viernes. 29.03.2024

¿Cómo salir del punto muerto?

La ausencia de acuerdos para formar gobierno en España está empezando a tener costes evaluables.

La ausencia de acuerdos para formar gobierno en España está empezando a tener costes evaluables. No se trata solo de la pérdida de influencia de España en las instancias internacionales, con todos los problemas que ello puede acarrear, sino que la situación de vacío e incertidumbre en la que nos encontramos se está haciendo notar en la paralización de muchas tareas gubernamentales, en el retraso de inversiones e iniciativas que resultan imprescindibles en momentos como los actuales, y también –y no como lo menos importante─ en los desgastes que están sufriendo algunos partidos políticos, y especialmente los más dados al ensimismamiento, al autoritarismo y a la cerrazón a la hora de intentar llegar a acuerdos para formar gobierno.

Los desgastes y las contradicciones en las que están cayendo algunos líderes y partidos políticos pueden llegar a tener efectos inmediatos en las urnas, si finalmente tienen que repetirse las elecciones, pudiendo darse una nueva correlación de fuerzas parlamentarias tan complicada, o más aún, que la que actualmente existe. Con lo cual podríamos encontrarnos en julio y agosto nuevamente con las mismas dificultades –o mayores─ para constituir gobierno que ahora. De forma que nuevamente estaríamos ante la misma situación de bloqueo que ahora, si algunos partidos y líderes no se apean de sus trece, y no se avienen a ceder para formar un gobierno de coalición de espectro tan amplio como el que exige la situación actual y la que previsiblemente resultará de una nueva convocatoria a las urnas.

En caso de repetirse las elecciones, hoy por hoy, la tendencia más previsible es que los partidos que han hecho un mayor esfuerzo de confluencia –el PSOE y Ciudadanos, básicamente─ salgan más reforzados. Sin embargo, nada garantiza estas eventuales ganancias “lógicas”, dado el panorama de alta volatilidad electoral en la que nos encontramos.

Paralelamente, también resultaría lógico que el PP y Podemos pagasen un cierto coste por su intransigencia. A lo que habría que añadir, en el caso del PP, los desgastes debidos a la ola de corrupción que les inunda; y en el caso de Podemos, los costes de su radicalismo verbal, sus frivolidades y las divisiones internas que son fruto de múltiples causas personales, ideológicas y organizativas. Y hasta de coherencia política. Lo que hace que IU pueda ser uno de los principales beneficiarios inmediatos del desgaste de Podemos y de Iglesias Turrión.

Sin embargo, todos sabemos que en la política real no todo lo que es lógico y plausible acaba traduciéndose en términos de realidad concreta, por lo que hay que estar preparados para que unos nuevos comicios produzcan resultados menos previsibles; por ejemplo, un refuerzo del electorado más enfeudado del PP y de los sectores más conservadores y asustados de la sociedad española, que están incubando un verdadero miedo ante la arrogancia de Podemos, y que pueden concentrar su voto en el PP, como respuesta al temor frente a las incertidumbres. En esta hipótesis, el voto de castigo recaería básicametne sobre otros partidos, y no sobre el PP.

Hoy por hoy, los datos de las encuestas conocidas –casi todas escasamente fiables─ auguran una estabilización del voto del PSOE, un ligerísimo retroceso del voto del PP, unos retrocesos significativos del voto de Podemos, acompañado de una fuerte caída de la credibilidad de su líder actual, un avance notable de IU, que recuperaría sus posiciones anteriores y, sobre todo, una mejora del voto de Ciudadanos. Pero no tan acusada como algunos pronostican. También parece que podrían ganar algo los partidos nacionalistas moderados, y en especial Compromis, que tiende a afianzarse crecientemente en la Comunidad Valenciana, a medida que marca distancias con Podemos y su líder omnipresente.

En definitiva, dentro de tres meses podríamos encontrarnos prácticamente igual que ahora, después de haber perdido un tiempo precioso.

¿Qué podría hacerse, pues, para salir del punto muerto en el que nos encontramos?

Después del primer intento de investidura de Pedro Sánchez y sobre la base del acuerdo alcanzado entre PSOE-Ciudadanos ─que la opinión pública valora de forma muy positiva─, la estrategia que puede brindar réditos más positivos para la sociedad española, y sus necesidades perentorias en estos momentos, consiste en intentar ampliar dicho acuerdo en torno a un proyecto de gobierno de confluencia, que con un plazo de tiempo tasado para convocar nuevos comicios –por ejemplo, dos años─, se comprometa en una serie de medidas e iniciativas de interés general en las que puedan coincidir aquellas fuerzas políticas que entiendan que no es serio ni coherente repetir ahora las elecciones generales, cuando el resultado va a ser prácticamente el mismo. Entre los fines de este gobierno de interés general tendría que estar la reforma de la Constitución, las medidas económicas urgentes para hacer frente al difícil panorama económico internacional que se presenta en los próximos meses, la elaboración de una ley consensuada de educación, un plan de choque urgente contra el paro y las graves situaciones de pobreza y exclusión social que padecen amplios sectores de nuestra sociedad, un pacto socio-económico –similar a lo que fueron los Pactos de la Moncloa─ capaz de ayudar al relanzamiento de nuestra economía, y un programa coherente de actuaciones que pueda erradicar de una vez por todas la corrupción de nuestra vida política y social.

Evidentemente, con un programa de gobierno de interés general de este tipo todos ganaríamos mucho y, sobre todo, habríamos demostrado que los españoles somos personas serias y sensatas, que no participamos del clima de tensión extrema que algunos intentan propiciar, y que sabemos aprovechar las situaciones adversas o difíciles, como la fragmentación parlamentaria, no para lanzarnos ciegamente los unos contra los otros, sino para llegar a acuerdos de sentido común que vienen urgidos por las circunstancias parlamentarias, que exigen hablar, transigir, demostrar voluntad de llegar a acuerdos y capacidad para pensar en el interés general de los españoles. Eso es lo razonable y lo más realista –y positivo─ en estos momentos. ¿Podremos lograrlo?

¿Cómo salir del punto muerto?