viernes. 29.03.2024

Primarias del PSOE: ¿Qué decidimos con el voto?

primarias PSOE

El PSOE y sus afiliados también nos encontramos emplazados ante la perspectiva de tomar una decisión que posiblemente va a condicionar mucho el futuro de este partido a corto y medio plazo

A lo largo de la historia del PSOE, sus afiliados tuvieron que decidir con sus votos cuestiones de considerable importancia. Por ejemplo, decidieron –después de intensos debates− si aceptaban o no aceptaban las famosas 21 condiciones de Lenin y la correspondiente adhesión a la Tercera Internacional. Debate que se saldó con una victoria de los que defendían el espíritu y la letra de la Segunda Internacional y sus procedimientos democráticos y participativos.

También votaron varias veces para optar por eventuales coaliciones políticas. Y, desde luego, se pronunciaron sobre la colaboración con los partidos republicanos para impulsar la Segunda República.

Durante estos días de debate, en los que en general han predominado las buenas formas, al contrario de lo que pretenden –e incluso parecen alentar− determinados personajes y muchos medios de comunicación social, me he preguntado ¿qué sentirían en su momento aquellos afiliados socialistas que con sus opiniones y sus votos tuvieron que decidir sobre cuestiones de un considerable alcance y proyección histórica y política?

Perspectiva histórica

En el contexto de su época, en la que la democracia y sus procedimientos presentaban carencias y limitaciones, es posible que aquellos socialistas se sintieran especialmente orgullosos y responsables a la hora de participar en las decisiones del PSOE. Y también a la hora de poder ver a posteriori que sus resoluciones habían sido acertadas y contribuían a la consolidación de la democracia y al bienestar de los ciudadanos.

Incluso durante el período de la Segunda República, los afiliados participaron en debates muy intensos sobre las estrategias que debía seguir el PSOE. Algo que ni por asomo se pensaba entonces que pudiera quedar únicamente en manos de los más altos e insignes dirigentes.

En los albores de la Transición Democrática, pudo verse también la emoción que produjo ver formarse largas colas en las primeras sedes abiertas de nuevo por el PSOE por muchas personas que querían afiliarse y participar más activa –y comprometidamente− en la vida política de España.

Asimismo, podemos pensar en los delegados que asistieron en octubre de 1974 al Congreso de Suresnes, muy cerca de París, donde podía palparse que aquel viejo partido se rejuvenecía, se renovaba y se ponía al día para empezar una nueva etapa cargada de esperanza y de posibilidades. Algo que se pudo ver también públicamente en el XXVII Congreso, celebrado en Madrid después de muchos años, en diciembre de 1976, aún bajo las estructuras del régimen anterior, que no pudo hacer nada para impedir los actos ante la presencia de miles de delegados socialistas, muchos de ellos jóvenes, acompañados por Willy Brandt, François Mitterrand, Olof Palme, Pietro Nenni, Mario Soares y muchos otros delegados fraternales de la Internacional Socialista.

En este caso, los que participaron en tal proceso de renovación pudieron ver en octubre de 1982 lo acertado de las decisiones estratégicas en las que habían coparticipado.

Una decisión crucial

Ahora, el PSOE y sus afiliados también nos encontramos emplazados ante la perspectiva de tomar una decisión que posiblemente va a condicionar mucho el futuro de este partido a corto y medio plazo. Es posible que algunos puedan calificarnos de ingenuos o simples, pero creo que somos muchos los que sentimos una especial emoción y orgullo. Orgullo por pertenecer a un Partido tan cargado de historia y tan imbuido de una cultura democrática. Un partido de ciudadanos y ciudadanas libres y con capacidad para pensar y decidir, y no un partido de súbditos sumisos y resignados. Un partido en el que se está debatiendo libremente, sin dramas, broncas, ni tragedias, pese a toda la cizaña que ciertos poderes y medios de comunicación intentan introducir en este debate, al que suelen presentar como un desgarro y un signo de terrible división interna. Algo de lo que algunos intentan hacer bandera específica para sacar provecho, sin tener en cuenta que, de momento, nadie ha tenido que llamar a los bomberos.

Seamos veraces. Todo proceso electoral –y las primarias lo son− van acompañados de comprensibles componentes de tensión y de diferenciación. Lo cual es algo natural, ya que si no existieran diferencias no tendría mucho sentido decidir por una opción u otra. Pues tanto da.

Las elecciones primarias –y posteriores− en Estados Unidos, esas sí que van acompañadas de tensiones y de actos e iniciativas espectaculares. Cualquiera que haya visto una de estas elecciones de cerca se habrá quedado asombrado del grado de tensión colateral del que van acompañadas, con spots en televisión en los que se dicen de todo. ¡Tremendo! Y luego celebran las elecciones y no pasa absolutamente nada y vuelven a discurrir por cauces normales, porque nadie cuestiona el resultado de las urnas, ni el valor de los procedimientos democráticos.

Saber perder y saber ganar

Pedro Sánchez ya ha dicho que será leal con aquel que gane las primarias y que –lógicamente− pedirá a los demás la misma lealtad que él garantiza

Frente a los poderes y a los medios de comunicación que intentar centrar el foco en unas tensiones amplificadas –y a veces disparatadas−, el debate de primarias que está celebrándose en el PSOE tiene unas raíces muy específicas y unas posibilidades de desarrollo del partido también muy concretas. Es decir, lo que va a decidir cada socialista con su voto el día 21 de mayo tiene bastante alcance y puede implicar consecuencias prácticas también para el futuro de España. Lo cual significa que hay que pensar muy bien a quién se vota y por qué. Y, asimismo, hay que saber analizar con precisión los apoyos de unos y otros candidatos. Y sus razones.

De momento, la recogida de avales ha demostrado que existen dos opciones con entidad, ante las que hay que optar. Se trata de dos opciones que tienen entidad, en primer lugar, por la magnitud del número de avales que han recogido, que deja claro el campo efectivo de decisión a aquellos que quieran que su voto del día 21 sea verdaderamente decisorio, y no baldío, testimonial o inútil, prácticamente como si fuera un voto en blanco o nulo, que no quiere entrar en el fondo de la cuestión. Y, en segundo lugar, hay dos opciones, sobre todo, por razones de sustancia, de contenidos diferenciados de proyecto.

Para valorar analíticamente las implicaciones prácticas y proyectivas del voto a cada candidato, hay que empezar por atender a los propios componentes de cultura democrática de cada uno de ellos. Pedro Sánchez ya ha dicho que será leal con aquel que gane las primarias y que –lógicamente− pedirá a los demás la misma lealtad que él garantiza. Y en cuestiones de esta índole Pedro Sánchez sabe muy bien de lo que habla, por experiencia propia.

Por lo tanto, lo primero es comprobar quién ofrece más garantías democráticas y, por lo tanto, de estabilidad de la organización. Es decir, quién garantiza que va a saber ganar sin apabullar, o “arrasar”, o “aplastar” –como se dice− a los otros, y quién sabe perder. Cuestiones ambas fundamentales en la cultura democrática.

Los que dicen que el dilema es o “ellos o el caos”, y que si ellos ganan todo será color de rosa, que serán llevados a los altares, que seremos felices y comeremos perdices, etc., y que, sin embargo –¡ah pavor!− nos advierten que si triunfan los otros todo será división, horrores, tinieblas y chirriar de dientes, es evidente que intentan tomarnos el pelo y tratarnos como si fuéramos tontos. Por lo tanto, el primer dato es el talante democrático.

El segundo aspecto importante a garantizar es quién tiene un proyecto solvente de futuro, adecuado a lo que la actual situación económica social, laboral y medioambiental requiere. Y, sobre todo, quién sitúa en primer plano de sus propuestas y comparecencias sus alternativas programáticas y estratégicas. Pues de eso, precisamente, es de lo que se trata.

El apoyo de los poderes

El tercer aspecto decisivo para saber a quién apoyar y qué consecuencias va a implicar su eventual victoria, nos lleva a los apoyos que cada cual tiene. En este sentido, las cosas están tan claras que es posible que algunos no se estén dando cuenta de los efectos perniciosos de determinados apoyos a ciertas candidaturas.

Los poderes establecidos y los grupos comunicacionales se han decantado de tal manera a favor de una candidata, que es inevitable que surjan dudas sobre los intereses reales que defiende tal candidata. Amén de las dudas que esto suscita sobre la inteligencia estratégica y la capacidad de cálculo que tienen los que deciden o aconsejan tales apoyos. Tanto desde el punto de vista del que los da, como desde el que los toma.

Las portadas del ABC santificando a Susana Díaz y otras posiciones descaradas en los medios controlados o influidos por el PP y el conservadurismo español, están causando asombro en no pocos afiliados del PSOE, que ya no saben a qué atenerse, ni qué pensar sobre quiénes son los “nuestros” y quiénes no lo son.

Lo que nos lleva a un cuarto aspecto decisorio que se relaciona con las posibilidades de avance electoral que puede cosechar cada candidato. En este sentido, lo más chocante de las encuestas de las que se dispone hasta el momento es que dan una ventaja muy neta a Pedro Sánchez, no solo entre los votantes actuales del PSOE, sino entre los que podrían votar en el futuro si es el candidato. En algunas encuestas recientes Pedro Sánchez es preferido por más del 65% de los votantes del PSOE y podría llegar inmediatamente al 27/28% del electorado total si fuera el candidato.

En cambio, Susana Díaz solo es la preferida de la mayoría de los votantes del PP –que, claro, son los que leen el ABC y demás−, quedando enormemente rezagada en intención general de voto (por debajo, incluso, del 15%). A no ser, claro está, que los propios votantes actuales del PP acabaran decidiendo votar por ella. Posibilidad poco verosímil. De momento, al menos.

Por lo tanto, parece que el notable apoyo de los poderes no solo no está beneficiando a Susana Díaz, sino que está produciendo un efecto de descuelgue de algunos de sus posibles seguidores y avalistas, situándola en un terreno político de nadie, en el que es enormemente difícil –y contradictorio− que pueda cosechar apoyos adicionales. Lo cual –con toda la provisionalidad de los datos procedentes de encuestas telefónicas− podría llevar al PSOE a un auténtico descalabro electoral, del que no será nada fácil salir.

Esta posibilidad no es una broma, ni mucho menos, y revela lo poco finos y atinados que han estado en sus análisis −en esta ocasión− algunos de los que la apoyan desde las filas del socialismo. Otra cosa es lo que piensen realmente los poderes que la apoyan tan abiertamente, a los que plausiblemente no les desagrada una evolución político-electoral negativa del PSOE, y que prefieren antes –ellos sabrán− encontrarse enfrente a una izquierda imposible y volcada en la espectacularidad circense, como la que lidera Iglesias Turrión, que la de un partido serio, con sentido de gobierno, con experiencia contrastada y con un liderazgo capaz de recuperar la credibilidad entre amplios sectores ciudadanos. Como se está viendo que ocurre con Pedro Sánchez.

¿Quién manda en el patio?

Susana Díaz proyecta con demasiada frecuencia una imagen de poderío aplastante, un poco insoportable para el común de los mortales

A todos estos factores de posible consideración a la hora de votar, aún sin agotar el tema, se une un elemento adicional que se relaciona con ciertos aspectos de micropolítica y de cultura democrática a pie de calle, como impresión general.

En este sentido, Susana Díaz proyecta con demasiada frecuencia una imagen de poderío aplastante, un poco insoportable para el común de los mortales. Como en el caso de los matones de patio de colegio, que quieren demostrar continuamente quién manda allí, la candidata no para de hablar de “arrasar”, de “ganar”, de “imponer”, etc. Y todo ello lo hace en primera persona del singular (con un “yo” casi absoluto). Y, por lo que parece, las presiones para obtener más avales en determinadas zonas de influencia han dado materia para escribir algo más que un libro o una tesis doctoral. Tal despliegue intimidatorio en el ejercicio del poder puede que haya molestado –y agraviado−, más de lo que sus asesores estiman, a bastantes socialistas que han sentido una afrenta para su orgullo y, sobre todo, para su libertad. Problema que suscita la complicada cuestión de las redes clientelares y sus efectos, no solo en la vida política en sí, sino también en la calidad de la democracia.

El efecto “Robin Hood”

En este sentido, Pedro Sánchez se puede ver beneficiado, adicionalmente, por un sentimiento de simpatía más general y difuso que suele despertarse hacia aquellos que han sido maltratados y perseguidos y que han tenido la gallardía de plantar cara a los poderes abusivos, al modo de los Robin Hood y de todos esos héroes valientes y simpáticos, a los que tanto admirábamos en nuestra infancia.

Eso que podemos calificar como el “efecto Robin Hood” es algo que no van a poder evaluar ni los poderosos, ni las encuestas, pero que plausiblemente va a influir en el ánimo de muchos el 21 de mayo. Y también después.

Todo ello en unos momentos y en unas circunstancias en las que se ha instalado en la opinión pública la convicción de que no podemos seguir tal como estamos, que necesitamos nuevas políticas, una auténtica regeneración moral y política y una seria renovación en el seno de los partidos. Entre ellos el PSOE. Que falta hace.

Por eso, el movimiento interno de reacción y de regeneración que está liderando Pedro Sánchez es un movimiento social de fondo –no solo coyuntural o momentáneo− que va a tener recorrido y que puede desempeñar un papel importante de cara al futuro. De ahí lo positivo –y constructivo− de la posición de Pedro Sánchez. ¿Alguien se puede imaginar qué estaría ocurriendo en estos momentos en el PSOE y en sus entornos, después del Comité Federal del 1 de octubre, de la continuidad del gobierno de Rajoy y de los huracanes de corrupción, si Pedro Sánchez y su equipo no hubieran levantado la bandera de la regeneración y la renovación, y puesto cara y proyecto a lo que tantos ciudadanos frustrados o indignados estaban pensando y sintiendo? No es difícil imaginarlo.

Primarias del PSOE: ¿Qué decidimos con el voto?