viernes. 19.04.2024

Una democracia con economía paritaria

Hay quien pone en duda la imparcialidad del feminismo, y esa misma posición ya señala la salida patriarcalista del problema, sea hombre o mujer

Con una brecha salarial de género del 26% (2016), la economía tiene mucho que hacer para que la democracia sea real, porque tanto en la vida laboral como en la jubilación se perpetúa la diferencia, las mujeres cobran, de promedio, casi 5.000 euros menos que los hombres. Si además contamos con el abandono de la actividad por la maternidad, hay mucho que cambiar para una economía paritaria que solo se conseguirá con más democracia.

Hay quien pone en duda la imparcialidad del feminismo, y esa misma posición ya señala la salida patriarcalista del problema, sea hombre o mujer. Porque posicionamientos cerrados nos separan de la visión de una economía para las personas. Vivimos momentos de inquietud, y hoy en la sociedad se aspira mayoritariamente a más clima de tranquilidad, sin embargo, hay quien fomenta lo contrario. Lo observamos desde las posiciones del llamado independentismo, hasta los que convierten los ceremoniales religiosos o sociales en banderas de combate para fomentar el enfrentamiento. Son estrategias de agitación como las que vivimos de forma indigna hace ahora quince años (11M) que con un obstinado negacionismo (sin pedir perdón todavía) se deslegitimó al gobierno que surgió de las urnas.

Desde ese momento (2004) se rompe el espíritu de la transición, se impulsa el enconamiento, se olvidan las sentencias y lo que es peor, se rompen muchas mesas de negociación, convenios, y se toman al asalto el urbanismo y la especulación, y con más nerviosismo se acelera las privatizaciones. La democracia se resiste y quince años después, tenemos un balance muy negativo.

El futuro es incierto, dice el reciente manifiesto de Economistas Frente a la Crisis, desde la aparición en escena de la extrema derecha, oculta hasta ahora en muchas organizaciones, ha radicalizado el mensaje, y en esa competencia para no perder votos son muchos los que le siguen el juego. Y la economía también se ha vestido con el lenguaje político y se pretende revertir derechos y libertades, irrumpiendo con fuerza en la destrucción de aquellas políticas que minoran a la desigualdad.

El principal problema que tenemos que abordar, según Innerarity, es la incapacidad del sistema político a la hora de abordar la creciente complejidad del mundo y hacerlo políticamente inteligente. Hay que mejorar la capacidad del sistema político con un aprendizaje colectivo, cuya practica nos permitirá combatir colectivamente a la incertidumbre. Todas las propuestas de democracia participativa o deliberativa se basan en este presupuesto de entender la democracia como una reflexión cooperativa, donde, según Honneth, la identificación y defensa de los propios intereses se lleva a cabo discursivamente en un espacio público común igualitario e incluyente.

Hay que concretar propuestas políticas y sociales comprometidas con la democracia que frenen la involución, nos recomienda Economistas Frente a la Crisis, para que se despejen dudas y superemos las confusiones conceptuales de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Así como, corregir el sistema de financiación autonómico, una sangría que daña cohesión del territorio, y mirando a Europa, con planteamientos claros de progreso.

Es la hora posicionarse en propuestas económicas y rechazar las promesas que no garantizan una calidad de vida a la mayoría social que la demanda. Hay que sumar en progreso para la ciudadanía y dejar de lado a quienes miran el pasado para envenenar el presente.

Sin olvidar lo que Skidelsky nos recuerda, que depende de muchas cosas que los malos partidos lleguen al poder, pero también, de las tensiones de la economía. Y ahora, la mala economía, ese dominio de los lobbies financieros, sigue imponiendo sus recortes, y los otros lobbies del nacionalismo económico, aranceles, con ese mensaje de “nosotros solos” que culmina en la mala política. En este momento crítico, no se puede dar un paso atrás, y llega el día   de las soluciones a los problemas de la ciudadanía, su momento de decidir, su memento de votar, el momento de ver más allá del candidato y examinar los programas.

Oímos muy pocas propuestas para acuerdos de rentas, o de un plan estratégico de lucha contra la corrupción, o una visión de como luchar contra la evasión fiscal y la economía sumergida. Poco se habla de la política fiscal, salvo para decir que bajarán impuestos, olvidando que estamos por debajo de la media UE. De la economía productiva se oyen escasas propuestas para una economía libre, aunque se habla mucho de liberalismo, pero poco de como liberar de las trabas que el sistema financiero pone.

Es preocupante que no se hable de un pacto de la sanidad, la educación y la investigación, y de más transparencia y gobiernos abiertos con más ética pública, parece como algo superado, porque formalmente ya hemos hecho los deberes, aunque las instituciones evaluadoras internacionales nos suspendan. Lo mismo que el gasto público, ese desconocido en los debates, así como el presupuesto abierto que tanto recomienda el FMI.

Las democracias mueren, según Levitsky y Ziblatt, cuando impera el no, cuando falta la sensación de libertad, de igualdad, de civismo, de objetivos compartidos, de normas que funcionen. Y parece que esta democracia se ha instalado en el campo de Marte, y solo la lucha cuerpo a cuerpo es lo que atrae al espectáculo. Sin embargo, la ciudadanía busca desesperadamente una calidad institucional, que se controlen los costes para evitar el recorte de mañana y desde luego, busca una democracia que no vaya separada de la dignidad humana ni de los objetivos para el desarrollo.

Una democracia con economía paritaria