viernes. 19.04.2024

Para el poder en España: gallegos, castellanos o andaluces

Dos mil dieciséis, siglo XXI, España tiene trenes y autovías modernas, internet como en cualquier país avanzado, se puede comprar cualquier coche o electrodoméstico como en los EE.UU. Pero política y socialmente ¿ha avanzado igual?

Me temo que no. Vemos a los ciudadanos modernamente vestidos, con teléfonos a la última moda, pero la sociedad española, en su conjunto, ni se ha europeizado ni se ha democratizado. El lastre de la Guerra Civil y de cuarenta años de franquismo no han permitido esa democratización. Desde luego, en la derecha no.

Pertenezco a ese grupo de ingenuos ilusionados con que treinta años de democracia cambiarían la faz de los españoles. Viendo los resultados electorales; el inmovilismo de Rajoy y de su PP; sin condenar la Dictadura; sin respetar al Congreso; sin puentes con las demás fuerzas políticas; sin alternativas ante los catalanes como no fuera el subconsciente de enviar a un general para poner orden como antaño; con la economía hundida a pesar del triunfalismo oficial, por primera vez en mucho tiempo soy pesimista respecto a que España sea una sociedad moderna, avanzada y democrática. Si a eso le sumamos la crisis europea con la hegemonía de las derechas y el renacimiento de la extrema derecha, el panorama no es alentador. Como encima gane Trump, apaga y vámonos.

Por Febrero o Marzo, cuando se atisbaban las segundas elecciones defendía en mi círculo privado que el PP iría a por las terceras, cuartas o quintas elecciones, las que hagan falta hasta que se pudra tanto la política que les permita sacar mayoría absoluta ante la debacle de los demás, única manera que saben gobernar. Me llamaron loco. No sé cómo no lo veían. Hoy está tan claro que hasta las cabezas pensantes lo argumentan. Y, si por alguna razón, no pudiera ser con Rajoy, ahí están lanzando al sustituto: Núñéz Feijóo, gallego también.

Lo que me lleva a una reflexión sobre el lugar de nacimiento de los presidentes de gobierno recientes. Allá por los años de la Transición un profesor mío de la Facultad me presentó una tarde a uno de aquellos personajes de la trastienda del tardofranquismo que era una de los teóricos con contactos y puentes entre el Gobierno y la oposición antifranquista. De toda una tarde de conversación recuerdo uno de sus razonamientos: para gobernar España hay que ser gallego o castellano, o como mucho andaluz.

Franco, gallego. Fraga, creador de la derecha actual, gallego. Suárez, castellano. Felipe, andaluz. Aznar, madrileño y castellano de adopción. Zapatero, castellano. Rajoy, gallego. Y el supuesto delfín de la derecha, gallego. La hegemonía de la tierra donde el PP guarda su mayoría absoluta es aplastante. ¿Casualidad? Habría que remontarse a la II República para encontrar un madrileño como Azaña. Quienes lo han intentado de otras tierras, no han triunfado. Borrell, catalán. Almunia, vasco. Rubalcaba, cántabro. Madina, vasco. Y ¿de dónde es Pedro Sánchez? madrileño. Si mi hipótesis es acertada, no tiene futuro. Ya están los andaluces con Felipe y Susana a la cabeza intentando poner orden en la rebelión para volver las aguas a su cauce.

Sin entrar en teorías conspiratorias, es un hecho que las élites en el poder existen. Y es de suponer que se reunirán y tendrán alguna teoría. No me cabe duda de que una de las principales es el título de este artículo. Así que, si mi análisis es correcto, los poderosos de este país no dejarán que Pedro Sánchez se salga con la suya, bajo ningún concepto, pase lo que pase y caiga quien caiga. Y menos mal que no ha nacido en mi tierra manchega, porque entonces ni hablamos.

Para el poder en España: gallegos, castellanos o andaluces