viernes. 29.03.2024

La escala F y la política española

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Erich Fromm

La escala F (de Fascismo) fue diseñada originariamente por el sociólogo alemán Theodor Adorno con un grupo de psicólogos sociales, sociólogos y politólogos, con la finalidad de disponer de unos indicadores sociales que permitieran identificar y anticipar los riesgos de un posible retorno del fascismo en sociedades tenidas aparentemente por civilizadas. Dicha construcción analítica se efectuó en el ambiente político y moral que se vivió en amplios círculos de la población en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la opinión pública pudo conocer con detalle los horrores y crímenes cometidos por los regímenes fascistas.

Regímenes que en casos como el de Alemania se habían instalado en el poder presentando inicialmente una imagen de cierta razonabilidad, patriotismo y respeto a la autoridad, que no permitió que todos pudieran presagiar adecuadamente lo que vino después.

De hecho, muchos escritos y memorias de protagonistas de la época –sobre todo en Alemania– están plagadas de razonamientos justificativos: “no parecía para tanto”, “algunos aparentaban ser personas civilizadas y razonables”, “aspiraban a restablecer una autoridad y un orden que muchos considerábamos necesario”, “Hitler mantenía modales educados”, “parecían auténticos patriotas”, “reflejaban lo que muchos pensábamos y demandábamos entonces”, etc.

Entre los que se empeñaron en esta tarea es inexcusable recordar, en un plano teórico-analítico, a Erich Fromm, que publicó El miedo a la libertad en 19411 y, en un plano experimental, a Theodor Adorno y los investigadores y colaboradores que dieron a luz en 1950 la obra magna La personalidad autoritaria

Fascismo sin caretas

La realidad fue que en cuanto Hitler y los suyos lograron controlar ciertos resortes claves del poder, se quitaron las caretas y dejaron a un lado los atildados esmóquines, poniendo en marcha sus propósitos autoritarios y genocidas. Con sorpresa de los ingenuos y de los que no quisieron anticipar la situación y/o se dejaron llevar por temores primarios en una época histórica plagada de incertidumbres y problemas (políticos, económicos, laborales, internacionales, culturales, etc.).

Por eso no es extraño que fueran precisamente estudiosos alemanes vinculados a la escuela de Frankfort los que primero publicaran libros y análisis que ayudaron a identificar y prevenir en un futuro los posibles riesgos de deslizarnos nuevamente hacia una era de persecuciones, agresividad, odio civil y autoritarismo.

Entre los que se empeñaron en esta tarea es inexcusable recordar, en un plano teórico-analítico, a Erich Fromm, que publicó El miedo a la libertad en 19411 y, en un plano experimental, a Theodor Adorno y los investigadores y colaboradores que dieron a luz en 1950 la obra magna La personalidad autoritaria

A partir de la primigenia Escala F (de fascismo) han sido varios los desarrollos que se efectuaron para perfeccionar y completar indicadores analíticos que permitan identificar este tipo de personalidades tóxicas, compulsivas, intolerantes y agresivas que, en determinadas circunstancias de acceso al poder y de carencia de controles, pueden mantener comportamientos tan crueles como los que se produjeron en los años treinta y cuarenta.

Y no solo en Alemania. El primer test consolidado de la Escala F, diseñado por Adorno y sus colaboradores, contenía un total de 77 items en forma de frases que reflejaban diversas opiniones “que la gente solía tener” –se decía a las personas estudiadas–, pidiendo que señalaran su grado de coincidencia y/o discrepancia con cada una de las frases. El desarrollo de las investigaciones y la identificación de los indicadores más afinados, y que mejor correlacionaban entre sí, ha ido permitiendo reducir el número de indicadores de las sucesivas escalas F3 . De hecho, en muchos países se utilizan este tipo de escalas en la selección de policías y de otros cuerpos de la Administración Pública, para intentar prevenir y garantizar que determinadas conductas queden erradicadas en el ejercicio de las funciones públicas, y que nadie abuse de su situación de prevalencia. Sin embargo, esta “cautela” no se está siguiendo –por razones de posición o poder obvias– respecto a los que ocupan puestos de representación pública, como tampoco se pudo hacer con los viejos jerarcas del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, que nos llevaron a una era de horror y destrucción.

Por eso a partir de lo que hoy en día vemos y escuchamos, no resultaría improcedente efectuar una cierta recreación analítica de las puntuaciones que en nuestros días darían en una escala F los líderes de determinados partidos políticos –y algunos de sus socios y/o imitadores–, que aún permanecen con las caretas puestas y las corbatas bien anudadas, pero a los que a veces se les ven tics y manifestaciones de sus inclinaciones de fondo.

Como le ocurría a aquel peculiar doctor “Extraño-Amor” (Strange Love) de la película de Stanley Kubrick, que en España se estrenó con el título de Teléfono Rojo. Volamos hacia Moscú.

Dimensiones de la personalidad autoritaria

¿Qué resultados daría una realización simulada de la Escala F en determinados círculos políticos de la España actual? Veámoslo y que cada lector saque las conclusiones pertinentes, a partir de la aplicación simulada de la primigenia escala F que tenía nueve dimensiones específicas:

1) Convencionalismo: como una forma de mantener adhesiones rígidas a valores típicos de la vieja clase media (orden, disciplina, sentido de la jerarquía, defensa a ultranza de la familia tradicional –al menos, en apariencia–, espíritu de emulación económica, etc.). Obviamente, en esta dimensión los líderes de la extrema derecha española se llevarían todos los puntos.

2) Sumisión autoritaria: como adhesión a los principios y modelos jerárquicos propios de ciertas instituciones, que se intentan trasladar a la vida civil. Aquí ocurriría lo mismo que en el punto anterior.

3) Agresividad autoritaria: como condena y rechazo de aquellos que no comulgan con los valores y comportamientos anteriores. Puntuación máxima también.

Es decir, estamos ante manifestaciones bastante nítidas de un autoritarismo agresivo y arrogante que intenta obtener apoyos en el clima de malestar e incertidumbre que se vive en muchas sociedades

4) Rigidez mental y política: en conexión con los aspectos anteriores, dejando poco espacio para las dudas, la autoreflexibilidad y la tolerancia a lo diverso y diferente. Idem de lo mismo.

5) Superstición y tendencia a los juicios estereotipados: partiendo de una conciencia propia de su superioridad (porque sí) sobre otros. Por ejemplo, respecto a los emigrantes, las mujeres, los gays, las personas de color, etc. Y también respecto a los que están en otros partidos o tienen otras ideas diferentes, a los que consideran “inferiores” y “despreciables”. Una descripción perfecta de algunos, ¿verdad?

6) Poder y fortaleza: con énfasis especial en las imágenes propias de poder, buscando la sumisión en las relaciones interpersonales (de las mujeres, de los extranjeros, de las clases sociales “inferiores”, etc.). Tendencia a la identificación con las figuras y roles de poder, de dureza y de fuerza. ¿También en las prácticas de tiro?

7) Destructividad e inclinación al cinismo despectivo: con comportamientos hostiles, despreciativos e insultantes. Especialmente a los que en el campo político ven como “enemigos” y no como “adversarios”, a los que se insulta, se denigra y se “cosifica” de manera sistemática. En este aspecto basta con escuchar –o recordar– las intervenciones de algunos en el Parlamento español, por ejemplo.

8) Proyectividad: como tendencia a contemplar un entorno plagado de peligros (como la invasión de los inmigrantes, el poder femenino, la inmundicia roja, etc.) y de conspiraciones secretas de fuerzas malignas (como los “protocolos de los sabios de Sión”, o el famoso “contubernio judeo-masónico” de los franquistas, o el contubernio “sanchista-bolivariano” de nuestros días, etc.).

9) Sexismo: como reflejo de ciertas formas y patologías de dominación sexual, con repudio a la aceptación de relaciones simétricas de iguales (“instinto primario de dominación”).

Clarísimo también, ¿verdad? Lógicamente, los desarrollos ulteriores de este tipo de escalas perfilaron con más nitidez y detalle algunos de los componentes y dimensiones de la personalidad F, incluso conceptualmente, refiriéndose, por ejemplo, a la “exaltación de los líderes y los partidos fuertes” (y no a “la derechita cobarde”), la “agresividad autoritaria” (abuso de insultos y descalificaciones), la “oposición al cambio, la imaginación y la innovación social”, la “idealización de patrones autoritarios intragrupales”, la “intolerancia a la ambigüedad”, el “cultivo de las maneras, las ropas «adecuadas» y las rutinas”, la “moralidad punitiva” (con intentos de “penalizar” a los que no se comportan de acuerdo a sus propios patrones morales), el “respeto exagerado a las viejas leyes y patrones, y a la idea mitificada y fosilizada de Estado”, la “identificación con los grandes poderes y las instituciones tradicionales” (aunque a veces sea por pura táctica), los “conformismos tradicionalistas inerciales”, el “afán por mantener a las mujeres en sus roles tradicionales”, las “actitudes antiintelectuales”, el “cinismo político” (se reirán cínicamente de este u otros artículos similares), la “inclinación a las autopresentaciones victimizadas” (ellos se consideran los “agredidos” y “amenazados”), la “preferencia por líderes fuertes y resolutivos” (también como “machos-alfa”), la “demonización de chivos expiatorios, utilizados como coartada (sean los judíos, los inmigrantes, los “moros”, los negros, etc.) para su agresividad política institucionalizada”, etc.

El retorno de los autoritarios

Parece como si algunos de los desarrollos analíticos y los estudios teóricos realizados en todo el mundo por equipos muy diversos a lo largo de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (segunda mitad de los años cuarenta y años cincuenta y sesenta, principalmente) hubieran estado realizados pensando en algunos líderes y protopartidos fuertes de nuestros días.

Líderes y partidos a los que, a veces, parece que se está describiendo de una manera exacta y bastante minuciosa, aunque a veces cueste verlo y reconocerlo.

Es decir, estamos ante manifestaciones bastante nítidas de un autoritarismo agresivo y arrogante que intenta obtener apoyos en el clima de malestar e incertidumbre que se vive en muchas sociedades. Autoritarismos que aún no se han quitado las caretas, que utilizan los medios y posibilidades que ofrecen los regímenes democráticos para intentar acabar con ellos desde dentro, como ocurrió en los años veinte y treinta, utilizando las facilidades que posibilita la propia democracia como tal, sin respetar ni asumir su fundamento último: los valores de tolerancia y respeto mutuo. Por eso, es importante saber lo que está escrito en el ADN de ciertos partidos y líderes políticos, según demuestra una línea de investigación (basada en la escala F y en la noción de “personalidad autoritaria”) sustentada en numerosas investigaciones rigurosas. Hay que ser conscientes de que determinadas señales de alarma ya se han encendido, por lo que resulta inexcusable reaccionar antes de que algunos tengan que lamentarse repitiendo aquellas famosas frases: “no lo sabíamos”, “no pensábamos que fuera para tanto”, “parecían personas educadas y razonables”… Al menos ahora nadie podrá decir que no estábamos advertidos. En primer lugar, y sobre todo, los que consciente o inconscientemente hacen el juego político a las fuerzas y a los líderes autoritarios, con alianzas y connivencias irresponsables. Los estudios del grupo liderado por Adorno y, muy en especial, los realizados por Erich Fromm y otros estudiosos del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Frankfort (“Escuela de Frankfort”), permiten entender que, junto a factores económicos y sociales –y también históricos– que coadyuvaron al triunfo de los fascismos, también desempeñaron un papel importante en su génesis determinados componentes psicológicos de la personalidad. Sobre todo la manera en la que estos tienden a manifestarse en contextos de incertidumbre y crisis. De forma que sobre la base de todos estos componentes los fascistas utilizaron diversas astucias y engaños orientados a controlar todos los resortes del poder. De ahí la necesidad de entender que en la personalidad autoritaria, junto a componentes fatalistas y conspiranoicos, también influyen componentes sádicos y masoquistas, entre ellos los “deseos de dominación”, y simultáneamente los “impulsos de sometimiento” que sustentan ciertas formas de conformismo, y demandan autoridades carismáticas superiores y debidamente mitificadas. Por eso, amén del miedo de las clases medias en declive, los fascismos también son alimentados por determinados factores psicológicos. Como subrayaba Erich Fromm, en su libro El miedo a la libertad, “al lado del problema de las condiciones económicas y sociales que han originado el fascismo se halla un problema humano que debe ser entendido…: (los) factores dinámicos existentes en la estructura del carácter del hombre moderno, que le hicieron desear el abandono de la libertad en los países fascistas, y que de manera tan amplia prevalecen entre millones de personas de nuestro propio pueblo… ¿No existirá tal vez –se pregunta–, junto al deseo innato de libertad, un anhelo instintivo de sumisión?”4 . De eso precisamente es de lo que se aprovechan los líderes y partidos autoritarios, soslayando los debates racionales y concretos sobre la política real, mediante cortinas de humo y “capotazos” con los que intentan desviar la atención de las cuestiones centrales y pertinentes de los problemas reales y la consideración sosegada de las principales alternativas posibles. Todo ello con el fin de generar estados de tensión y confrontaciones duras en torno a cuestiones de carácter emocional que contribuyan a aflorar los componentes instintivos de la personalidad autoritaria. Que lo logren o no lo logren es precisamente uno de los principales peligros para la democracia. Hoy como ayer. TEMAS

1.-  Erich Fromm, El miedo a la libertad, Paidós, Buenos Aires, 1966. Primera edición en inglés en 1941. 2 Adorno y otros, La personalidad autoritaria, Editorial Proyección, Buenos Aires, 1965. Primera edición en Harper & Brothers en 1950. 3 Varias de estas escalas pueden consultarse, por ejemplo, en John P. Robinson y Phillip R. Shaver, Measures of Social Psychological Attitudes, Survey Research Center, Institute for Social Research, University of Michigan, Ann Anbor, 1971. Volumen III. 4.-  Erich Fromm, El miedo a la libertad, op.cit., págs. 30 y 31.

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