jueves. 28.03.2024

El “fenómeno”

En el grisáceo firmamento de la oratoria política española ha hecho su aparición una nueva estrella, que, con sus peculiares maneras, ha de reanimar en el futuro el declinante arte de la retórica parlamentaria con nuevas dosis de crispación, aunque no de conocimiento. 

La luminaria se llama Gabriel Rufián, diputado de Esquerra Republicana de Cataluña, quien ya había dado muestras de su estilo directo y faltón pero carente de sustancia política, que recuerda los peores años de crispación en el Congreso cuando desde la bancada del Partido Popular se insultaba a Felipe González y a Rodríguez Zapatero.  

Rufián sigue la escuela agresiva y monotemática, si puede llamarse así, del veterano portavoz de Esquerra, Joan Tardá, antaño comunista internacionalista de Bandera Roja y del PSUC y hoy nacionalista converso e independentista contumaz, pero, en la sesión de investidura de Rajoy, el ignaro catecúmeno ha aventajado al maestro en audacia y aspereza, por lo que tiene bien ganado el cargo de portacoz de su grupo.

El gesto desafiante como de un perdonavidas de barrio al subir a la tribuna del hemiciclo recordó la irrupción de un toro en el ruedo, mirando a todos los lados y buscando a quien embestir, pues, a consecuencia de un discurso con frases de doble sentido y aviesa intención, mal hilvanado y plagado de sonoras faltas de ortografía, Rufián pareció confundir la investidura con la embestida. Actitud que una amiga ha definido, con femenil acierto, como propia de un aprendiz de macho alfa.

Aunque repartió “leña” a todos, los venablos de este diputado se dirigieron sobre todo contra el PSOE en forma de insultos y metáforas vejatorias, en una alusión directa, leída con poca soltura. Con lo cual, al discurso ramplón y a la prosa garbancera, tan abundantes en las cámaras españolas, el diputado Rufián añadió el insulto con “chuleta”, que es el último recurso del mal orador y del político inepto.   

En una sesión de excepcional importancia en el Congreso, este deslustrado sujeto perdió dos magníficas ocasiones para hacerse notar por otras razones. En primer lugar, por su capacidad política, si hubiera hablado de los dudosos méritos del candidato a ser investido, haciendo un balance de su largo mandato y situándolo en la actual coyuntura española y europea. Lo cual no era fácil. Y en segundo lugar, haciendo gala de sabia prudencia al callar sobre asuntos que más le valiera no haber tocado, pues ponen en evidencia su vasta ignorancia sobre aspectos de la historia de su propio partido y sobre acontecimientos dramáticos del país que pretende conducir a la independencia. 

Rufián llamó iscariotes y traidores a los socialistas, que se han visto presionados desde la izquierda y la derecha por apoyar indirectamente a Rajoy, pero seguramente ignora, como tantas otras cosas de Cataluña y del mundo en general, que, Companys se vio igualmente presionado por la izquierda y por la derecha, y, como Pedro Sánchez, también dentro de su partido, por Josep Dencás, un aventurero nacionalista con tendencias fascistoides que acabó de Consejero de Gobernación, por lo cual ostentaba el mando de 3.200 policías y 3.400 “escamots”, una fuerza armada que le permitía ejercer una disimulada presión sobre el Gobierno de la Generalitat y una represión sin disimulos sobre los trabajadores en huelga. 

Rufián también ignora que en octubre de 1934, ERC perpetró dos traiciones, dos, en pocas horas. La primera, corrió por cuenta del Gobierno de la Generalitat, cuando en la tarde del día 6 de octubre, Lluís Companys proclamó, con voz vacilante, el Estado Catalán dentro de la República Federal Española, “para salvar el honor de la protesta” que había comenzado el día anterior. 

“La Generalidad asiste a un nacimiento como si fuera un funeral. Está de luto. Cumplida la ceremonia, el Consejo se retira a esperar. Es la noche del sábado. Aquelarre”, escribe Maurín, en Revolución y contrarrevolución en España.

De este modo, el Gobierno de la Generalitat, con Companys al frente, fue desleal al gobierno de la II República en 1934, como en 1931 lo había sido Maciá con el gobierno provisional, una vez caída la monarquía. 

La segunda traición fue dejar en la estacada a los insurrectos después de haber alentado la insurrección. “En lo más encarnizado de la lucha (entre los obreros alzados y las tropas del general Batet), Dencás no se movió de su despacho, negando a Companys la ayuda que le pedía. Cuando todo hubo terminado despidió a sus escamots, a quienes no había permitido salir de sus cuarteles, y los envió a sus casas, escapándose él por una alcantarilla y logrando pasar la frontera”, escribe Gerald Brenan en El laberinto español

Poco después, Dencás se refugió en la Italia de Mussolini. Aunque España es un país donde las más extrañas combinaciones de cobardía y fanatismo son posibles, la única explicación racional sobre la conducta de Dencás es la de que fue un agente provocador a sueldo de los monárquicos españoles, razona Brenan.

“Nos han vendido, dice Companys, cuando el general Batet empieza a enviarle granadas, que caen como las manzanas de Newton sobre la mesa de su despacho presidencial (…) Pero ¿quién ha vendido a quién? Batet no ha vendido a nadie. Es militar profesional. Ha habido, sí, una venta. La pequeña burguesía de la Generalidad ha vendido las libertades de Cataluña, y con ellas al movimiento obrero” (Maurín, obra citada). 

En la obra de ambos autores y en las Memorias de Manuel Azaña, por ejemplo, puede encontrar el diputado Rufián la ilustración de que carece, y que le podría servir en el futuro para ser más comedido en sus juicios y más útil en su labor parlamentaria.

El “fenómeno”