sábado. 20.04.2024

Carta abierta a Felipe González y Alfonso Guerra

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Estimados Felipe González y Alfonso Guerra:

No suelen las cartas de este tenor dirigirse a dos personas con un mismo contenido, empero, este caso la excepcionalidad se compadece con una acción política que otrora y hogaño, a pesar de los dos bien repartidos roles en el duunvirato glorioso y la escaramuza orgánica de renovadores y guerristas, siempre persiguió un mismo destino en lo universal. Un destino enredado en el simulacro y que ahora, en las declaraciones que hacen ustedes, apreciados González y Guerra,  desde la venerable senectud marcan un dintorno clónico en cuanto a criterios políticos del régimen actual groseramente disímiles de aquella efervescencia verbal que proclamaba que a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió. Lo cierto es que España hoy es muy reconocible.

Cuando Luis Cernuda escribe: “soy español sin ganas”, se está refiriendo al desgarro emocional, intelectual y humano que supone vivir bajo el celaje de esa España minoritaria, cerril, truculenta, estamental y excluyente que reacciona con irracional violencia a todo cuanto se oponga a ella. Es esa España carpetovetónica que vive de la resignación de la mayoría, generadora en los más de “la vida como un naufragio constante” según Ortega o de la que nos advertía el poeta César Vallejo al afirmar: “Cuídate, España, de tu propia España.” La derecha nacional más retardataria, y que es la única que ha existido en España desde que en el amanecer del siglo XVIII se optó, en lugar de por un sistema de gobierno como el holandés o el inglés, por una monarquía absoluta al estilo borbónico galo, ha consolidado siempre regímenes muy poco permeables a la centralidad democrática del poder a favor de las minorías organizadas que configuran el viejo estigma proclamado por Joaquín Costa como oligarquía y caciquismo. Y ha sido este modelo ideológico y sectario de España entre asonadas y guerras civiles el impuesto a horca y cuchillo no admitiendo ningún pensamiento crítico ni otra concepción de la nación, considerando a los no afectos como la antiespaña, los malos españoles, los enemigos de la patria.

Las bases les hicieron una enmienda a la totalidad. Y sin embargo, estimados González y Guerra, siguen en el coro de grillos de la derecha en el acoso e intento de derribo del gobierno de Pedro Sánchez

Es la espuria división de las dos Españas de fatigante largo trecho en el país: integrados y excluidos, a un lado y al otro de una nación concebida como propiedad de los intereses de las minorías influyentes. En el fondo, es la consecuencia de identificar España y la tradición española con los harapos de la decadente vida pública caída en la miseria y en la hediondez y que, sin embargo, ha pretendido y pretende pasar por la genuina representación del alma española. Porque como proclamaba Azaña, todo lo que nos une como españoles pasa por reconocer que cosas que han pasado por antiespañolas han sido, y son, en realidad españolísimas. Sin embargo, el régimen político vigente se fundamenta en esa asfixiante unanimidad que lo hace incompatible con el pluralismo cultural y político dentro de la unidad de soberanía del Estado.

En Suresnes  construyeron ustedes, estimados González y Guerra, con los papeles ya convenientemente repartidos y con apoyo claroscuro de fuerzas heterogéneas y sorprendentes en su disparidad, la trapisonda política de la simulación como instrumento de desmoche ideológico que les permitiría que las siglas históricas del socialismo español se adhirieran al pacto resignado para la izquierda de la Transición y al posfranquismo con sus propósitos e intereses íntegros predemocráticos. Con lo cual el Partido Socialista después de Suresnes entra en el bucle perverso de esa aberración semántica, sociológica e ideológica de constituirse en partido de Estado, del Estado franquista reformado, obviando la tradición progresista de la izquierda de un Estado tolerable y tolerante, más inteligente, más próximo a la moral social imperante, que aproveche mejor el valor del individuo y respete la independencia de juicio. La reconstrucción de esta concepción progresista de la nación supondría enfrentarse con la organización del Estado del que venimos y rectificarlo en su estructura, en su funcionamiento, en sus fines y en sus medios. En lugar de ello, el Partido Socialista conducido por ustedes optó por asumir como propios los elementos identitarios e ideológicos antitéticos con su posición y función social. 

No hace falta acudir al olvidado materialismo histórico para constatar como el socialismo “dinástico/de Estado” fue condicionado por las minorías organizadas y el ecosistema político hasta tal punto de separarse paulatinamente del formato ideológico que lo constituía para sumergirse en un conservadurismo que no entrara en colisión con las exigencias fácticas del sistema. Para ello, se recurrió a dos ficciones: el centro político y el consenso, como coartadas para obviar el conflicto social y la sociología que lo padece y el pactismo desigual con la derecha. Toda la carga progresista se proyectó hacia territorios que no afectaban al poder económico como los identitarios y modos de vida. No hubo, por tanto, una superación de las dos Españas, que hubiera requerido una ruptura real con el período anterior mediante un pacto histórico entre todas las fuerzas políticas dejando el poder de decisión en la voluntad de la ciudadanía en un proceso constituyente real y abierto.

El PSOE que ustedes moldearon se convirtió en valedor de aquello que tenía que combatir y eso supuso el desamparo de las clases populares que dejaron de ser el sujeto histórico del socialismo

Suresnes supuso, bien lo saben ustedes,  no sólo la impunidad del caudillismo como poder fáctico ejerciente, sino la vigencia de los intereses, los mecanismos de influencia y la arquitectura institucional del espacio predemocrático.  Sobrevinieron los désorientateurs, que dice Fanon, que tienen la ardua tarea de sembrar la confusión. El mismo Fanon nos advertía que ser colonizados es perder un lenguaje para absorber otro, aquel en que no podemos reconocernos. Es la implantación de esa cultura estática de las sociedades paralizadas y que, por ello, son, antes que nada, cultura oficial, es decir, repetición, mecánica y autoritaria de unas creencias que, salvo en la parálisis absoluta, la cultura cerrada se diferencia más y más, cada día, de lo real y donde el diálogo que se explicita como cauce para la solución de los conflictos es simplemente decorado.

La constricción del ámbito de lo opinable y lo revisable propicia que hechos entendidos como revisión del régimen de poder, se aborden como imposibles y su negación los convierta de imposibles o improbables por la cultura oficial en inevitables desde la visiva de la realidad política de la sociedad. La crisis de la monarquía, las tensiones territoriales, el conflicto social, son planteados por el sistema como inexistentes en cuanto a su contextura en que han derivado como problema y sólo admite a modo de  solución la vuelta al estado anterior a la polémica. Es la negación de aquella realidad advertida por Albert Einstein de que no podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos.

Singularmente, el PSOE que ustedes moldearon se convirtió en valedor de aquello que tenía que combatir y eso supuso el desamparo de las clases populares que dejaron de ser el sujeto histórico del socialismo que había adoptado una pragmática transversalidad que no era sino una inhibición ideológica de un proyecto político en que lo que verdaderamente estorbaba era el socialismo. La quiebra del bipartidismo y del turno de la alternancia por el desencanto popular ante una uniformidad política demasiado escorada a los intereses de las élites, la depauperación de las clases populares por las minorías extractivas aprovechando la crisis financiera de 2008, devino en un período crítico, poliédrico en su capilaridad política, social e institucional. Suresnes y el pacto de la Transición se iban convirtiendo en escombros y ustedes, entonces, entran en acción en un intento de reconstruir el viejo sistema, ya sin pudor político alguno, apelando a una Große Koalition que mantuviera a la derecha en el poder boicoteando al mismo candidato del Partido Socialista.

Ustedes, Felipe González y Alfonso Guerra, estaban coadyuvando, con los afines en consejos de administración del Ibex 35, mandamases de oligopolios, lo más selecto de las minorías influyentes y estamentales y  los mass media dinásticos, a situar al socialismo español en el ápice de la incoherencia y la inestabilidad ideológica y moral. Oponiéndose con el mismo argumentario conservador al candidato socialista a la presidencia del gobierno para facilitar la continuidad de Rajoy en la Moncloa, no sé si ustedes se dieron cuenta de que quisieron reconstruir el pacto de la Transición en toda la crudeza de su realidad elemental, en la carne viva de un socialismo como apéndice subsidiario de los intereses de la derecha, Suresnes descodificado. Y todo ello, desde el planteamiento autoritario de anatematizar mayorías parlamentarias por motivos de criminalización ideológica, como si no fueran expresión, como todos los grupos del Congreso, de la voluntad popular. Cuando Sánchez se negó a que se le impidiera la posibilidad de configurar una mayoría de investidura y facilitara la continuidad de la derecha en el gobierno, vino el asalto a Ferraz por parte de Susana Díaz tan bien visto por ustedes.

Las bases les hicieron una enmienda a la totalidad. Y sin embargo, estimados González y Guerra, siguen en el coro de grillos de la derecha en el acoso e intento de derribo del gobierno de Pedro Sánchez. La España que no iba a reconocer ni la madre que la parió, ustedes pretenden que sea la España de siempre, aquella que de todas las historias, como escribió Gil de Biedma, la suya es la más triste de todas, porque termina mal.

Carta abierta a Felipe González y Alfonso Guerra