jueves. 28.03.2024

Puertas al campo

Hoy es un lugar común en la literatura especializada afirmar que la prensa se ha convertido en un actor político más.

La prensa es una libertad y un poder. Como libertad debe ser defendida y ampliada. Siempre hay poderes interesados en ocultar la verdad o en sustituirla por lisas y llanas mentiras. Los periodistas son la primera línea en ese combate por la verdad de los hechos, la más expuesta, la más abnegada, a la que se le piden las mayores muestras de heroísmo. Por eso es esencial protegerlos y garantizar que puedan hacer su trabajo. Pero la prensa también es un poder, y como poder debe ser vigilado y limitado. Entre otras cosas porque, si ese poder se corrompe, su primera víctima es la verdad y con ella la democracia y nuestra libertad.

Hace unos años, con motivo del escándalo de News of the World, el periódico más vendido de Gran Bretaña, propiedad de Murdoch, se creó una comisión presidida por el juez Leveson para analizar las razones por las que se habían degradado las prácticas periodísticas hasta un nivel capaz de escandalizar al mismísimo Murdoch. Nick Davies, un periodista de The Guardian, que fue uno de los que destapó las escandalosas prácticas de News of the World dice, en un reciente libro sobre el caso, que la diferencia entre un periodista que actúa con decencia y otro que no, tiene que ver con el “Coeficiente de Acoso” que practican “un montón de responsables de información y de opinión engreídos, beodos, sobrerremunerados, mal hablados, autosuficientes, y que desconocen la diferencia entre liderazgo e insidia”. En su informe, el juez Leveson propuso una manera de poner el cascabel al gato: que los medios informaran regularmente de las reuniones, y del contenido de las mismas, que se celebren entre los propietarios y los directores y periodistas. En efecto el poder más inmediato con el que han de lidiar los periodistas son sus propios jefes. Unos jefes que pueden actuar de manera democrática y limitada, o caprichosa y tiránica. Y unos jefes, a su vez, que tienen otros jefes de los que cada vez sabemos menos porque nadie informa sobre ellos, ni sobre sus intereses y sus prácticas.

Hoy es un lugar común en la literatura especializada afirmar que la prensa se ha convertido en un actor político más. Así que no debería sorprender demasiado que partidos y gobiernos democráticos intenten una relación directa con sus electores y ciudadanos, eludiendo el coste de la intermediación de los medios. Por eso me ha llamado la atención que estos días se haya producido un gran revuelo entre políticos y periodistas por la decisión de la alcaldesa de Madrid de poner en la página de Internet del ayuntamiento una sección dedicada a exponer su versión, exclusivamente con datos y sin opinión, de las noticias que sobre su gestión publique la prensa. Como cualquier decisión política es esencialmente discutible, pero decir que esa página es el comienzo de un Ministerio de la Verdad orwelliano me parece bastante más que una exageración. Resulta que la Unión Europea tiene algo similar y nadie, hasta ahora, había comparado a Juncker con Hugo Chavez. En fin, ciertas élites deberían cultivar más la vergüenza que el miedo.

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