jueves. 28.03.2024

PsdeG: Lo que el ruido esconde

La crisis actual del socialismo gallego, inoportuna en plena campaña electoral, es la expresión de un conflicto más relevante, donde se dilucida  la correlación de fuerzas para imprimir un cambio de rumbo en la organización.

La conflictividad no es nueva en la corta historia del socialismo gallego. Atrapado entre la hegemonía constante de los conservadores y con poderes locales fuertes, el PSdeG ha oscilado entre partido municipalista, de corto recorrido y más dependiente de Madrid, o  socialismo autónomo, “socialdemócrata y galleguista” en palabras de Emilio Pérez Touriño, quien como Secretario General y Presidente de la Xunta, logró estabilizar esa línea política y rentabilizarla electoralmente.

Defenestrado Touriño tras la inesperada derrota de 2009, tomó las riendas Pachi Vázquez, quien introdujo dos cambios relevantes: una nueva estructura provincial del Partido y las elecciones primarias, para lo que tuvo que sortear los obstáculos de la dirección federal.

Una nueva derrota electoral en 2012 dio paso a Gómez Besteiro,  con un amplio respaldo que sólo  comenzó a quebrarse tras las elecciones municipales de 2015, al aceptar el chantaje del nacionalismo  y forzar la renuncia del Alcalde de Lugo a favor de quien no había encabezado la candidatura. Poco después  otro chantaje similar en la Diputación lucense, provocó una rocambolesca historia en la que el PP logró temporalmente la presidencia. Esas decisiones se llevaron por delante la estructura provincial del Partido, que no ha sido renovada. Desde hace un año los órganos elegidos han sido sustituidos por personas designadas, situación que se pretende mantener por largo tiempo. Dichas actuaciones quebraban la línea de los últimos años, al sustituir la voluntad de los electores, en la sociedad y en la organización, por las decisiones e intereses de los dirigentes. Un ejemplo acabado de lo que se conoce como la “ley de hierro de los partidos políticos”.

En julio de 2015 Besteiro era imputado por diez presuntos delitos en el marco de las investigaciones interminables de la magistrada Pilar de Lara. Besteiro iniciaba su particular calvario y el PSdeG su progresivo debilitamiento. Durante ocho meses todas sus apariciones públicas fueron para explicar  las actuaciones investigadas en los sumarios. Esa situación insostenible terminó en marzo pasado con su dimisión. Por intervención de Madrid y al margen totalmente de los órganos del PSdeG, fue sustituido por una Comisión Gestora, de bajo perfil político, evidenciando quién mandaba de hecho.

Desde entonces  la  estrategia incluye la confrontación directa y pública con Abel Caballero, Alcalde de Vigo y principal referente electoral en Galicia, visto como un obstáculo para el control total de la organización. Para lograr éste, Madrid se apoya en las Diputaciones Provinciales de Coruña y Lugo. A pesar del acuerdo de gobierno firmado con Ciudadanos en febrero pasado que establecía su desaparición, las Diputaciones están siendo redescubiertas por un sector del socialismo gallego, para hacer lo que antes se criticaba con razón: el control político del territorio mediatizando económicamente a los Ayuntamientos y financiando la estructura provincial. Naturalmente esa estrategia sólo es posible en ausencia de gobiernos locales fuertes en las ciudades. De ahí que el Alcalde de Vigo sea percibido como enemigo y no como referente.

Estamos pues, ante un cambio de rumbo político y estratégico. Se vuelve al modelo de partido municipalista, ahora apoyado en las Diputaciones, renunciando a otras señas de identidad y abandonando el territorio urbano donde ese modelo es abiertamente rechazado.  Y además con menos democracia. El resultado electoral se subordina al control de la organización.

La pregunta pertinente es quién gana. Las encuestas auguran un escenario preocupante. Si finalmente Pedro Sánchez no tiene contrincantes para continuar, lo cual parece probable, el deterioro del socialismo gallego habrá sido inútil. Alguien, cínicamente, podrá llamarlo, “daños colaterales” del nuevo centralismo.

PsdeG: Lo que el ruido esconde