viernes. 29.03.2024

Fracaso y triunfo de Mas

La negativa del Consejo Nacional de la CUP de facilitar la investidura de Artur Mas como President de la Generalitat es un ejemplo típico del lance del alguacil alguacilado.

La negativa del Consejo Nacional de la CUP de facilitar la investidura de Artur Mas como President de la Generalitat es un ejemplo típico del lance del alguacil alguacilado, en este caso del abrasador abrasado por las consecuencias de sus propias acciones. Artur Mas ha recogido un efecto perverso al haber forzado la lenta marcha del proyecto pujolista para dejar España -con paciencia hacia la independencia-, por la de pisar el acelerador y avanzar con prisa y sin pausa (ni prudencia) hacia la república catalana independiente.

Desde que llegó a la Presidencia de la Generalitat en 2010, Mas, ayudado por las instituciones paragubernamentales creadas ex profeso, ha sometido a la política catalana a una presión brutal para provocar una reacción favorable a sus planes en el Gobierno central. Entre el desafío y las quejas victimistas, las amenazas, fintas, argucias, simulacros, metáforas de marinos o de electricistas (“la desconexión”), decisiones tramposas y lecturas sesgadas de los sucesivos reveses electorales, Artur Mas ha pasado, con velocidad de vértigo, de reclamar un pacto fiscal a plantear un órdago con la declaración unilateral de independencia, espoleado por un competidor, ERC, y por su peor adversario, la CUP.

En esta carrera enloquecida, Mas ha convertido las instituciones del Estado en Cataluña (eso son la Generalitat y el Parlament) en apéndices de su proyecto, ha fundado con dinero público una serie de sectarios organismos que han funcionado como un alegal Estado paralelo, ha instaurado un régimen de propaganda que ha intoxicado a miles de ciudadanos catalanes (y no catalanes) hasta la obnubilación, ha colocado a sus colaboradores más fanáticos al frente de una utopía que se ha ido montando sobre la marcha, ha crispado y dividido a la sociedad catalana, ha hundido a su partido, CiU, ha recogido la postrera derrota electoral de su nuevo partido Democracia i Llibertat, que con 8 diputados, queda por detrás de ERC (con 9), y ha puesto su investidura a merced de la decisión de los “cupaires”, sus más radicales adversarios.

Salvo en la aplicación rigurosa de las medidas de austeridad, las “retalladas” de Mas llegaron a Cataluña antes que los recortes de Rajoy al resto de España, han sido cinco años tirados por la borda, que concluyen en una legislatura de tres meses sin legislación, pero con una pomposa declaración de independencia, luego trocada en una ilusionada expresión de deseos digna de unos juegos florales, y presumiblemente con la convocatoria de elecciones autonómicas, que serán las terceras en cinco años.

El rumbo de colisión ha quedado en naufragio; el coste de la aventura ha sido muy alto, incluso para el propio Artur Mas, pero quizá para él y para los nacionalistas la apuesta haya valido la pena, pues han conseguido que toda España gire en torno a Cataluña.

Han logrado colocar como primer problema del país, el que requiere atención prioritaria, la demanda casi dos millones de personas, el 48% de los votantes que, el 27 de septiembre, apoyaron las listas de los partidos independentistas. La opinión de quienes representaban el 37% del censo electoral catalán, pasa por encima de lo que opinó el 52% de los electores catalanes que apoyaron otras opciones, y que carecen de expresión en los medios de comunicación públicos y de representación en el Gobierno autonómico, pues la Generalitat hace tiempo que apostó por ser el gobierno de los nacionalistas, primero, y de los independentistas, después.    

Mas, al frente de los independentistas, ha obligado a definirse (y a dividirse) a todos los demás partidos sobre este tema, empezando por CiU, pasando por las diversas fuerzas de la izquierda catalana, y acabando con el PSOE, Izquierda Unida y Podemos.

Pero se han acabado las aventuras; llegó el momento de hablar en serio. Y sería deseable la sensatez.

Fracaso y triunfo de Mas