viernes. 19.04.2024

Más difícil todavía

Una vez pasado el subidón postelectoral de algunos y las primeras justificaciones auto-defensivas de otros, según nos vamos alejando de la fecha del 26 de junio se van imponiendo los análisis objetivos de la realidad parlamentaria surgida de las urnas.

Y, como en las viejas sesiones de circo, empieza a hacerse evidente que, si en el Parlamento derivado de las elecciones del 20 de diciembre resultó difícil conformar una mayoría de gobierno, en la segunda intentona el reparto de cartas hace aún “más difícil todavía” la situación. De ahí la frustración de aquellos malos jugadores políticos que esperaban, en base a cálculos matemáticos simplistas, que en la segunda ronda la fortuna les trataría mejor que la primera vez. El resultado, como se ha visto, es que han quedado frustradas o dificultadas las posibilidades de formar un gobierno de izquierdas. Y si se repitieran las elecciones por tercera vez, es muy probable que los votos de izquierdas se vean aún más mermados, pese a que en la sociedad española existe una neta mayoría sociológica de izquierdas.

Obviamente, tiene poco sentido –y utilidad− que continuemos lamentándonos por la leche derramada. Pero ello no debe hacernos perder de vista que la izquierda ha jugado mal con las cartas que la habían tocado incialmente en juego. Y nada nos previene de que no se vuelvan a repetir las malas jugadas de algunos, con sus ulteriores efectos negativos en las urnas.

Así que, de nuevo, nos encontramos enfrentados a un grave problema de gobernabilidad de España, que cuanto más se prolongue en el tiempo, más malestar y enfado provocará en amplios sectores del electorado, y más desprestigio y pérdida de oportunidades creará para España y su economía, en circunstancias en las que la situación no está para bromas ni frivolidades, ni mucho menos.

¿Cómo salir del punto muerto al que se puede llegar si nadie cede en las posiciones políticas que está manteniendo hasta el momento? Desde luego, fácil no va a ser y eso es lo primero que tendrían que asumir los líderes y partidos que podrían hacer algo para desbloquear la situación.

Antes del 26 de junio, algunos pedimos (Vid., en Sistema Digital, mi artículo El momento electoral y el momento político. La necesidad de un compromiso urgente sobre la gobernabilidad de España) que, previamente al día de la votación, los cuatro principales partidos se comprometieran públicamente a permitir formar gobierno al partido, o a la coalición, que sumara más escaños en el Parlamento. Pero, ni Mariano Rajoy, ni el PP, consideraron tal posibilidad de dar un ejemplo de madurez política, porque temían que el PSOE y Ciudadanos sumaran más escaños que ellos, y volvieran a repetir su coalición. De igual modo, Podemos y su líder permanecieron absorbidos por sus ensoñaciones, acariciando la hipótesis de ser el partido más votado.

Craso error en ambos casos, ya que si se hubiera asumido dicho compromiso público por parte de todos, nadie ni entre los electores ni en el seno de los partidos podrían poner en cuestión en estos momentos que se posibilitara automáticamente la formación de un gobierno, sin más dilaciones ni debates dislocadores y escasamente ejemplares.

Pero, las cosas han resultado como han resultado, y tampoco en este caso tiene sentido continuar llorando por la leche derramada.

Ahora, las cosas no solo están más difíciles, sino que el abanico de posibilidades se ha reducido, haciendo que, hoy por hoy, aparentemente todo tienda a bascular en torno al PP, aunque no necesariamente en torno a Mariano Rajoy.

Es decir, cuando algunos líderes y portavoces del PP sostienen que no es serio y congruente que se pida que dé un paso atrás al líder que más votos ha obtenido, revelan que o bien no entienden en absoluto la situación en la que nos encontramos en España, o bien tienden a refugiarse en un tacticismo oportunista cerrado y autocomplaciente, en unos momentos muy difíciles, en los que es necesaria la suficiente inteligencia como para entender que, si no se cede, no habrá gobierno.

Desde luego, el PP tiene el derecho a presentarse, como principal partido en votos y escaños, y con mayoría absoluta en el Senado, a la primera sesión de investidura, pero si no cede, con su 33% de votos y sus 137 diputados, al final puede encontrarse como al principio. Es decir, si en el PP no se entiende que con el 67% de la sociedad en contra tuya o reclamando cambios, y sin que te apoye una mayoría parlamentaria, no va a ser posible gobernar, ni habrá nada que hacer y continuaremos atrapados en un bucle electoral.

Por lo tanto, lo primero que se necesita es que en el PP asuman la complejidad político-parlamentaria actual y, sobre todo, que la reconozcan públicamente, que dejen de hacer auto-publicidad estéril y que cesen de presionar a sus amigos de los medios de comunicación social para que pongan más presión en la campaña de acoso al PSOE y a Ciudadanos, con la finalidad de que estos partidos faciliten con sus votos o abstenciones –a ciegas y sin condiciones− el gobierno de Mariano Rajoy.

Craso error de análisis, y penoso ejemplo de ausencia de una verdadera cultura democrática. Con tales presiones y comportamientos, al final lo que pueden lograr es todo lo contrario de lo que pretenden, llevando a Ciudadanos y al PSOE a un callejón sin salida, en el que, con la inestimable ayuda de sus disidentes más manipulables y menos disciplinados, no se logre otra cosa que el enconamiento de posturas cerradas. Mientras en España la situación se puede ir deteriorando día a día.

De ahí que el primer paso que debiera darse para desbloquear la situación es dejar a un lado los paripés y los tacticismos de vía estrecha, y empezar a asumir que las cosas están como están y que no queda más alternativa que reconocer que, o bien nos disponemos a ceder todos un poco, para intentar que el pueblo español gane mucho, o bien asumimos que vamos a unas terceras elecciones; lo cual sería un desastre y una vergüenza que no va a dejar indiferente al electorado español, que por dos veces ha votado de tal manera que no queda más remedio que pactar y ceder para formar gobierno. Es decir, el mensaje ha sido muy claro por dos veces consecutivas.

Lo cual solo nos deja una vía de solución razonable. Es decir, pensar en un tipo de gobierno diferente, que no puede ser ni el de un solo partido, ni el de otros, sino que debe tener las características de una nueva síntesis programática y de liderazgo, en la que han de aunarse proyectos, medidas y representaciones públicas pensadas desde la perspectiva del interés general, asumiendo lo que es preciso hacer en estos momentos en España, si no queremos deslizarnos irresponsablemente por las cañerías del desagüe de la historia.

¿Cómo habría que proceder en un país maduro y serio democráticamente ante una encrucijada de este tipo? Desde luego, lo primero, como ya he indicado, es decir la verdad y operar desde esa óptica, dejándose de pamplinas y de propagandas de baja estofa. Lo segundo, es que los líderes de los principales partidos hablen y exploren las posibilidades de coincidir en los grandes objetivos que en estos momentos habría que plantear en España. Es decir, no hay que pretender poner el carro delante de los bueyes, sino empezar analizando ¿qué es lo que hay que hacer?, pensando en la mayoría social, e intentando respetar –y acercarse a− lo que quiere y desea esa mayoría a través de su voto. Lo cual supone respetar la sensibilidad mayoritaria del electorado.

Después de estas conversaciones, que no tienen por qué ser públicas ni transmitidas en directo por streaming –como no lo fueron en su día todas las reuniones de la Comisión Constitucional, ni las cenas de Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell para desbloquear el pacto constitucional de entonces−, el siguiente paso sería considerar cómo se podrían gestionar mejor, y con más credibilidad pública, los acuerdos a los que se pudiera llegar previamente. Lo cual requeriría un esfuerzo importante de renovación y de apuesta por el mayor grado posible de competencia y honestidad.

¿Existe alguna posibilidad de que en España avancemos por una senda de este tipo, como han hecho antes que nosotros muchos otros países que se han encontrado antes circunstancias de fragmentación electoral similares a las nuestras?

Desde luego, imposible no es, aunque requiere de una cultura democrática madura, de buena disposición para lograr acuerdos y cesiones mutuas equilibradas y, desde luego, de enfoques generosos y socialmente avanzados. También se requeriría que los principales partidos no se enrocasen en una estrategia numantina de “yo o el fuego y el caos”. Y también sería preciso que en aquellos partidos en los que existen baronías y órganos colegiados de decisión democrática cesen los ruidos y las pulsiones particulares del tipo de “que no cuenten con los votos de los míos”, y que no se caiga en la trampa de atar públicamente de pies y manos a sus líderes para hablar y negociar, no prefijando apriorística y cerradamente cuáles van a ser las posturas finales, antes de explorar las alternativas factibles y presentables. Y, sobre todo, hace falta que determinados medios de comunicación social dejen de actuar como grandes poderes fácticos que sermonean y pontifican un día sí y otro también sobre lo que tienen que hacer unos y otros líderes políticos, a los que se intenta presionar y condicionar de una manera que ha llegado a ser tan sospechosa como insoportable.

Junto a esta vía de exploración de un entendimiento general, existen otras opciones que, a pesar de que ahora han quedado más deslegitimadas por los votos, en buena lógica no habría que despreciar a priori. Por ejemplo, la conformación de un gobierno alternativo del cambio, que aún siendo más minoritario ahora en escaños que en el Parlamento anterior, podría obtener un respaldo inteligente de otras fuerzas políticas, si estas han aprendido algo de sus últimas experiencias electorales. Y aún cabría, asimismo, la posibilidad de un gobierno de gestión (que no de tecnócratas), con un respaldo amplio y eventualmente con un mandato para uno o dos años, en los que podrían tomarse medidas sociales y económicas urgentes, adoptar posiciones en Bruselas, y consensuar una nueva ley o un procedimiento electoral que evitara caer en un bucle electoral destructivo y sin fin.

En este sentido, hay que tener en cuenta que si el PP ha tenido ahora el 33% de los votos, el PSOE y Ciudadanos han sumado un 35,7%, es decir, más de ocho millones y medio, respecto a los siete millones novecientos mil del PP. Y si a estos votos les sumamos los de Podemos, que también apuestan por el cambio de Rajoy y del PP, nos situaríamos en una cifra de más de catorce millones de votos, casi el doble de los obtenidos en esta ocasión por el PP.

Es decir, en términos de lo que realmente piensa y quiere el electorado español, no resultaría ilegítimo ni poco pertinente considerar distintas posibilidades, más o menos buenas o malas, y más o menos alejadas del gusto específico de cada cual. Pero en lo que no habría que caer es en la cerrazón mental, ni en la peor salida de todas, como sería repetir nuevamente las elecciones. Aunque lo cierto es que esto mismo lo decía todo el mundo después del 20 de diciembre, y ya vimos cómo acabamos entonces.

Más difícil todavía