jueves. 28.03.2024

Contra el sindicato vale todo, lo sabemos

sindicatos

El diccionario de la RAE define “badulaque”, en su primera acepción, como «afeite compuesto de varios ingredientes, que se usaba en otro tiempo» y, en segunda, como «persona informal y poco juiciosa». Tengo que decir que la palabra me vino a la cabeza durante la celebración de este primer 1º de Mayo en confinamiento y después de tropezarme con la publicación de la artículo de un historiador llamado Sergio Gálvez, titulado “Mirando al norte: el movimiento obrero español ante el espejo del sindicalismo francés” y publicada en un medio digital. Al verlo pensé, bien, se habla de trabajo y del sindicato en los medios de comunicación, además en un medio digital interesante y que promete como es “Nortes”, detrás del que está Diego Díaz, otro joven historiador con el que tuve oportunidad de departir en Pineda de Marx cuando Diego estaba haciendo su tesis doctoral. Al menos aquí se apuesta por tratar un binomio, trabajo y sindicato, habitualmente maltratado por el periodismo de este país.

Sin embargo, la desilusión fue mayúscula. Conforme iba leyendo el artículo que me había enviado Vicente Millán González una sensación de vergüenza ajena me fue invadiendo. El texto se presentaba como la luz en la oscuridad y agua en el desierto. Aparecía a ojos del lector como la fórmula magistral con patente y firma que prometía la curación de todo mal -el ungüento de Fierabrás- pero que a vueltas y revueltas ofrecían la misma solución de siempre.

Los enterradores tienen esto. Uno llega y decreta el final de la lucha de clases, rematando un supuesto clavo en un inexistente ataúd prefabricado

Promesas ambiciosas llenas de errores de bulto, referencias a datos, cifras y fuentes con la que se pretendía dar seriedad a frases rimbombantes. En definitiva, nos presentaban a la mesa un comistrajo de argumentos para estómagos de consumo garbancero.

El autor publicó no hace mucho un voluminoso estudio sobre este asunto, en el que entre cosas interesantes que cabe considerar, también nos demostraba que su relación con la brevedad es como la del agua con el aceite. Observé que, como ya había hecho en el libro, aquí persistía de nuevo en declarar el fin de las “luchas de clase”, al parecer sólo en España, tras la huelga general del 14 de diciembre de 1988. De esto se deduciría el constructo seudoteórico de una “extraña derrota” del movimiento obrero, que no tiene ni tanto de “extraña” ni tanto de “derrota final”. Los enterradores tienen esto. Uno llega y decreta el final de la lucha de clases, rematando un supuesto clavo en un inexistente ataúd prefabricado.

La primera impresión de la lectura de este artículo publicado el sábado tratando el tema del sindicalismo en este país me hizo preguntarme: pero ¿cómo se pueden afirmar tantos errores en tan poca extensión de escritura? Algo sorprendente conociendo la relación que mantiene este autor con la síntesis, que como he dicho antes se acerca mucho a la misma que tiene el agua con el aceite. Pero entrando en más detalle de lo allí planteado llegué a una primera conclusión: ¿Cómo puede hacerse una comparación entre modelos sindicales europeos sin ningún tipo de criterio, debiendo conocer que la pluralidad de modelos y su contraste es más que notorio? Es decir, sabiendo o debiendo saber que las formas de representación y representatividad en cada caso son notablemente diferentes; conociendo o debiendo conocer que los itinerarios históricos y nacionales no pueden orillarse del examen de la cuestión. Pero además, adobando los argumentos utilizados con el uso de unas cifras que, cuando menos, son cuestionables y presentándolas como las últimas y definitivas. Ignorando el trabajo, de años y de calidad, de otros investigadores dedicados al asunto en proyectos de investigación de largo aliento: Ramon Alós, José Babiano, Pere Benyeto, Pere Jódar, Javier Tébar y un largo etcétera. Pontificando sobre el bien y el mal que ha hecho el sindicalismo confederal. Utilizando los tópicos y lugares comunes sobre la “traición” de la burocracia sindical y envolviéndolos en una vestimenta supuestamente con manufactura de sastre experto y, como en el cuento de los Hermanos Grimm, asegurar al final que ha matado 7 de un golpe.

Efectivamente, son muchos los golpes que ha dado el analista que no ofreció sus opiniones el pasado sábado, 1º de Mayo y Día Internacional de los Trabajadores, pero son golpes que reciben sus propios dedos en un uso negligente de un martillo imaginario, utilizado en un bricolaje rápido y sobre un tema que da muestras de evidente desconocimiento. El golpe mortal, el definitivo, dejando de lado otros de menor cuantía, es la historia que se sostiene sobre éxito del modelo sindical francés, es el más exitoso y robusto para la práctica de las luchas de clases (¿pero no habíamos quedado que ya se decretó el fin de la lucha de clases?). En opinión del articulista, el sindicalismo francés y en concreto el de la CGT es el modelo a imitar, es el sindicalismo del futuro..., frente a un escuálido sindicalismo español que han enterrado la cabeza en el foso del capitalismo. El argumento, se plantea como evidente: el sindicalismo francés ha hecho en comparación con el español un número superior de huelgas generales y punto redondo. ¿Cuál es el resultado de las huelgas generales convocadas en Francia? Qué más da. ¿Cuáles son las conquistas sindicales obtenidas en cuanto a representación y representatividad? Qué importa esto ¿Qué resultados materiales son los logrados hasta el momento? El capitalismo francés, como todo capitalismo es malísimo, pero no es tonto... ¿cuál es el número de huelgas protagonizadas por el sindicalismo español? Mucho menos que el francés según el autor, claro está.

Minusvalorar los derechos conquistados, a pesar de que desde hace tiempo el neoliberalismo, paso a paso, los ha amenazado y amenaza hoy, es simplemente una frivolidad de pose postrevolucionaria

Debe quedar claro que no estoy planteando una confrontación entre nosotros, sindicalistas españoles, y los franceses. Estoy, eso sí, confrontando los argumentos de este historietista del que se le puede atribuir sesgo ideológico, en el sentido que Marx daba al término: la deformación de la realidad en la mente. 

Pero cómo se pueden amontonar tantas imprecisiones y errores en tanto poco espacio escrito. No puedo dejar de pensar que algo más que un prejuicio debe tener este analista y experto del asunto al afirmar lo que afirma. Algunos axiomas empleados en su artículo hoy simplemente son anacrónicos: a más huelgas generales, más lucha de clases (pero ¿no habíamos quedado que se decretó el fin de la lucha de clases el siglo pasado?)

Para no cansar en exceso, debo concluir que este artículo que nos aconsejaba mirarnos en el espejo francés sugiere, de manera burda, algo que es evidentemente una trampa: habla de mayor número de huelgas sin hacer referencia a cuál es el número de derrotas sufridas. Cae en la “trampa de la homogeneidad”, en la que Bernabé -con un intención seguramente distinta o no, vaya usted a saber- cayó con su libro “la trampa de la diversidad”. De trampa a trampa, cabe añadir que el significado de la huelga general no es -¿qué sentido tendría la propia lógica y naturaleza de la Historia?- el mismo que hace ahora 100 años o bien 30. Seguir estableciendo en base a la huelga exclusivamente la fortaleza, la voluntad o el proyecto del sindicalismo es simplemente propio de un mal truco de cartas. Es no entender que, tal como al parecer pudo plantear el abogado y líder republicano catalán Francesc Layret durante las primeras décadas del siglo XX, “cuando los trabajadores hacen huelga no es porque no quieran trabajar, sino porque quieren hacerlo en mejores condiciones”. Es frivolizar sobre un hecho que forma parte consustancial de la historia de la clase obrera y sus organizaciones, quienes a base de lucha y esfuerzo tomaron conciencia de que en busca de la revolución, encontraron los derechos. Minusvalorar los derechos conquistados, a pesar de que desde hace tiempo el neoliberalismo, paso a paso, los ha amenazado y amenaza hoy, es simplemente una frivolidad de pose postrevolucionaria.

Las críticas al sindicalismo, sea español o europeo, son por completo legítimas, es más son necesarias para su propio fortalecimiento. Hacer una caricatura de lo que representa en un momento como el vendaval pandémico que estamos viviendo no es sólo una frivolidad, es propio de una actitud de badulaque, informal e inconsistente. O bien cabe pensar que el objetivo no es otro que seguir siendo el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. 

Contra el sindicato vale todo, lo sabemos