viernes. 29.03.2024

Una nación en marcha…

Con motivo de la Diada, miles o cientos de miles de personas han salido a la calle en Cataluña a encontrarse con ellas mismas como sujeto social, y con la Historia (escrita con mayúscula). Han acudido a los lugares de concentración impulsadas por un fuerte sentimiento gregario, que agrupa multitudes por encima de  diferencias de sexo, edad, religión y condición, propiedad o renta, situación laboral o económica, para sentirse miembros de una colectividad -la nación catalana- y participar en un gran proyecto político.

Millones de ciudadanos, cuya existencia cotidiana está determinada por las decisiones adoptadas, primero, por los poderes locales y regionales (catalanes) y, luego, por los nacionales y mundiales, han sido convocados para participar en la gesta de una nación en marcha, que quiere ser soberana y asir las riendas de su destino, pues la pertinaz propaganda nacionalista ha logrado inculcar en la gente corriente dos ideas fundamentales. La primera es una noción de soberanía más propia del siglo XIX, que es difícilmente compatible con los vínculos políticos y sobre todo económicos existentes hoy entre países insertos en un sistema mundial regido por organismos supranacionales.

La segunda idea, otro gran acierto de la propaganda nacionalista, es haber logrado inculcar el sentimiento de que todos los catalanes son víctimas en parecida medida de las decisiones de España o de Madrid (España nos roba). La consecuencia de este victimismo igualitario es suscitar la impresión de que existe una comunidad de intereses entre todos los catalanes y que la única solución para escapar de tal agravio es alcanzar la independencia. Aunque el discurso nacionalista no indica lo que ocurrirá después de tan fausto evento, pues reina un prudente silencio o una calculada ambigüedad sobre el modelo de sociedad resultante, en la que, a tenor de las ideas y las prácticas de los grupos políticos que dirigen el “procés” (ERC y, sobre todo, los herederos de CiU), parece difícil de creer que las posiciones neoliberales de Artur Mas, alineado con el programa de austeridad social de Ángela Merkel, puedan tener el objetivo de atender de forma prioritaria las necesidades de los grupos sociales más golpeados por la crisis y por las medidas de austeridad aplicadas por la Generalitat para, en teoría, salir de ella.

Cuesta creer, que en un proceso dirigido por el partido del 3%, se vayan a atemperar las diferencias de clase derivadas de la oposición entre los intereses del capital y los del trabajo, y que pueda establecerse un proyecto común por encima de las múltiples tensiones que atraviesan la compleja sociedad catalana, como son las existentes entre dirigentes y dirigidos, contribuyentes y evasores fiscales, corruptos y honrados, empresarios y trabajadores, prestamistas y endeudados, desahuciadores y desahuciados, privatizadores de bienes públicos y expoliados, recortadores de servicios y recortados, empleadores y parados, etc, etc, etc, que a buen seguro habrían de perdurar o incluso acentuarse en los primeros años de andadura del nuevo país.

Ante un impresentable Gobierno central en funciones, un país con un notable grado de deterioro de sus instituciones, una clase política incapaz no sólo de formar gobierno sino de establecer un dictamen sobre la situación política y económica y definir unas mínimas líneas maestras de actuación inmediata, que puedan suscitar un consenso por precario que sea para salir del atasco; ante un país sin pulso y sin rumbo, el nacionalismo catalán ofrece una identidad colectiva fuerte, un proyecto ilusionante y un excitante momento de construcción, al que invita a participar como protagonistas a quienes eran hasta hace poco insignificantes ciudadanos, cuya vida estaba regida por el azar inexplicable de la crisis económica, el deterioro institucional y el ocaso del proyecto autonómico.  

Una nación en marcha…