martes. 16.04.2024

Una sociedad derrotada por los insolidarios y sus cómplices

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La pandemia impone un nuevo lenguaje que va cambiando a medida que avanza. Primero se habló de irresponsables, luego de insensatos ahora de solidaridad e insolidaridad. 

Previamente deberíamos recurrir a la definición que la RAE da a esa bella palabra; “solidaridad”: “Adhesión a la causa o la empresa de otros”.

O lo que sería lo mismo, nuestro compromiso de apoyo a algo que ayuda, o al menos no entorpece, a nuestro prójimo. Por cierto otra palabra sublime que utilizamos cada vez menos, quizás porque considerar a otros ciudadanos como prójimo (persona respecto de otra considerada bajo el concepto de solidaridad humana) esté a la baja en una sociedad individualista y según Bauman, líquida.

Prójimo, solidaridad, solidario, insolidario y pandemia van a suponer el nudo gordiano de esta reflexión.

Porque la Covid-19 ha hecho emerger estos conceptos, como argumentos para analizar la situación actual.

Porque a día de hoy en esta guerra (sí, sí, guerra) que tenemos con el virus y sus colaboradores, los insolidarios están venciendo a los solidaros, los irresponsables a los responsables, los insensatos a los sensatos

En estos momentos los bienintencionados hacen constantes llamamientos a la solidaridad para evitar comportamientos irresponsables, que sabemos con certeza son los causantes de esta segunda ola de infectados y la crisis derivada de ellos.

Lamentablemente la situación demuestra el fracaso de nuestra sociedad, porque esos insolidarios con la ayuda de sus cómplices activos o pasivos, hacen caso omiso a esos llamamientos y están derrotando a los solidarios, a la importante parte de la sociedad que con su sensatez da ejemplo de civismo cumpliendo rigurosamente las normas. Una ciudadanía que está sufriendo las consecuencias de su insensatez.

Todo esto demuestra que tenemos grupos, más numerosos de lo que los buenistas a veces señalan, que no tienen en cuenta que su manera de actuar afecta al resto de sus prójimos y si lo tienen les importa un carajo.

Su comportamiento incívico provoca contagios, confinamientos, ingresos hospitalarios, dolor, sufrimiento, pérdidas de empleos, quiebra de economías y muertes.

Pero esas gentes no podrían realizar lo que hacen y por tanto convertirse en un peligro para los demás, si no existieran cómplices que en unos casos por dejación y en otros por cobardía les ayudan a hacerlo. De esas gentes va esta reflexión.

¿Quiénes son esos cómplices?

Por un lado otros ciudadanos que no tienen el valor de recriminarles cuando les ven poniendo en peligro al resto. Es probable que sea como consecuencia de la presión que se ejerció durante el confinamiento, contra quienes haciendo uso su derecho a protegerse a ellos y los suyos, fueron descalificados al considerarles “policías de balcón o de ventana”.

Ya sabemos que en este país, más en unas zonas que en otras, que te identifiquen como represor, o colaboracionista está muy mal visto. Pero en el momento actual, cuando nos jugamos la salud, el empleo y que nuestros niños puedan ir al cole con seguridad, esa máxima debe decaer. 

Hoy en día el deber social más importante es actuar frente a quienes nos ponen en peligro y si para eso es necesario ejercer lo que los buenistas señalan como de policía, chivato, o represor se debe hacer;por el bien común.

Otro tipo de colaboradores con los insolidarios son los poderes políticos, especialmente los más próximos como presidentes de autonomía o alcaldes, aunque también el gobierno central, que teniendo la responsabilidad de poner orden en este desastre, por dejación, incompetencia o cobardía no lo hacen.

Puede parecer dura esta afirmación, pero las semanas que llevamos desde el inicio de la nueva normalidad están demostrando, que los intentos de convencer a esas gentes de que sus comportamientos ponen en peligro al resto de la sociedad, NO están funcionando.

Resultó especialmente patética la llamada de Fernando Simón para que los denominados “influencers”, colaboraran en campañas para llamar al orden a los insolidarios.

Si un gobierno hace ese tipo de petición de auxilio, está demostrando su debilidad y su más absoluto fracaso en esta batalla.

El gobierno central, los autonómicos y municipales, tienen lo que parece ser el único instrumento útil para evitar que una minoría (importante y no minúscula) de ciudadanos y ciudadanas pongan en peligro la salud y la economía del resto: las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Sólo a través de la actuación contundente por parte de Policía Nacional, Guardia Civil, Policías Autonómicas y Municipales persiguiendo con dureza a los canallas, se puede poner freno a este desvarío. Todo ello con el apoyo y soporte del poder judicial.

El fracaso de las medidas educativas y de convencimiento lleva inexorablemente a esta conclusión.

Porque a día de hoy en esta guerra (sí, sí, guerra) que tenemos con el virus y sus colaboradores, los insolidarios están venciendo a los solidaros, los irresponsables a los responsables, los insensatos a los sensatos, con la colaboración por cobardía o inacción de los poderes del estado y de una parte de la sociedad.

Viendo las imágenes de la reacción ciudadana ante otro fracaso como es la plaga de ocupaciones que sufrimos, uno se pregunta si también en este tema deberíamos organizar grupos de ciudadanos para cubrir el hueco que dejan nuestras acobardadas autoridades.

Nos estamos jugando mucho, creo que ya va siendo hora de con valentía y respeto llamemos a cada cosa por su nombre, haciendo un llamamiento a que cada cual cumpla con sus obligaciones y con el deber social que le corresponde.

Lamentablemente esta situación de riesgo está demostrando que no se soluciona con campañas de concienciación, buenas palabras, buenismo, o intentos de convencer a los inconvencibles, se soluciona con una palabra que genera recelos pero que puede ser hoy la única eficaz: con represión contra los que ponen en peligro al resto de la ciudadanía.  

Puede parecer extrema esta reflexión, pero no sería así si por ejemplo estuviéramos hablando de atajar la violencia contra la mujer, o contra los menores.

Es hora de ser valientes con las opiniones, pero especialmente con los hechos. No podemos consentir que tanto esfuerzo colectivo se venga abajo por dejación o cobardía ante los canallas.

Veremos…

Una sociedad derrotada por los insolidarios y sus cómplices