viernes. 19.04.2024

Inversiones contra la recesión

Todo parece indicar que las medidas adoptadas por el BCE para dinamizar la zona euro, no han tenido un efecto tangible sobre la demanda de los consumidores...

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En Noviembre el crecimiento de la zona euro ha alcanzado su nivel más bajo desde julio del 2013. Los análisis y datos disponibles muestran que el crecimiento del PIB será como mucho del 0,1 % en el último trimestre del año. 

Todo parece indicar que las medidas adoptadas por el BCE para dinamizar la zona euro, no han tenido un efecto tangible sobre la demanda de los consumidores ni sobre la inversión de las empresas

Cualquiera que sea el criterio empleado para juzgar la política económica europea: crecimiento, empleo, inflación, reducción de las deudas públicas, el resultado es negativo. El empleo progresa muy tímidamente en España, Alemania e Irlanda, pero cae de forma continua y preocupante en Francia e Italia. Las deudas públicas en general siguen aumentando y la inflación está muy por debajo del objetivo fijado por el BCE. Parecería que ya han sonado bastantes señales de alarma para aplicar una política de relanzamiento económico más agresiva, para evitar una nueva recesión en la eurozona.

La comparación con los EEUU es también alarmante. Hasta finales del 2010 las economías de ambas macro-regiones se habían comportado de forma más o menos paralela. Pero desde entonces su divergencia ha ido en aumento. En el 2013 los EEUU crecieron el 2,2 % y la eurozona retrocedió el 0,4 %. En los dos primeros trimestres de este año los EEUU han conseguido sus mejores tasas de crecimiento (4,6 y 3,9 %) desde el 2003. Mientras, en la zona euro se ha limitado al 0,1 y el 0,2 %.

Según todas las previsiones, la divergencia se va a acelerar en los próximos años. Entre el 2014 y el 2016 los EEUU crecerán el 8,3 % y la eurozona solo el 3,6 %.

Sabemos que los americanos diagnosticaron de forma muy diferente las causas de la crisis y que le aplicaron políticas monetarias y fiscales más decididamente expansivas. Conscientes de que se enfrentaban a una crisis violenta, que podía igualar en intensidad a la de 1930 y que no había que repetir los errores de entonces, inyectaron rápidamente 770.000 millones de dólares para mantener la actividad y tomaron medidas monetarias, fiscales y financieras para reconstituir la renta y el valor del patrimonio de las familias.

La rápida reacción de la FED bajando los tipos más rápido que el BCE, contribuyó a debilitar el dólar frente al euro y a reforzar así la competitividad-coste de las empresas americanas. Llevaron a cabo un saneamiento enérgico de su sistema bancario después de la quiebra de L&B en septiembre del 2008 (hace ya seis años) y consiguieron que el crédito volviese a fluir rápidamente. Y por el lado fiscal, los EEUU no tenían que someterse a nada parecido al Pacto de Estabilidad y así pudieron dejar correr sus déficits sin imponer políticas de austeridad a su población. En su conjunto, las políticas americanas sostuvieron la demanda y las europeas provocaron su hundimiento

La BCE siguió a la FED en sus políticas monetarias no convencionales, pero sigue sin poder llevar a cabo compras masivas de deuda pública. Draghi acaba de provocar otra tormenta en los mercados financieros posponiendo, una vez más, su anunciada política de compras masivas de activos. Pero ha anunciado que no necesita la mayoría en su Consejo de Gobierno para hacerlo. Una clara advertencia a Alemania, que sigue oponiéndose a esa intervención.

Pero mientras tanto la amenaza de deflación se agrava y las declaraciones de Draghi acerca de su voluntad de mantener su objetivo de inflación (recordemos que este es “cercano pero por debajo del 2 %”) empiezan a ser poco creíbles.

¿Qué tendríamos que hacer ahora los europeos? Al menos tres cosas: una reducción más lenta de los déficits públicos, un estímulo pan europeo a la inversión y una política decidida de quantitative easing de parte del BCE.

En materia de reducir más lentamente los déficits públicos, la Comisión ha decidido hacerse trampa en el solitario, decidiendo no decidir sobre si los presupuestos de Francia y Alemania cumplían o no con la reducción del déficit. Ya se verá en Marzo, de momento vamos a dar hilo para que la cometa no se rompa. Juncker habrá pensado que más le valía no complicarse la vida con un encontronazo con los dos gobiernos socialistas europeos imponiéndoles más recortes.

En materia de quantitative easing ya nos han dicho desde Frankfurt que es urgente esperar.

En materia de estímulos a la inversión aparece al menos una iniciativa, la del “plan Juncker” para invertir en 315.000 millones de euros en los próximos tres años. Falta hace, ya que la inversión en la zona euro ha caído un 17 % con respecto a su nivel del 2007. Los EEUU ya lo recuperaron en el 2013. En el 2012/2013 los americanos han invertido 540.000 millones de euros más que los europeos.

Pero el “plan Juncker” pretende hacerlo dentro de las restricciones impuestas por las políticas de austeridad. Por eso, no se trata de una expansión fiscal propiamente dicha ya que no habrá más endeudamiento público, sino de incentivar la inversión privada. De nuevo un equilibrio entre lo que quiere Alemania y el estímulo fiscal que piden los demás.

Quedan muchas cosas por saber y muchos cabos por atar para poder evaluar las posibilidades de éxito del plan Juncker. De momento se parece mucho a la “Iniciativa para el crecimiento” presentada hace dos años con el objetivo de invertir 120.000 millones. Y también para permitir a Hollande no perder la cara y poder ratificar los nuevos Tratados sin que pareciese que incumplía sus promesas electorales.

Hasta ahora de aquel plan poco o nada se ha cumplido. Lo reconocía el propio ministro alemán de Hacienda, expresando un cierto cansancio de esos planes que se anuncian con grandes cifras, que luego no se aplican. Esperemos que no le ocurra lo mismo al plan Juncker ahora, porque ya no queda mucho tiempo para más fracasos.

Mientras esperamos que el Consejo Europeo de diciembre, que es quien debe aprobarlo, aclare algunos aspectos de ese plan, lo que sabemos hasta ahora son cuatro cosas:

1) Esos 315.000 millones de inversión se harán sin aumentar el endeudamiento de los Estados.

2) La aportación de dinero público se limita a 5.000 millones de dinero fresco, aportado por el Banco Europeo de Inversiones y 16.000 millones de garantías del Presupuesto Comunitario.

3) Esos recursos europeos no aumentan el gasto comunitario, porque se obtienen reciclando fondos destinados a otros objetivos.

4) Los Estados miembros podrán aportar desde sus Presupuestos nacionales recursos adicionales al plan, con el incentivo de que no computarán en el déficit. Se supone que esa deuda es una “buena” deuda, o es una forma de dar una vía de escape a las dificultades de Francia e Italia para cumplir con los objetivos de reducción del déficit que tanto le cuestan.

La gran cuestión es cómo se pasa de esos 21.000 millones de euros aportados a los 315.000 millones de inversión proyectada.

La solución no es muy original, en este campo no queda casi nada por inventar, y en la práctica se crea un nuevo instrumento de Banca pública a nivel europeo. Con los 21.000 millones se crea un nuevo instrumento denominado FEIS, Fondo Europeo para las Inversiones Estratégicas. Como un Banco, este fondo podrá prestar unas tres veces más de sus fondos propios a los agentes privados que quieran invertir en los proyectos seleccionados.

Se espera además que esos inversores no se limiten a invertir el dinero que les preste el FEIS, sino que inviertan cinco veces más, endeudándose ellos a su vez. Así tenemos 315.000 millones, conseguidos a través de un apalancamiento de quince veces el capital “cebo” inicial. En realidad a través de dos apalancamientos en cascada: (21*3)*5.

Un apalancamiento de quince veces es un ratio elevado, pero no exageradamente elevado, es el que aplica el Banco Europeo de Inversiones a algunos de sus proyectos. Pero surge de una estimación sometida a múltiples interrogantes.

En primer lugar, se espera que este montaje de garantías a los inversores y que estos se animen a invertir en proyectos que no hubieran acometido espontáneamente, porque el dinero público aportado contribuye a absorber el riesgo.

Pero, ¿cuánto riesgo va aceptar el sector público?, y ¿cómo va a absorberlo? Se ha hablado de que las primeras pérdidas de un proyecto sean absorbidas por el FEIS, pero no hay nada claro al respecto.

Lo importante será la gestión del Fondo y la elección de los proyectos financiados. El éxito del plan dependerá de la capacidad de seleccionar proyectos identificando aquellos que no se hubiesen acometido sin la existencia del FEIS, de lo contrario no estaríamos hablando de inversión neta adicional. Para ello se deberían privilegiar proyectos con mayor nivel de riesgo porque en ellos la garantía pública surtirá mayor efecto.

En teoría se deberán escoger los más creadores de empleo, los que puedan realizarse más rápidamente y los que más favorezcan la cooperación europea. Y en teoría también, no habrá cuotas nacionales, aunque ya todos los países han escrito sus cartas a Bruselas.

El plan pretende invertir en dos clases de proyectos, los de Pymes en sectores innovadores que recibirían unos 75.000 millones de euros, e inversiones en infraestructuras de energía, transporte y sistemas digitales.

Por su cuantía, su concepción y sus problemas de aplicación, es dudoso que este plan venga en tener verdaderos efectos macroeconómicos. Pero es lo que hay, es todo lo que el actual entramado institucional europeo nos permite concebir. Para hacer más habría que cambiarlo substancialmente. Y de momento, no parece que nadie tenga la fuerza necesaria para hacerlo.

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