestar y el desencanto ciudadano únicamente desde las perspectivas del orden público y la propaganda, el déficit democrático, trazan un escenario de fractura múltiple que lleva a preguntarse si es posible una regeneración endógena del sistema, si el régimen del 78 es capaz, como el barón de Münchhausen, de salir de la ciénaga tirándose de su propia coleta o por el contrario, como afirmó Ortega de la Restauración canovista, es necesario enterrar bien a los muertos.

Este estado de extremaunción de los valores cívicos, de la calidad de la democracia, de la sensibilidad social propiciado por intereses plutocráticos y la ideología más reaccionaria de la derecha produce aquello que definió Jean Baurdrillard  al destacar que en la ilusión del fin a partir de una cierta aceleración produce una pérdida de sentido. La implantación del autoritarismo en los recovecos estatales ha convertido la crisis no sólo en ruina y desequilibrio social, sino en descomposición donde los objetivos son tan poco confesables  que propician una pérdida general de sentido y, como consecuencia, déficit de identidad y habitabilidad en el Estado para ciudadanos y territorios.

Por ello, el Partido tiene que pasar de un socialismo vigilado, donde parece que lo que realmente estorba al difuso proyecto socialista es el mismo socialismo, a un socialismo vigilante donde la razón vuelva a tener ideología. De lo contrario seguiremos declamando, junto a Juan Ramón Jiménez: “Me olvido de ti pensando en ti.” El régimen de poder en España ha desembocado en un universo de frustración y represión. En este sistema y dado que la ausencia de finalidad social es la condición misma de su funcionamiento, el individuo queda reducido a simple instrumento de supervivencia y consumo. Y ante eso, como escribía Michel Rocard  en Questions à l’Etat socialiste, es necesario separar el análisis económico y sociológico para llegar a lo esencial, que es el poder, es decir, el análisis político. Y eso se consigue desde la ideología y  la voluntad de transformación, de forma que para los socialistas y todos los ciudadanos pueda llegar un día en que los años de la ruina sean aquellos en los que vivieron con plenitud porque les dieron la oportunidad de empuñar sus vidas con audacia en lugar de obedecer consignas y someterse a una realidad injusta.

Porque si el Partido Socialista sólo interviene en la vida pública como una organización electoral, por eficaz y necesario que deba ser este comportamiento, le faltará contenido diferenciador frente a cualquier máquina publicitaria, o partido de derechas. Es cuando los factores instrumentales se convierten en objetivos exclusivos y el Partido se torna en una organización burocrática de profesionales de la política, de cargos públicos institucionales, en el Gobierno o en la oposición, que con el pretexto de capacitación o profesionalización orgánica, acaba convirtiéndose en una tecnocracia que sepulta la ideología y los principios. Se habrá extinguido su razón de ser como organización política de ciudadanos que asumen un compromiso de trabajo político por su identificación en un análisis de la sociedad, de sus contradicciones y sus causas, y por su coincidencia con un objetivo transformador de la misma, que supone la concreción de una teoría política y la realización de una acción política fundamental cual es dotar a las mayorías sociales de su principal instrumento de lucha.

Por lo tanto, no hay otro camino que el rearme ideológico en la perspectiva del socialismo necesario para superar la realidad social tan injusta que nos envuelve. Si lo único que interesa a los responsables orgánicos es la lucha por el poder se hace un flaco favor al Partido, a la ciudadanía, al país y a los mismos dirigentes pues no hay nada tan efímero como aquello que se descompone en su propia decadencia. No hay que olvidar, para sobresanarlo, aquello que advertía Tierno Galván cuando afirmaba que el poder impregna de indiferencia todo lo que no es poder. El socialismo tiene que pensar seriamente no tanto en políticas concretas que quiere realizar desde el Gobierno, sino en cómo modificar las relaciones de poder que han permitido que la situación actual sea tan injusta.

Los silenciosos deben tener voz, la voz de un partido socialista que retome la ideología de la igualdad, la justicia y la solidaridad; que aparque la obsesión pragmática porque de lo contrario los propósitos se pueden quedar en puro voluntarismo, sobre todo si ignoramos cómo conseguirlos y si pretendemos alcanzarlos de la misma manera que nos hizo alejarnos de ellos. Ese es el reto del PSOE: consolidar un socialismo libre, justo, solidario, igualitario y sin excusas y cuyo camino para ello es pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectarse hacia el porvenir. Buscar nuevos niveles de soberanía popular y nuevos procedimientos para tomar las decisiones democráticamente, en un imperativo contexto donde los espacios económicos, políticos y jurídicos están dolosamente desvertebrados en contra de los más débiles.

La carrera por el poder para los socialistas no puede consistir en, una vez alcanzado, decirle a la ciudadanía, como advertía Largo Caballero, ya veremos qué podemos hacer, sino lo que nos indicó Pablo Iglesias Posse, que los socialistas estamos dispuestos a vencer, no a defendernos, y vencer es la consolidación de un socialismo sin pretextos ni atajos.

Carta abierta a Pedro Sánchez, Secretario General del PSOE