jueves. 28.03.2024

Ausencias en la Fiesta Nacional

Con el boato propio del caso y el consabido revuelo de dimes y diretes, se celebró ayer la Fiesta Nacional. Los pormenores están relatados por la prensa y aunque hubo detalles sabrosos, no me voy a extender en ellos, pero la celebración adoleció, como siempre, de la hinchazón retórica de la que abusa la derecha política, al haber convertido símbolos nacionales, comunes, en símbolos propios de su partido y de sus electores.

La culpa no es toda suya, pues, como en política no existen vacíos, el espacio no ocupado por un cuerpo es inmediatamente ocupado por otro. Y en esa celebración fue notoria la ausencia de los representantes de Unidos-Podemos.

Su líder máximo acusó, con razón, de hipócritas a quienes acudieron al desfile militar y tenían dinero en paraíso fiscales. La patria se defiende de otra manera, añadió, con más colegios y hospitales públicos. Efectivamente el amor a la patria no concuerda bien con el maltrato a los compatriotas de rentas más bajas.

Sin embargo estuvo errado, y cegado por un indigenismo atemporal y primario, cuando aludió al 12 de octubre como celebración de la colonización, porque sin el viaje de Colón y la colonización de América no hubieran existido la descolonización y el populismo; no hubieran existido Bolívar, ni los bolivarianos, ni Chávez ni Maduro, ni Morales ni Correa, ni Perón ni Laclau, a quienes tanto deben los podemitas. Alberto Garzón remató la posición de UP con una frase bastante lapidaria - “Yo no creo en patrias ni en música militar. Los pobres no tienen patria y los ricos esconden sus intereses detrás de cualquier bandera”-, subjetiva y contradictoria, propia de la izquierda testimonial, a la que por origen pertenece.

Garzón no cree en las patrias, yo tampoco, pero existen y en alguna hay que vivir, aunque uno se puede sentir intelectual o emocionalmente vinculado a otras patrias deseadas o incluso imaginadas, de las que en este país sabemos tanto. No cree, Garzón en la música militar, otros muchos tampoco, pero escuchar a Wagner o a Sousa tiene su punto. Que los ricos esconden su dinero detrás de cualquier bandera, es sabido, pero que los pobres carezcan de patria es un apotegma, una afirmación desmentida por la realidad: los pobres tienen patria, que suele ser la patria de los ricos, y entregan generosamente su vida por defenderla. Y con esa actitud se plantea un problema para la izquierda, si defiende las aspiraciones de los pobres, que no se resuelve con la fórmula de compromiso -“Mi patria es la gente”-, adoptada como consigna por Unidos-Podemos para salir del paso ante las demandas de sus periferias.

La frase más parece un lema publicitario, porque políticamente no resuelve nada; es inocua por vacía, tan vacía e ideológicamente inane como “Viva la gente” o “Todo el mundo es bueno”. Frase inútil, ya que Unidos-Podemos no es una asociación como aquella que, en los años setenta, estaba representada por un grupo de chicos y chicas cantando por el mundo, y además, porque la frase es engañosa, pues hay una parte de la gente que está excluida. Sin ir más lejos, la gente que ayer celebró la Fiesta Nacional, o en los lugares donde existe un fuerte sentimiento nacionalista una parte de la gente está excluida, con lo cual la frase cambia el sentido por “la patria es mi gente”.

Dejando aparte la frase, y a la espera de ver en qué queda ese “patriotismo moderno”, el problema que tiene planteado Unidos-Podemos es decidir, primero, si quiere gobernar o si prefiere quedarse como un partido testimonial, opción legítima, claro está. Y, segundo, si quiere gobernar el país real o el país imaginario, siguiendo el camino trazado por nuestros próceres de izquierda y derecha desde hace más de un siglo, que han buscado gobernar un país a su imagen y semejanza, lo que ha generado ese característico movimiento pendular o de acción y reacción, de avanzar y retroceder, de hacer y deshacer, como un lienzo de Penélope.    

Defender la patria no es ir a un desfile, claro. Pero eso lo puede decir (y hacer) un ciudadano cualquiera, no el diputado de un partido que cuenta con cinco millones de electores y pretende gobernar, mucho menos quien aspira a ser vicepresidente del Gobierno.

Un hipotético vicepresidente del Gobierno no puede estar ausente de un acto institucional como el día Fiesta Nacional, aunque sea un coñazo, como dijo Rajoy, porque el protocolo de las instituciones con frecuencia impone actos en que es inevitable la coexistencia con adversarios políticos -como en el Congreso-Pero esa contemporización va en el cargo y en el sueldo de quienes se prestan, voluntariamente, a participar en ellas.

El gesto de Iglesias, y de Unidos Podemos, plantea dos preguntas, que no son fáciles de responder. Una: ¿Acudirá a celebrar la fiesta del 12 de octubre cuando sea vicepresidente o ministro del Gobierno? Dos: ¿Suprimirá la fiesta o cambiará de fecha la Fiesta Nacional?

Ausencias en la Fiesta Nacional