jueves. 25.04.2024

Auschwitz social

El acto económico como ideología oligárquica pretende influir en todos los ámbitos de la vida de la gente para constituirse en instrumento de dominación...

Después de Auschwitz, se lamenta Adorno, es imposible escribir poesía y Walter Benjamín nos transmite su dramática concepción de la historia como catástrofe. Porque Auschwitz no es un acto irracional, sino una muestra de la eficacia administrativa al servicio del poder. Y el poder crea la verdad, ya que, como nos advertía Nietzsche, no hay hechos, sino interpretaciones. Un poder que nos somete mediante la confusión. Joseph K. Fue detenido sin saber por qué... Es el inicio del relato de Kafka “El Proceso.” Y todos nos convertimos al mismo tiempo en el habitante y en el piloto que descarga la bomba sobre Hiroshima. Las víctimas han de ser los culpables. Hoy la verdad es la economía porque el poder es económico y el Auschwitz social consiste en dotar de racionalidad, de eficacia y productividad, al enorme desequilibrio humano que supone empobrecer a las mayorías, depauperarlas, quitarles los más elementales instrumentos de supervivencia para el enriquecimiento abusivo de unas élites sin escrúpulos.

El acto económico como ideología oligárquica pretende influir en todos los ámbitos de la vida de la gente para constituirse en instrumento de dominación. El individuo es pensado por el sistema y, como consecuencia, le presenta como realidad inconcusa la quiebra de su propia autonomía, la fatalidad de su cosificación en una sociedad donde el orden objetivo de las cosas se sustancia en la irracionalidad de una racionalidad que tiene como paradigma de eficacia el beneficio plutocrático a costa de la exclusión y marginalidad de las mayorías sociales. Como ha escrito Alain Touraine, el comportamiento de los muy ricos, dominado por la obsesión del máximo beneficio, desempeñó y sigue desempeñando el papel principal en la disgregación del sistema social, es decir, “de toda posibilidad de intervención del Estado o de los asalariados en el funcionamiento de la economía.”

Todo ello, bajo la falacia conceptual del mercado, que en la praxis es un mercado intervenido por los poderes económicos, donde los gobiernos, y en el caso del Viejo Continente, las instituciones europeas regulan su propia dejación para influir en su funcionamiento. Es la paradoja de unas instituciones que legislan y ordenan su propia incompetencia en los asuntos que tratan. El Estado, como consecuencia, asume la única función de órgano represor de cualquier elemento que se oponga a los intereses de las minorías organizadas y donde las clases populares deben asumir, como la única realidad posible, el rol de aquellos animales que entraban voluntariamente en la cocina del rey Salomón por el honor de servir de alimento al monarca.

Es Auschwitz convertido en teoría económica, en la cual se apela a una eficacia y una productividad que aboca a la consolidación de una sociedad desigual e injusta. El dolor humano es síntoma de eficiencia pues demuestra que cuanto más se genere por el sistema menos recursos improductivos para las élites se habrán “derrochado.” Es un régimen de poder donde las mayorías sociales sólo pueden sobrevivir como víctimas mientras los verdugos pudibundos, los que además de ejecutar predican, las señalan como culpables de su propio genocidio social.

Roídos los huesos de los principios y los ideales ya no hay respuestas porque tampoco existen preguntas, todo se sustancia en el vacío y la codicia. La historia ha terminado, no tiene sentido, proclaman los apologistas del neoliberalismo económico, la filosofía ya ha dicho todo lo que tenía que decir y se encuentra en una angostura ante la ambigüedad del lenguaje. La razón no puede enfrentarse a la realidad, el capitalismo es el sistema económico definitivo y el liberalismo la única forma política. Ha llegado el fin de las narraciones que explicaban el mundo, pues, como afirma Fukuyama, la historia no existe. “Para qué queremos narraciones si la gestión nos basta”, dice Lyotard, el profeta de la nueva era. Se acabaron los antagonismos entre clases sociales, entre el Norte y el Sur, entre países ricos y países pobres, nadie es responsable de las desigualdades y la miseria sino aquellos que las sufren. Si la historia no existe sólo queda naturaleza, pero la naturaleza, como afirma Adorno, es estiércol.

Auschwitz social