jueves. 28.03.2024

De Gea y la juventud humillada

Nada importan los trabajadores del fútbol, millonarios pero al fin y al cabo cromos que intercambiar.

egeaA finales de septiembre de 2009, con la mayoría de edad cumplida, y el dorsal 43 a la espalda debutó en primera división David De Gea. El cancerbero resultó decisivo. Paró un penalti en la victoria del Atlético por 2-1 ante el Real Zaragoza. Quienes creen en el azar, alegaron que se benefició de la ausencia de Sergio Asenjo, guardameta titular que se hallaba en Egipto para disputar el Mundial Sub-20 cuando el madrileño saltó al campo; también de una lesión de Roberto, segundo portero en la plantilla. El caso es que De Gea del tercer escalafón pasó al primero. Ganó un título europeo a final de temporada con el club en el que se formó - 48 años llevaba el Atlético sin conseguir tal hazaña -; y tras el gran éxito de la Europa League: otra actuación decisiva suya selló la consecución de la Supercopa de Europa.

En un mundo del fútbol dominado por la especulación, los dirigentes rojiblancos no iban a desaprovechar la oportunidad de hacer caja y traspasarlo al Manchester United por más de 20 millones de euros. Jamás ningún equipo pagó tanto dinero por un cancerbero español. Así que en 2011 el portero migró rumbo a las islas cuando millares de jóvenes también aterrizaban en el Reino Unido.

Cuatro años después de su salida, De Gea se cansó de la tristeza británica, y nostálgico de Madrid, decidió volver a la capital cediendo ante la insistencia de Florentino Pérez. El peaje: declararse en rebeldía silenciosa, traicionar a las aficiones de Atlético y Manchester; y enfrentarse a todo un tótem de los banquillos como Louis van Gaal. Por si fuese poco, en la operación entraría otro portero, también joven: Keylor Navas. Quien en contra de su voluntad saldría del club merengue, pero ganando el doble para ocupar en el United la plaza de De Gea. Esta carambola, tan habitual en el fútbol, fue truncada por la torpeza de Florentino Pérez. Es decir, por uno de los símbolos de la ‘marca España’. Ejemplo de la aplicación de los criterios empresariales a nuestra manera, o mejor: a la suya. Nada importan los trabajadores del fútbol, millonarios pero al fin y al cabo cromos que intercambiar. Personajes anónimos pasada la treintena, a menos que se conviertan en comentaristas deportivos, entrenadores o se apelliden Pelé o Maradona. Porque los futbolistas, como testimonia Ángel Cappa en el libro Futbolistas de izquierdas, de Quique Peinado, generalmente son apartados de su condición social y de la realidad para tras cinco minutos de fama y sin pertenecer nunca a las élites – aunque se lo hagan creer –… terminar sin formar parte ni de la alta sociedad, ni del barrio.

El rostro de De Gea y Keylor Navas la noche del 31 de agosto fue el de la promesa incumplida.  Similar a la mirada del sobrecualificado que acampó el 15 de Mayo de 2011 en Sol junto a aquéllos que perdieron su empleo por la explosión de la burbuja inmobiliaria. A multitudes de caras aniñadas les fueron robados los sueños antes de los días previos a la mayor primavera democrática del siglo XXI en España,  como detalla el poema Lost generation de Martha Asunción Alonso en su libro Soledad Criolla. “Cuando llegó al fin el metro a nuestro barrio, fue demasiado tarde. Ya teníamos la balsa preparada. Ya estaba preparado el plan de fuga”.

En 2015 uno de cada tres jóvenes –  de entre 16 y 29 años – se halla por debajo del umbral de la pobreza. La mitad no tienen trabajo, y más del 90 por ciento de quienes cuentan con un empleo han sido contratados de manera temporal. Incomprensible e inasumible. “Tengo la impresión de que en este presente implacable y descastado, al mundo le duele la juventud y a la juventud le duele el mundo”, escribió Mario Benedetti. También que los prójimos de todas las edades “deberían comprender que en la salvación de la juventud reside el secreto de su propia salvación”. La ceguera es total.

Ni de la burla empresarial, ni del tratamiento como mera mercancía o número se salvan los semidioses del siglo XXI. Más si ocupan la demarcación de guardameta, el encargado de aguar la fiesta del gol. Aunque de vez en cuando tras los golpes francos desde los 11 metros, levante el puño victorioso y grite: ¡HAY PARTIDO!

De Gea y la juventud humillada