viernes. 29.03.2024

Carta abierta a Felipe González

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Respetado Felipe:

Tuve el honor de formar parte de tu equipo en tres de tus cuatro gobiernos, en segundos y terceros niveles, eso sí: ahí donde se brega el día a día de la gestión y del fecundo encuentro con la Sociedad. Y ahora siento -casi en nombre de tu propia historia- una cierta pena de pertenecer al mismo partido que tú. No porque me sienta mejor que tú, ni mucho menos, sino porque te estoy viendo cómo llevas unos años haciendo equilibrios entre intentar ser quien eras, y mantenerte en los espacios que ahora ocupas. E intuyo la tragedia interna de tu conciencia, en esos momentos que todos tenemos, en los que nos quedamos muy a solas con nosotros mismos y nos atrevemos a decirle a nuestra imagen en el espejo aquello de “¿en qué te has convertido?”. Uno de esos “momentos Jaime Gil de Biedma” que todos los afortunados tenemos, como el del poeta en su poema “Contra Jaime Gil de Biedma”.

España -sin deberte nada- te debe todo un pedazo de Historia cargada de futuro, y llena de realidades que ennoblecieron nuestra Sociedad. No te voy a recordar la Sanidad gratuita Universal, ni la Educación Universal gratuita y obligatoria hasta los dieciséis años, ni un esfuerzo por la igualdad educativa superior para todos los españoles, procedieran de donde procedieran. ¿Qué te voy a recordar a ti de un impulso tan decisivo a la mejora de nuestras infraestructuras, de la modernización de España, y del exitoso esfuerzo por colocarla en el corazón de una Europa Unida que apostaba por lo social? No. No te voy a recordar lo que sabes bien, y lo que casi todo el mundo sabe. Casi basta con decirte “gracias”. Porque esos cimientos que lideraste para una España del futuro no han logrado cambiarlos ni los más mezquinos gobiernos de la derecha.

¿Sabes a cuántos desfavorecidos de este país les llenaría de esperanza si te vieran un día -concertado o no- acercarte abiertamente a La Moncloa, para ponerte a disposición del presidente del Gobierno que forma tu partido?

Pero esa misma España hoy te echa de menos, no tanto porque no estás, cuanto por las veces en las que te haces presente con mensajes y con situaciones que no se corresponden con ese pedazo de Historia que te debe.

Aquello del jarrón chino no te lo creías ni tú, y lo malo es que a veces comienza a ser verdad. Porque cuando apareces atravesando peligrosas puertas giratorias, muchos te añoramos como jarrón chino que sólo sirve para adornar, aunque no encuentre su sitio adecuado. O cuando pierdes tu propio papel en la Historia, y en lugar de jugar un papel moderador, tanto en el interior de tu partido como en el conjunto de la Sociedad, te inclinas de pronto por una opción o por una bandería, haciendo valer tu derecho individual por encima de tu responsabilidad histórica. Por lo que empequeñeces tu propia figura histórica.

A Mí tampoco me gustaba cuando desde el Gobierno te inclinabas por las opciones menos sociales, inducido en parte por las circunstancias, pero en gran medida por la ideología de la que entonces llamábamos “beautiful people”. Pero seguíamos cavando por implantar un proyecto socialdemócrata en España. Y pongo el “mi” con mayúscula porque estoy seguro de que no era yo solo: éramos muchos los que sentíamos ese escozor, pero seguíamos cavando.

Por eso nos aterroriza que tú ahora no sepas contenerte, no sepas ceñirte al papel que la Historia te reclama. Un papel que te obliga más que tu propio derecho individual de expresión, e incluso que tus propios intereses personales y económicos. Como militante de un partido tienes pleno derecho a votar lo que quieras en relación con las decisiones que han de tomarse. Pero como Felipe González estás obligado a ayudar a que el funcionamiento interno de tu partido se armonice al máximo, a que se encuentre un punto de equilibrio que redunde en una política unitaria hacia la Sociedad.

Personalmente puede gustarte más o menos la política de tu partido en el gobierno. Ya sabes: tú, y unos cuantos millones de personas en la barra del bar o en las tertulias lo haríais siempre mejor… Pero tú tienes un canal directo privilegiado para poder hablar con el presidente de gobierno, para advertirle, para colocarlo frente a las evidencias, o frente a las experiencias españolas, europeas o internacionales. Y no te puedes permitir el lujo de discrepar abiertamente, porque con ello lo único que haces es sembrar el desconcierto entre los más pequeños, los más humildes, los más desfavorecidos, que esperan una política social que les acerque de una vez a la justicia.

Tienes todo el derecho a elegir a tus amigos. Pero si apareces públicamente, y de forma habitual, de la mano de los poderosos de la tierra, de aquellos que siempre apoyan determinadas políticas no precisamente sociales, estarás generando el desconcierto y la amargura entre los más desfavorecidos: ésos que siguen esperando de ti que luches por la justicia, porque no entienden que tu presente se pueda disgregar de modo tan abrupto de lo que significa tu pasado.

Tienes todo el derecho a pensar que una gran coalición podría ser útil en España. En eso discrepas de mucha gente que sufre diariamente la realidad. Pero tienes la obligación de ser realista, de tener en cuenta lo que está votando la gente que sigue votando en España. Y no puedes cerrar los ojos a la rotundidad con la que el propio PP afirma diariamente que de gran coalición ni hablar. Y por mucho que creas que ése sería el camino ideal, si intervienes es porque consideras que se te pide algo. Y lo que se te pide no es que prediques el camino ideal, sino el posible. Y el camino posible no es que la gran derecha, con muchos flecos ultra en su quehacer cotidiano, imponga condiciones inaceptables al gobierno que representa a los ciudadanos que creen en el cambio que tú en su día predicaste. Sino que, con los mimbres que España tiene, se busquen acuerdos de centro-izquierda, para poner en marcha la reconstrucción desde unos presupuestos de emergencia, por ejemplo, que podrían llegar a ser apoyados -tras un delicado y laborioso trabajo de negociación- por una mayoría absoluta que sería suficiente.

Me han movido a dirigirme a ti los acontecimientos últimos dentro de un grupo como Prisa, con el que muchos te identifican. Y a raíz del articulo rupturista de Cebrián, del que muchos dicen que tú también, aunque no lo firmes, comulgas o hasta inspiras su doctrina. Por cierto, un articulo que viene a coincidir en el tiempo, y -con otras propuestas- en el objetivo de deteriorar el gobierno, firmado por Luís María Ansón. ¿Te acuerdas?: Aquél Ansón que formó parte de la trama contra ti y tu gobierno hace un cuarto de siglo…

No. España no está para intrigas, y menos en estos momentos en los que hay que acometer una reconstrucción mucho más drástica y sacrificada que la que tú asumiste con la reconversión industrial. Ni está para que se permita que diversos grupos dentro de instituciones, armadas o no, jueguen a tumbar al gobierno. Ni está para que se celebren unas elecciones en la primavera de 2021, justo en el momento en el que deberíamos estar todos dedicados a poner en pie una nueva realidad.

¿Sabes a cuántos desfavorecidos de este país les llenaría de esperanza si te vieran un día -concertado o no- acercarte abiertamente a La Moncloa, para ponerte a disposición del presidente del Gobierno que forma tu partido. Y para tratar con él de buscar las fórmulas para lograr un acuerdo de centro-izquierda para lo que queda de legislatura? No. No sería una injerencia, sino un refuerzo en momentos difíciles. Cuando otros desde FAES juegan a la contra a toda costa. Y cuando a ti muchos te sitúan en el ámbito de determinados poderosos que juegan a poder fáctico, algunas veces con intereses muy alejados del pueblo y de las políticas sociales, o con historiales -en algunos casos- que dejan mucho que desear.

No sabes la cantidad de tiempo que muchos llevamos esperándote, no para que regreses, sino para que juegues a fondo un papel claramente de unidad, un papel claramente de política social. Un papel claramente de testimonio social. Porque tú no te debes a ti mismo, por el simple hecho de que lograste formar parte de nuestra Historia.

Carta abierta a Felipe González