jueves. 18.04.2024

Pedro Sánchez

No soy militante del PSOE, ni soy votante socialista, ni simpatizante de Pedro Sánchez, pero me cuesta entender la inquina que ha provocado en parte de los suyos, que finalmente han logrado desalojarle de la Secretaría General mediante una tosca conjura palaciega, precedida por una etapa de obstrucción interna y de acoso público.

Aunque confieso limitados conocimientos acerca de la vida interior del PSOE, no me parece que Sánchez haya sido el peor de los últimos secretarios generales. Accedió a la Secretaría General por elección directa de los militantes y se hizo cargo del partido en una situación muy desfavorable, cuando la desastrosa gestión de Zapatero había entregado en bandeja de plata el gobierno del país al Partido Popular y el desconcertado grupo parlamentario socialista sesteaba en el Congreso como una “oposición responsable”.  

Si dirigimos la mirada hacia atrás y recordamos algunas de las decisiones adoptadas antes por quienes le precedieron en el cargo, deberemos admitir que Pedro Sánchez sale ganando en la comparación. Que yo recuerde, Sánchez no ha metido España en la OTAN (de entrada, No), ni está afectado por la ilegal financiación del Partido (ni de Flick ni de Flock), ni por los casos Filesa, Malesa, RENFE, BOE, etc,, ni por los ERE de Andalucía, ni por haber elegido cargos públicos como Vera, Barrionuevo, Corcuera, Roldán o Rubio; ni está afectado por el GAL, los papeles del CESID, la mafia policial y la desaparición del Nani; ni ha imprimido al partido el giro neoliberal de Boyer y Solchaga, ni promovido las primeras privatizaciones de empresas públicas, ni la reconversión industrial, que dejó a miles de trabajadores sin empleo, ni ha introducido las empresas de trabajo temporal, ni ha facilitado la impunidad de Pujol en el caso Banca Catalana, ni ha participado en el gobierno tripartito catalán, que tan caro ha salido al PSC, ni ha reformado, al alimón con Rajoy y de prisa y corriendo, el artículo 135 de la Constitución para satisfacer a la "troika".

Claro, porque no ha gobernado, se me objetará. Cierto es, pero estando en la oposición no lo ha hecho peor que el breve Almunia o que Rubalcaba con su "oposición responsable", que no era oposición ni era nada.

Tampoco se le debe achacar la larga crisis del partido, inmersa en la crisis de la socialdemocracia europea, que, junto con lo anterior, ha sido la causa de la constante pérdida de votos del PSOE, hasta cuando contaba a su izquierda sólo con un partido testimonial como Izquierda Unida.

Al contrario, Pedro Sánchez se ha tenido que enfrentar, por primera vez, con un adversario en la izquierda como Podemos, no sólo de la talla del PSOE sino que aspira a desplazarlo y a ocupar su lugar.

Sánchez no parece un dirigente radical ni un promotor de audaces aventuras políticas, sino más bien un político moderado y blando, tan blando como los demás cargos del PSOE ante una derecha furibunda como es el PP, pero admiro su firmeza al decir que no a Rajoy, al presidente de un partido que está lleno hasta arriba de casos de corrupción y que, desde el Gobierno, ha emprendido una cruzada contra los asalariados y las clases populares de este país.

Quizá haya sido eso lo que ha molestado a sus críticos, que, mediante una vergonzosa operación de acoso e intriga, han querido impedir que intentase formar un hipotético gobierno alternativo al de la derecha, en el que, junto a otras fuerzas menores, Podemos estuviera presente.

Era sólo una hipótesis, una apuesta sin garantías de poderse realizar, pero los insurgentes han decidido impedir el intento.

En el Partido Popular sin duda se lo habrán de agradecer, pero no por ello, en la oposición, los socialistas habrán de esperar un trato mejor que el recibido hasta ahora. 

Pedro Sánchez