miércoles. 24.04.2024

Un astronauta en la corte del rey Sánchez

gobierno

El beautiful government es la consecuencia de la escenificación de esa política de atrezo que no es más, en el mejor de los casos, que una modernización del lenguaje, el cual, por moderno que sea, no resuelve los problemas

Se cumplen los cien días del gobierno de Pedro Sánchez con cierto fortissimo de expectativas rotas, donde esa estética kitsch que intenta situar a la política al nivel de la física recreativa es insuficiente para sobresanar la incoherencia generada por la inmunodeficiencia ideológica del socialismo en el poder. Cuando la política es despojada de su pulpa trascendente, deja de serlo para transformarse en un simulacro fútil y frívolo sin el necesario sustrato relevante que se desprende de la praxis que construye modelos sociales nacidos de una cosmovisión ideológica. Los históricos cambios de objetivos del PSOE requirieron de una intensa energía publicitaria cada vez más dilatada. De Marx a no Mark, de la no OTAN a la OTAN, del socialismo a la socialdemocracia y de la socialdemocracia al liberalismo económico, constituyen tránsitos sustanciales que necesitaban para acomodarse al imaginario colectivo un enorme aparato de persuasión, a pesar de ello la fluencia de crítica se hizo constante y el contraargumento socialista, elípticamente demagógico, fue la de la preservación democrática de que un exceso de crítica podía socavar el consenso necesario para el funcionamiento del sistema.

Todo ello configura una política falsa y, en consecuencia, extravagante, porque no es la opinión de la ciudadanía, sino de ciertas élites dominantes las que generan el fenómeno. Por tanto, es una disfunción de la vida pública que nacía, y nace, de los gobernantes y de sus intereses de poder y, quizá también, de su precaria preparación política. Hay demasiada frivolidad y poca dialéctica, al intentar demostrar que los intereses personales de poder son una cosa socialmente útil. Para ello se recurre al happy pandi y la estética Vogue, que no era, ni es, sino una forma de darle colorido cool a un vacío argumental sustanciado en una permanente renuncia al sujeto histórico natural del socialismo y a la diachronie de los procesos históricos con relación al conflicto social  como elemento determinante de la propia estructura de la sociedad. El beautiful government es la consecuencia de la escenificación de esa política de atrezo que no es más, en el mejor de los casos, que una modernización del lenguaje, el cual, por moderno que sea, no resuelve los problemas.

La política en imágenes conlleva una estrategia de nombramientos donde la estética puede ser sencilla, pero no convincente. La recluta de asesores áulicos en magazines televisivos o la cesión de importantes instrumentos de la cultura a extramuros de la intelectualidad socialista o el simple reforzamiento del clientelismo mediante el premio a fidelidades con el excedente de poder, producen un flujo comunicacional tan acelerado como simplificador. Se crean etiquetas de fácil consumo al precio de que abunden los retratos de brocha gorda. Y así los tópicos se propagan y la realidad se hace cada vez más opaca. La degradación del mundo del trabajo, los salarios de hambre, la precariedad laboral, la injusticia fiscal, el inmoral trasvase de las rentas del trabajo a las rentas del capital, los privilegios de la banca, la explotación del consumidor por parte de los oligopolios energéticos, la judicialización del problema catalán o la politización de la justicia en un caso desacreditado por la justicia europea, la quiebra del régimen del 78, la constricción de libertades y derechos cívicos, el deterioro de la calidad democrática, demandan soluciones desde la fortaleza ideológica y los valores de un socialismo sin excusas y no, la simplificación de una estética posmoderna de conceptos fragmentarios: ecologismo, modos de vida, orientación sexual, que no reparan las grandes fisuras hechas en el tejido social por la voracidad de las minorías extractivas coadyuvadas por la violencia institucional que supone la asunción por parte del Estado de la hegemonía cultural del poder fáctico.

Un astronauta en la corte del rey Sánchez