viernes. 29.03.2024

El “moderado” Rajoy

rajoy

Nada ha sido moderado durante la legislatura, ni los propósitos buscados ni los medios utilizados, sino más bien lo contrario, la norma ha sido lo extremoso, lo radical, incluso lo brutal

El eje principal de la campaña electoral del Partido Popular ha sido suscitar en los votantes el miedo a lo que pueda hacer un gobierno en el que estén presentes Unidos-Podemos, porque podría llevar a España por la senda del desastre. Para evitarlo, los votantes, colocados en la disyuntiva de elegir entre los radicales (los comunistas y los bolivarianos) o los “moderados” (ellos), deben votar al PP, porque, según Rajoy, son “los buenos”.

Desconozco el significado preciso de palabras como “buenos” y “moderados” en la jerga de los registradores de la propiedad, pero, si nos atenemos al sentido que tienen en el lenguaje común, se percibe un uso con intención dolosa, es decir, con ánimo de engañar a la gente, porque a lo largo de la legislatura se ha comprobado con cifras y actitudes que la forma de gobernar de los “buenos” ha tenido para la gente efectos muy malos, y que si hay una palabra inapropiada para calificar el mandato de Rajoy es la de “moderado”.

Nada ha sido moderado durante la legislatura, ni los propósitos buscados ni los medios utilizados, sino más bien lo contrario, la norma ha sido lo extremoso, lo radical, incluso lo brutal. Brutales son las cifras de pero alcanzadas, sólo entre 2012 y 2013 se destruyó un millón de empleos, cuando la tasa máxima de paro alcanzó el 27% (6.200.000 parados según la EPA), y sigue siendo alta con el 21% de la población activa; brutal es el paro juvenil (52%); brutal es que los asalariados hayan dejado de percibir 21.000 millones de euros por la reducción de los sueldos. Brutal es la deuda externa, que es de 1,8 billones de euros; brutal es la deuda pública, que ha llegado a la cifra más alta desde 1909; brutal es haber gastado en cuatro años la mitad del fondo de reserva de las pensiones (queda un remanente de 32.481 millones de euros, de los 66.815 millones que dejó Zapatero). Brutal es que tres millones de personas hayan dejado la clase media, en un experimento de ingeniería social, al parecer sin consecuencias para sus inductores. Brutal es que España sea el tercer país europeo con más pobreza infantil y que sea el segundo donde es más fácil correr el riesgo de ser pobre. Brutal e insoportable es el número de casos de corrupción que afectan al Partido Popular.

No es efecto de la moderación que el poder adquisitivo de los salarios haya retrocedido a niveles de hace veinte años; ni moderado ha sido el rescate de la banca con fondos públicos, ni moderado ha sido el nivel más alto de la prima de riesgo -642 puntos básicos en julio 2012- (más que con Zapatero). No han sido moderados los beneficios de la banca y de las grandes empresas, en particular los oligopolios, ni los sueldos y extras de sus directivos; ni moderada ha sido la evasión fiscal, premiada, además, con una amnistía; no es un resultado moderado que haya un millón y medio de familias donde todos los miembros carecen de empleo, 800.000 hogares sin ningún ingreso y 500.000 en pobreza severa; no es un dato moderado ni alentador saber que el 35% de los asalariados percibe un sueldo de 645 euros al mes, que el 55% de las horas extras realizadas no se cobran y que tres de cada diez contratos temporales duran menos de una semana.

El Partido Popular, el partido de los “valores”, los ha pisoteado todos para perseguir sólo uno, el “valor del dinero”, siguiendo la vieja máxima del PP valenciano de “estar en política para forrarse”, pronto y de cualquier manera (legal, alegal o ilegal) con dinero ajeno, con fondos públicos, con dinero de todos entregado a su gestión y a su custodia.

El Partido Popular, el partido de las personas “normales”, el partido de los “buenos”, el partido moderado, el partido del orden, ha demolido el orden laboral, instaurando una dictadura del capital sobre el trabajo, ha hundido miles de pequeñas empresas y con ellas parte del modelo económico, ha hundido miles de economías familiares, incluso miles de vidas al privarlas de dos soportes esenciales -el empleo y la vivienda- para llevar una vida mínimamente digna; ha hundido la cultura, la investigación y la innovación para unos cuantos años y ha abolido, con decretos y con leyes propias de una situación excepción, artículos enteros de la Constitución referidos a derechos laborales y civiles de los ciudadanos. 

Todo esto, que no es una lista exhaustiva de lo perpetrado en poco más de cuatro años, sino un apretado recuerdo, supone un conjunto de cambios tan radicales, tan profundos, que si algo análogo hubiera sido efectuado por un partido de la izquierda, la derecha, el PP, lo hubiera calificado en seguida de revolución; pues eso ha sido, una revolución, un drástico cambio en las relaciones del poder político y social en favor de una parte de la sociedad, curiosamente la mejor situada, la más boyante económicamente, en detrimento de otra, que ha sido despojada, en muy poco tiempo, de poder (la verdad, es que no tenía mucho) para ser despojada de riqueza.

Lo ocurrido en estos largos y extremosos cuatro años ha sido una verdadera “revolución conservadora”, utilizando el término puesto en circulación por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta, y, empleando los familiares términos patrios, uno de nuestros frecuentes saltos atrás, de nuestros fáciles retrocesos, que luego cuesta tanto remontar; una contrarreforma, una de las restauraciones conservadoras, que van marcando nuestro imparable movimiento pendular. Llevado a cabo, como siempre, por un partido moderado en nombre del orden y del progreso de España. Y habrá quien se lo crea.

El “moderado” Rajoy