viernes. 29.03.2024

Cambio de año, tiempo de cambios

En lo político y en lo económico el mundo está cambiando impulsado por la tecnología, la llamada era digital, y por las nuevas formas de representación política

El 2016 se acaba. Y lo hace con una intensa dinámica de cambio en Europa y en el mundo. Quizás sea exagerado compararlo con 1989, cuando se hundió el muro de Berlín, se desintegró la Unión Soviética y el mundo basculó desde la estructura bipolar de la guerra fría hacia lo que los optimistas llamaron el fin de la Historia.

Aquel acontecimiento mayor, el final del sistema y de la utopía comunista, sirvió para fechar el final del corto siglo XX, que había empezado en 1914 con la primera Gran Guerra. Aunque a los que les gusta usar el simbolismo de acontecimientos concretos para marcar el devenir de la Historia, han argumentado que ha sido la muerte de Fidel Castro lo que ha puesto definitivamente final a las utopías del siglo XX.

Pero sin el dramatismo de aquellos acontecimientos, el año que acaba muestra que el mundo está basculando hacia una nueva situación. En lo político y en lo económico el mundo está cambiando impulsado por la tecnología, la llamada era digital, y por las nuevas formas de representación política.

Empezando por Europa, el Brexit ha sido uno de los acontecimientos mayores de su historia, que amenaza la desintegración del propio Reino Unido y fragiliza a la Unión Europea. A medida que se vayan haciendo más patentes los problemas que plantea, puede que sea una vacuna más que un factor de contagio. Pero las tendencias centrifugas y disgregadoras en el interior de los Estados, son hoy más fuertes que el impulso integrador iniciado con el Tratado de Roma, cuyo 60 aniversario celebraremos el próximo año.

Europa ha cambiado. Creíamos que nuestra unión y el paraguas protector americano, a cuya sombra hemos usufructuado una seguridad exterior a bajo coste, nos garantizaban una especie de “paz eterna” a nivel regional al estilo de la que imaginó Kant a escala planetaria. Pero la paz no es el estado natural de las cosas, como parece creer la juventud-erasmus que precisamente por eso no valora lo que representa el gran éxito histórico de la Unión Europea. Ahora nos enfrentamos al retorno de graves riesgos para nuestra seguridad interior y en nuestras fronteras desestabilizadas del Este y del Mediterráneo.

Rusia y Turquía aparecen como nuevos actores en nuestra vecindad, inmersos en una creciente dinámica autoritaria. Se acabó el idilio con Turquía basado en una promesa de adhesión en la que nadie cree ya, justo cuando su cooperación es, nos guste o no, imprescindible para hacer frente a los nuevos riesgos geopolíticos. Incluyendo el de la inmigración provocada por conflictos bélicos en los que esos dos países llevan la voz cantante ante un repliegue americano que promete ser mayor todavía con la Presidencia Trump.

El Estado Islámico ha aparecido como un amenaza interior para Europa, especialmente para algunos países. La crisis económica, el contra choque de la globalización y el aumento de las desigualdades han impulsado los llamados “populismos”, que cambian los esquemas tradicionales de la representación política. Medio en serio medio en broma, en Bruselas se dice que después del Brexit hemos tenido el Renxit, en referencia a la dimisión del Primer Ministro italiano después del “no” a su reforma constitucional.

Una reforma que, junto a la Ley electoral pendiente de revisión por el Tribunal Constitucional, suscitaba dudas legitimas, porque aunque aseguraba la gobernabilidad, podía dar demasiado poder al gobierno en un país que ha elegido 3 veces a Berlusconi y facilitar la de Beppe Grillo. Aunque más que en el fondo del contenido de la reforma, el problema ha sido que, en la forma, Renzi lo convirtió en un plebiscito sobre su persona, produciendo una coalición de sus muchos enemigos, incluidos los del interior de su partido.

No creo que el “no” haya sido un voto antieuropeísta como los populistas proclaman, pero la inquietud en Bruselas es grande, porque la economía italiana y sus bancos son los eslabones débiles de Europa. Es de temer que la etapa de interinidad que se abre en Italia bloquee la reforma de su sector bancario, que acumula la friolera del 20 % de su PIB en créditos dudosos. El nuevo gobierno (63 en 70 años) no podrá demorarse más para abordar el problema, aunque solo sea porque el BCE no va a seguir sacándole gratis las castañas del fuego.

La rápida reacción del Presidente Mattarella proponiendo al Ministro de Exteriores Gentilloni la composición de un gobierno que es prácticamente la continuidad del de Renzi, ya que no ha sido posible uno de unidad nacional, por la feroz oposición de la derecha y del Movimiento 5-Stelle, debería permitir controlar la situación del BMPS, Banco de Monte del Paschi de Siena, y evitar que aumente la desconfianza en los mercados financieros. Una desconfianza que tiene su razón de ser porque Italia es un país estancado, cuyo PIB per capita no ha crecido desde 1997, mientras que el del conjunto de la UE ha crecido el 22 %, y su Deuda publica alcanza el 132 % del PIB (casi 100% en España)

El Brexit y el Renxit muestran como varios países europeos, y el propio proyecto de integración se desagrega. La crisis del euro no esta resuelta, sigue sin llagarse a un acuerdo para reestructurar la Deuda griega, a pesar de la insistencia del FMI que no deja de advertir de su insostenibilidad y de la falta de realismo de los planes de ajuste fiscal que se le imponen. Y sí suben los tipos de interés y no se resuelve la débil estructura del capital de parte de su sistema bancario, la economía europea puede entrar de nuevo en zona de turbulencias.

En Francia hemos visto a la derecha francesa escoger como candidato presidencial al menos probable de los que competían en las primarias, un conservador con planteamientos duros en materia de inmigración; a un Presidente de la República renunciar a la reelección para evitarse la humillación de no ganar ni siquiera las primarias de la izquierda, o brindar en bandeja a Le Pen pasar a la segunda vuelta. Y asistimos a un proceso de fragmentación del conjunto de la izquierda, y del propio partido socialista, que se prepara para presentarse en orden disperso a las próximas elecciones Presidenciales.

Menos mal que un candidato ecologista hijo de la inmigración ha evitado que Austria tuviese el primer Presidente de extrema derecha elegido en Europa desde 1945. El triunfo de Van der Bellen, un profesor independiente de 72 años, ha sido impulsado por una coalición heteróclita surgida de la sociedad civil que le ha dado 300.000 votos de diferencia, 10 veces más que en las elecciones de mayo anuladas por el Constitucional.

Austria pone así un contrapeso internacional al triunfo de Trump en EEUU, un acontecimiento de cuya gravedad e importancia vamos tomando conciencia a medida que se van conociendo los nombramientos que propone para su gobierno. Trump simboliza el triunfo del populismo en la más antigua y la más poderosa de las modernas democracias, e implica un paso en la ruptura de la unidad de occidente y de su pérdida de peso en el mundo. Sus planteamientos ambientales cambiarán radicalmente los esfuerzos de la comunidad internacional para luchar contra el cambio climático y su política comercial dejará a China el protagonismo en la materia, consagrando su estatus de gran potencia.

El orden mundial no está sufriendo el hundimiento súbito de uno de sus dos grandes actores, como en 1989, pero el orden que resultó de aquel acontecimiento, que permitió ampliar al Este a la Unión Europea, está cambiando aceleradamente. Ya no esta dominado por EEUU y su retirada previsible de varios frentes, y su sorprendente relación con la Rusia de Putin, deja a Europa un tanto aislada frente a los autócratas y el peligro yihadista.

Por otra parte, las políticas que promete Trump acelerarán la entrada en un nuevo ciclo económico mundial, basado en una marcha atrás en la mundialización, el retorno del proteccionismo, tensiones inflacionistas y la subida de los tipos de interés. Se aumentará la inversión en infraestructuras, rebajas fiscales regresivas, desregulaciones y cortes en el gasto público federal. El resultado será un aumento del déficit publico, de la Deuda y los tipos de interés. Lo que revalorizará el dólar, debilitará a las industrias exportadoras y aumentará el déficit comercial exterior.

Es poco probable que ello vaya a beneficiar a la mayoría de sus votantes, los enfadados con los efectos de la globalización y con el establishment político.

Eliminar el Obamacare y la mayor parte de las regulaciones del medio ambiente y financieras no es del interés de los trabajadores, ni de las clases medias bajas que sufrirán de un peor acceso a la sanidad, más contaminación y un comportamiento más depredador por el sistema financiero.

Por supuesto, un aumento de la inversión publica en infraestructuras aumentará la actividad de la construcción y el empleo en el sector. A corto plazo puede provocar un aumento de la actividad económica, pero con consecuencias negativas en el medio plazo para el equilibrio económico si reduce los ingresos fiscales. Poco probable que la masa de los votantes de Trump descontentos con el sistema encuentren en sus políticas la solución a los problemas que les movieron a votarle. Agitar el descontento es siempre más fácil que resolver sus causas.

En esta convulsa situación de la Historia, Alemania, y su canciller Merkel, aparecen como un faro de estabilidad, a pesar de los cambios en la opinión publica producidos por la crisis de los refugiados. Al mismo tiempo que Renzi tenía que dimitir, Cameron ya lo había hecho, Hollande no se representa y el Canciller federal austríaco Faymann era depuesto por su propio partido, Merkel era reelegida de nuevo por la CDU como candidata a la Cancillería. Obama la había ungido durante su viaje de despedida de los europeos, como la nueva líder del mundo libre. El cuadro macro de la economía alemana ofrece una insultante salud, con el paro en el 4 %, superávit presupuestario del 0,6 %, deuda publica al 71 % y superávit comercial del 8,6 %!!!

Se puede decir que también la crisis de los refugiados ha dividido el país, reflejando el temor de las clases medias del mundo desarrollado a la globalización, la inmigración, y el terrorismo islámico. Pero Alemania aparece como un actor fundamental en este mundo en cambio. Un mundo en el que los partidos socialdemócratas representaban antes de la crisis financiera y del euro el 40-45 % del voto y ahora en todas partes se sitúan entre el 20 y el 25 % de la representación.

La socialdemocracia tendrá que aprender a pactar y a cooperar con sus fuerzas mas afines. Y Alemania debería ser capaz de ejercer junto con Francia un papel motor en la integración europea, corrigiendo los errores que ha cometido en la gestión de la crisis griega. Para que Europa sea capaz de crear empleos y seguridad, que es la gran demanda de sus ciudadanos.

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