Franco debe seguir siendo un muerto
[Franco en Cuelgamuros, 1959. Foto de Marc Riboud]
La memoria del dictador Francisco Franco no debería disponer de un mausoleo redentor de su infamia, ni un monumento sagrado atizador de una Victoria con mayúsculas y por tanto de una derrota dolorosa. Decidir llevar a otro lugar sus restos no es una decisión infame. No lo es. Mantener que es una fechoría intentar subsanar ese error moral, esa anomalía civil, es, sin lugar a dudas, situarse moralmente del lado de quienes decidieron y asumieron y acometieron todos aquellos crímenes justificados por el miedo al desorden y al cese de los privilegios de unos pocos.
Saber sacar de Cuelgamuros el cadáver y la representación fastuosa de Franco no va a ser fácil. El pasado huele tan mal a menudo que el presente es incapaz de seguir su curso sin taparse la nariz y mirar para otro lado. Pero mirar para otro lado, hacia adelante, es incompatible con decidir convenientemente qué hitos del pasado merecen ser conmemorados y cuáles ser relegados a las páginas donde los historiadores escribimos la Historia.