sábado. 20.04.2024

La peor corrupción posible es la corrupción política y los engaños secesionistas

El engaño perpetrado en Cataluña tiene diversas facetas que hacen que nos encontremos ante un fraude político de notable entidad.

El engaño perpetrado en Cataluña tiene diversas facetas que hacen que nos encontremos ante un fraude político de notable entidad

Si alguien hubiera pronosticado, hace años, que una Presidenta del Parlamento catalán terminaría su alocución de toma de posesión lanzando el grito de “¡Viva la República Catalana!”, todos hubiéramos dicho que era totalmente imposible. Y ello por varias razones, entre otras porque nadie tan insensato e impulsivo llegaría a ser votado por los partidos centristas catalanes para ostentar tan importante representación institucional. Y, al mismo tiempo, porque tal propósito político nunca llegaría a ser respaldado mayoritariamente por el habitualmente sensato y reflexivo electorado de Cataluña. Pero, tampoco nos hubiéramos creído que con solo el respaldo del 35% del electorado, los secesionistas catalanes se hubieran lanzado al abismo de la “desconexión”. ¿Qué explica, pues, que se hayan producido tales saltos en el vacío y en el tiempo, como si de un agujero de gusano espacial se tratara?

Evidentemente, algo importante está ocurriendo en la sociedad catalana –y en la española─ para que tal tipo de cosas sucedan como si tal cosa, para bochorno internacional.

En un país mínimamente serio y riguroso, gritos presidenciales de este tenor y decisiones “desconexionistas” tan elementales serían tomadas como actos de proclamación fáctica y unilateral de algo que previamente no existía (“la República catalana”), a través de una de las instancias representativas de la política catalana. De igual manera, nadie sensato podría pensar que tales cosas podrían hacerse sin contar con un respaldo muy mayoritario ─casi aplastante─ del pueblo.

En las elecciones –pretendidamente plebiscitarias─ del pasado mes de septiembre los que sumaron sus votos a la lista secesionista fueron menos del 35% del total de electores censados. Es decir, una proporción que no legitima ni autoriza –ni de lejos─ para adoptar decisiones de tanto alcance y de tantas consecuencias prácticas –algunas fatales─ para toda la población de Cataluña. Incluidos los que no han respaldado dicha postura.

El problema no estriba solo en que la señora Forcadell, el señor Mas y los demás líderes secesionistas no estén legitimados por las urnas para dar tales saltos en el vacío, sino que la cuestión de fondo es que buena parte de los que apoyaron esa lista no lo hicieron para que los electos –una vez proclamados─ procedieran de tal manera, ni para que aprobasen de forma unilateral mociones de “desconexión” con España (¿y con Europa y con el euro y con el mundo?), como las que pretenden llevar a cabo. Es decir, se trata de una decisión ilegítima –e inverosímil─ que es también un engaño al electorado catalán sensato, que no quiere ir por ese camino imposible (¿Qué es eso de desconectarse automáticamente?).

No es extraño, pues, que bastantes catalanes en estos momentos se estén preguntando, con mayor o menor angustia y temor, “¿qué están haciendo con mis votos?”.

El engaño perpetrado en Cataluña tiene diversas facetas que hacen que nos encontremos ante un fraude político de notable entidad, por parte de unas personas que se presentan como representantes genuinos de una supuesta sociedad civil catalana, y que en realidad no son sino cuadros dirigentes de partidos extremistas, que se han enmascarado, intentando mantener velada su verdadera agenda política.

Las informaciones hechas públicas por algunos analistas han puesto de relieve que se trata de algo perfectamente premeditado y planificado desde hace tiempo. Y que, una vez obtenidos los votos, ya no resulta necesario mantener las ambigüedades ni las dobleces políticas.

Los que piensan que nadie puede ser tan insensato como para hacer este tipo de cosas, ni para dar tales saltos en el vacío, interpretan que los últimos movimientos políticos de los secesionistas no persiguen otra cosa, en realidad, que provocar reacciones impetuosas por parte del gobierno de Mariano Rajoy, para procurar, entonces, que todo se encone y se confluctualice aún más. Algo que, obviamente, nunca han explicado a los votantes de buena fe, que les apoyaron para hacer determinadas cosas y no para provocar un conflicto sistémico –y posiblemente violento en su evolución─ que podría llevar en poco tiempo a Cataluña a una situación peor que la de Grecia. Incluso algunos secesionistas están manejando ya el ejemplo de Kosovo.

Estamos, pues, ante un caso de flagrante corrupción política. Ante un engaño perfectamente organizado, y orquestado, que podría abocar a muchas personas de buena fe a situaciones indeseables. Desde luego, situaciones no queridas expresamente por los catalanes sensatos y moderados, que desde hace años han venido votando a partidos y a líderes de carácter centrista que han estado bastante alejados de tal tipo de prácticas extremistas.

La dinámica en la que se han embarcado algunos está teniendo costes enormes para el sistema de partidos políticos tradicional de Cataluña, con la consecuencia inmediata de que los líderes y los partidos sensatos tienden a quedar relegados y debilitados, mientras que cobran cada vez más fuerza y presencia pública e institucional los sectores más radicales y poco realistas. ¿Es esto lo que quiere realmente la opinión pública catalana? Desde luego no lo quiere ese 65% de ciudadanos que no han respaldado las listas secesionistas, pero tampoco lo quieren muchos de los que dieron sus votos fiados por las buenas palabras y por las trayectorias anteriores de partidos y líderes que ahora están quedando desbordados.

¿Quedan personas sensatas en el catalanismo que puedan recomponer puentes y restablecer las capacidades de diálogo y entendimiento antes de que resulte demasiado tarde y todos nos encontremos abocados a confrontaciones desastrosas?

Para que tengan alguna verosimilitud –y posibilidades prácticas─ las posiciones dialogantes y partidarias del entendimiento que postulan los líderes políticos españoles que son partidarios de esta vía, es necesario que desde el catalanismo se hagan notar las voces y las presencias de aquellos que postulan vías civilizadas y pacíficas en la resolución de los contenciosos. Vías con las que posiblemente coinciden la mayoría de los catalanes que no desean verse llevados del ronzal hacia confrontaciones indeseables.

Por eso, las dobleces, simulaciones e inmoralidades de fondo que subyacen en tales formas de plantear las cosas me parece que constituyen una de las peores formas de corrupción que puedan darse en nuestros días. Entre otras cosas porque aquellos que se llevan dinero pueden ser obligados a resarcir económicamente los daños causados. Y porque el dinero, en definitiva, solo es dinero, que de una u otra manera puede ser compensado o repuesto. Pero, cuando se perpetran daños a las personas, a sus causas, a sus emociones, a sus expectativas y, sobre todo, a las posibilidades de una convivencia fructífera y pacífica, entonces el mal causado es muy difícil que pueda ser resarcido y que no deje heridas difíciles de curar. De estos problemas, y de sus efectos destructivos, es mucho lo que se puede aprender recordando la historia de los nacionalismos extremos.

La peor corrupción posible es la corrupción política y los engaños secesionistas